¿Sufrir? ¿Otra vez vas a escribir sobre temas tristes, Marié? Pues sí y lo voy a hacer porque escucho demasiados testimonios de personas que se han acostumbrado a vivir en la oscuridad.
¡Vamos a jugar a resolver cuestiones!
¡La mente, esa gran desconocida a la que otorgamos el poder de manifestar sus locuras sin poner remedio!
Veo que hay una costumbre generalizada de dejar que los pensamientos gobiernen las vidas. Y ¡Los pensamientos no son la realidad! Normalmente, la superan y probablemente no sean ciertos ni lo lleguen a serlo nunca.
Bueno, bueno, si les damos excesiva magnitud y los hacemos rutinarios… ! ¡Puede que cobren forma!
Otra costumbre que igualmente contemplo, es que en en gran medida sucede algo distinto, y es el hábito de sufrir si tenemos un pensamiento diferente de nuestra realidad.
¿En qué quedamos?
Si damos vueltas a la cabeza sobre enfermedades y preocupaciones, no queremos que se manifiesten, sin embargo, si pensamos en abundancia, salud o prosperidad, nos enfadamos si no se manifiestan… Pues déjame decirte que funcionan de la misma forma.
¡Cuidado con ellos, son imprevisibles, y creadores!
Para todo es necesaria una creencia y una fe profundas en los resultados, aunque hay resultados que nunca podrán ver la luz, no podemos encabezonarnos en cosas que no pueden ser.
Hay realidades que son lo que son, al menos aquí en esta vida.
Una anécdota que me va a servir para esta explicación: En una ocasión en el pueblo, me divirtió mucho una escena que observé.
Era una chavalilla intentando enseñar a hablar a su pequeño perrito.
La pequeña era insistente, como suelen ser los niños, una y otra vez; y me causó compasión, el pobre animal parecía entenderla, pero la miraba desconcertado y contestaba a sus intentos con sus característicos “guaus”.
Sin embargo, la intención era buena, insistir e insistir… Como observaba hacer a su vecinita con un parlanchín loro.
¡Las realidades son diferentes!
Esas verdades no podemos cambiarlas, ni esperar que nos crezca un brazo si en nuestra condición no está la posibilidad.
Por eso hay sufrimientos que verdaderamente no comprendo. No sé para qué sufrimos en muchas ocasiones. Supongo que son decisiones personales, no obstante, a veces involuntarias.
¿Realmente hay personas que quieren cambiar realidades imposibles de satisfacer? Hay cosas de sentido común y que no se pueden cambiar. Es una pérdida de tiempo sufrir por ellas.
Algo distinto es ambicionar que nuestro trabajo o nuestra salud mejoren… Eso sí está nuestra mano.
Lo ideal es no batallar con algunas realidades, e intentar marchar en su compañía en paz.
Normalmente, puede ser eficaz influir en muchas realidades solo con un cambio en nuestra propia actitud, sin pedir cambios en lo que vemos fuera, ello cambiará en respuesta.
¿Te suena haber dicho o haber escuchado?: Mi familia no me entiende, mi amigo no me respeta, no me siento aceptada en mi grupo de deporte, mi vecino de arriba debería ser más educado, no me agradecen lo que hago, mis hijos deberían estar de acuerdo con mis opiniones, lo que ocurrió aquel día no debería haber ocurrido… Podría escribir un libro entero con estos pensamientos y reproches.
Si te ha pasado y creo que a todos nos ha pasado, mi consejo es lo que intento hacer. Intento salir de esa confusión y situarme en mi centro, desde ahí volver a contemplar la situación.
No significa que no haga nada, si nada hago nada cambia. Estimo imprescindible albergar pensamientos más indulgentes sobre todo, porque sufrimos con ellos. Se manifiestan como indigestiones, dolores de cabeza, presión más alta, estrés y otras enfermedades más graves.
No me gusta vivir peleándome con lo que no puedo cambiar, y si considero que tiene opción a cambio intento hacerlo desde mí, aunque la educación que hemos recibido no nos ha enseñado a manejar estás cosas tan importantes.
¡Cuantos cambios creo necesarios en la manera de educar!
Como siempre, todo comienza en nosotros mismos, y normalmente queremos empezar la casa por el tejado.
Hay muchas realidades que queremos cambiar, realidades de otras personas que nos afectan, realidades de la vida en general que no tenemos opción a cambiar… Y si nos ocupamos de esas realidades externas a nosotros, nadie está ocupándose de las nuestras que son las principales.
Nuestros asuntos son los que debemos atender para que se produzca algún cambio en lo demás.
Cuantas veces me he preguntado ¿Por qué mi madre no me entiende? Hasta que fui madre y me demandaron lo mismo que yo demandé.
Esto me hace pensar en lo que ahora siento cuando alguien no me entiende o no respeta mis diferencias… No depende de mí y no es un asunto del que tenga que ocuparme y mucho menos preocuparme.
Realmente no es un asunto mío. Sinceramente, no espero que cambie su forma de verme, no quiero pelear con esa realidad. La compasión o comprensión de los demás es asunto de ellos.
Lo que sí puedo cambiar es medir mi reacción, como me hace sentir, y lo que decido hacer.
Puedo sentirme más o menos triste o decepcionada, y esto conlleva sufrimiento.
Y me provoca fijarme en otras cosas. Como por ejemplo: ¿cómo se siente hacia mí la persona que no me comprende o no acepta mi forma de vivir?, si es elegido o involuntario.
¿Entiendo yo a esa persona? ¿Me he preguntado por qué no me acepta? O incluso ¿Me comprendo a mí misma con respecto a lo que piensa sobre mí? ¿Me aceptó yo misma? Estás preguntas si son asunto mío y son de las que me tengo que ocupar.
Esta es una opción, pero hay montones de ellas y según pensemos así sentimos.
Cuando me siento engañada, soy muy observadora y cazo muy rápidamente las mentiras o incluso las omisiones. Pero igualmente me pregunto ¿De quién es el asunto?
Probablemente, ni mis pensamientos ni mis sentimientos lleguen a quien los ha causado… solamente me afectan a mí. ¿Merece la pena?
La mente puede divagar en infinidad de pensamientos, ciertos o no: debería haber contestado otra cosa, podría haber ocurrido de otra forma, no lo debería haber hecho… pero todo esto no tiene la capacidad de cambiar lo que sea que haya ocurrido. Solamente me causan sufrimiento.
Mejor decido volver a hacerme preguntas sobre mí. ¿Qué estoy haciendo yo mientras pienso que me ocultan o me engañan? ¿Qué me digo y cómo me siento? ¿Cómo me estoy tratando mientras pienso en todo esto?
Por mucho que sufra e insista en cosas que no dependen de mí, no podré cambiar nada… el perro seguirá diciendo ¡Guau!
¡Vamos a elegir lo divertido de todo asunto! ¿No?
Yo creo que todos podemos entender esto, aunque nuestra mente sea una lunática. A la hora de detener un poco sus locos pensamientos, no es tan complicado, podemos hacer un acuerdo con nosotros mismos de responsabilidad y entrenamiento.
¡Busca un hueco en tu día!
Creo que para avanzar en el proceso lo más importante es la sinceridad, junto con un fundamental amor propio, compasión y honestidad en las respuestas, ¡total las preguntas nos las hacemos nosotros! ¿Por qué habríamos de mentirnos?
Esta entrada está dedicada a unas cuantas personas que me piden juegos de preguntas, visualizaciones o ejercicios para practicar, así que, ¡allá van!, unas cuantas como ejemplo para quien no tenga mucho tiempo para planteárselas.
Ten a mano una libreta o escribe en el mismo cacharro donde estés leyéndome.
Contesta sin inventar nada, sin intentar suavizar las respuestas, sin reprimirte, con la sinceridad que contestaría un niño, busca tu niño herido y contesta desde su sentimiento. Lo que sientas y lo que tu cuerpo te muestre es la consecuencia de las reacciones de ambas partes.
Cuando tengas todas las respuestas, sigue preguntándote si todo lo que has contestado es realmente la verdad. Y trabaja en cada una de las preguntas si lo que quieres es resolver profundamente cada una de las afirmaciones e incertidumbres.
Si tu objetivo es ver un cambio en otra persona puedes comenzar preguntándote:
¿Cómo quiero que cambie?
¿Qué quiero que haga?
Al loro con las respuestas. Las tienes que responder tú.
Objetivo: ver cómo puedes actuar para lograr los cambios.
Aunque para ver cambios quizás las preguntas también tienen que ser hacia ti:
¿Cómo quiero cambiar?
¿Qué quiero hacer al respecto?
En cualquier pregunta que hagas, dirígela hacia la persona, personas o incluso situaciones que quieres evaluar, pero también hacia ti:
¿Qué puede pensar ella sobre el tema?
¿Qué pienso de mí con respecto a ello?
No pienses mucho las respuestas, no dejes meter mano en ellas a tu mente, y sobre todo que sean sinceras, son para ti. De otro modo no servirían para tu objetivo.
Con respecto al asunto o persona con la que tienes el problema:
¿que es correcto sentir, que es correcto pensar, o hacer, o como debería ser?, tanto el asunto (o persona) como yo.
¿Necesito algo de esa persona?
¿Qué tiene que darme o hacer para que yo sea feliz?, o
¿Qué necesito darme yo misma para ser feliz con respecto a ella? Cualquier respuesta es válida, positiva o negativa.
¿Hay algo que no quiero vivir más con esa persona?
¿Algo que no quiero volver a experimentar?, o
¿Algo que no quiero experimentar de mí misma con respecto a ella?
¿Hay algo que no me gustaba en ese momento o a día de hoy de esa persona?,
o ¿de mí misma?
¿Qué causa me produjo tanta decepción, tanta tristeza o tanto enfado?
Con tus respuestas escritas, toca averiguar que grado de verdad hemos puesto en cada una de ellas y para eso hay que seguir preguntando:
¿Es eso verdad?
¿Estoy totalmente segura de que es verdad?
¿Cuál es mi reacción ante ese pensamiento?
¿Yo sería diferente si no lo tuviese?
¿Quieres un ejemplo?
Mis hijos no me hacen caso, no me escuchan:
¿Es realmente cierto?
¿No me escuchan mis hijos?
¿Estoy totalmente convencida de esta afirmación?
Y ahora para mí:
¿Escucho siempre aunque parezca que no lo estoy haciendo, o al revés, parece que no estoy escuchando, pero realmente si lo hago?
¿Pienso que una persona que no para su actividad en una conversación conmigo, no me escucha?
¿Tengo la capacidad suficiente de saber si alguien me está escuchando o no?
Cuando creo que mis hijos no me escuchan y lo pienso, ¿cómo reacciono y que sucede?
Pienso en la situación para recrearla:
¿Cómo me siento?
¿Que siente mi cuerpo?
¿Que emociones me provoca?
¿Cómo reacciona mi cuerpo?
¿Qué reacción tengo y como trato a mis hijos cuando pienso que no me escuchan?
¿Cómo me comporto?
¿O cómo me trato a mí misma?
¿Cómo es mi respuesta?:
Les ignoro cuando me hablan la próxima vez,
les llamo la atención para que me miren,
hablo más alto o más rápido,
les interrumpo cuando hablan…
¿Y conmigo misma?:
Me deprimo y me victimizo,
me aislo,
me enfado,
me premio comiendo o tumbándome a dormir,
o sin hacer nada.
Me intento distraer con algo aunque no me satisfaga cada vez que me siento ignorada.
Consecuencias:
Aumenta mi inseguridad y mi tensión,
me siento rígida en todo lo que intento hacer,
mi cuerpo se siente dolorido y peor preparado para enfrentar cualquier actividad.
¿Si no hubiese dudado si me escuchan?
Respondo a las mismas cuestiones anteriores, pero pensando que sí me han escuchado.
Puedes usar este ejemplo con tu pareja, con tu hermano, con tus padres, con tu amiga, con un compañero…
Piensa y busca lo que sientes en ambos casos:
Mi hijo no me entiende, o mi hijo me entiende por qué sus respuestas son… escribelas:
No entiendo por qué me comporto de esta forma,
debería tener más paciencia y no reaccionar ni pensar mal tan deprisa…
No comprendo a mis hijos: Pienso que deberían mostrar algo más de atención para que me sintiese escuchada…
Puedes hacer varias cosas con las locuras que pasan por tu mente en forma de pensamientos.
Entre ellas, intentar alejar de ella lo que piensas o sientes que te hace daño. Pero esto también puede ser un problema porque comienzas una lucha interna.
Otra opción puede ser intentar que las emociones o creencias que generan los pensamientos, sean aceptadas para sanarlas. Cuando ves los resultados en tu cuerpo, comprenderás que sin lucha, mirándolos y aceptándolos, puedes incluso comprobar que aquello que pensabas no era tan cierto como creías. Tu cuerpo te lo está mostrando. Has aceptado tus sufrimientos para poder dejarlos marchar y has encontrado un equilibrio.
Cuando aceptas tus dolores ellos pueden marcharse, pero si decides hacer mil y una cosas al día para no pensar en ellos, acaban anclándose escondidos para aparecer en cualquier momento a recordarte que siguen allí.
Hay actividades muy efectivas si las usas de la manera adecuada, para sentirte feliz, no para ocupar el tiempo sin sanar lo que hay que sanar. Hacer deporte, yoga, leer, meditar, pasear, incluso trabajar incansablemente.
¡Elige la manera adecuada desde la que ayudarte a salir de la oscuridad!
0 comentarios