Comencé a meditar

Escrito por Marié

29 de julio de 2022

Mi comienzo en la meditación

 

Comencé a meditar no recuerdo cuando, era muy pequeña y lo hacía sin saber que estaba meditando. No le dábamos nombre a lo que hacíamos. Era algo habitual en casa, y el encargado de que lo hiciésemos era mi padre.

Y, como siempre digo, mi padre es para nosotras más que mil maestros.

Sus consejos eran siempre sabios y con respecto a lo que voy a escribir, por supuesto, también.

Mi padre no era de los que traía habitualmente regalos a casa, siempre eran cosas necesarias. Sin embargo, él nos las mostraba de forma que para nosotras eran tesoros.

Otro tipo de regalos no nos fueron indispensables, jamás nos faltó de nada, y por encima de todo, teníamos lo más importante, su confianza, protección y amor incondicional.

Por supuesto que también nos ofreció cosas materiales, de las que disfrutamos entonces y seguimos haciéndolo diariamente. Pero su ser completo y sus detalles fueron los que hicieron de él alguien que vivirá por siempre en nuestro corazón.

Por ello lo presumo ante todo, lo que nos daba de sí mismo era infinitamente más valioso que cualquier otra cosa.

Siempre nos mostraba su amor absoluto y trataba de enseñarnos con su ejemplo.

Cuando nosotras teníamos alrededor de ocho o nueve años, él montó su taller en el piso junto al nuestro, así que pasamos nuestra infancia y nuestra vida en adelante pudiendo ir a verle en cualquier momento del día.

Como nos tenía cerca siempre, aprovechó para enseñarnos a trabajar con las manos. No nos prohibía tocar sus herramientas. Solo nos prevenía frente a lo que pudiese dañarnos. Incluso nos enseñó a utilizar esas máquinas peligrosas que tenía en el taller, para que así también pudiésemos aprender los riesgos que nos podía suponer su uso.

Los juguetes que más nos gustaban eran los restos de madera en forma de ruedas, triángulos…, las cuentas que nos hacia con retales de otros materiales… somos afortunadas.

Nos enseñó a trabajar la madera, a cortar los cantos, encolarlos, cantear los tableros y lijarlos para un acabado óptimo. También nos mostró como soldar para que las soldaduras fuesen perfectas. A montar enchufes y a instalar laboratorios… en fin todo lo que pensó que podría sernos de utilidad en un futuro, tanto profesionalmente como para aplicarlo en nuestra vida.

Para nosotras esos trabajos eran como juegos, y así de sencillo aprendimos… jugando.

Él hizo que así nos lo pareciese. Nos enseñó a amar siempre lo que hacíamos, de manera que no lo asimilásemos nunca como un trabajo.

Y mientras nos enseñaba todo esto, siempre nos decía: – ¡Tenéis que poner atención en todo lo que hacéis, con la mente al cien por cien, atentas y presentes. ¡No dejéis que vuestros pensamientos divaguen, enfocarlos solamente en lo que tenéis entre manos!. – Y en lo que hagáis sed vuestra mejor versión, superaos en cada oportunidad.

Además de esto nos aconsejaba así: -¡Cuando estéis en movimiento, utilizad vuestra respiración para ayudaros, así nunca estaréis cansadas. – ¡Además, con una buena y correcta respiración ayudaréis al cuerpo a mantener los músculos en perfectas condiciones!

Así que, en esas ocasiones de mi juventud cuando alguien me preguntaba: – Marié ¿Tú meditas?

Mi respuesta solía ser: – ¡Pues no! No lo hago.

Pero lo cierto es que si, si lo hacia, y lo hago, lo he hecho desde niña, él me enseñó a estar presente, a intentar no preocuparme, sino ocuparme, a no mirar el pasado, sino para tomar impulso y a no ansiar el futuro.

Era un práctica sin nombre, una práctica informal de meditar, indefinida, sin usar las técnicas que actualmente se escuchan en tantos lugares.

Eran unas meditaciones sin inciensos, sin las esencias actuales, solamente con el aroma del pegamento, de la cola de contacto, de los barnices y tintes… y del serrín…

Y sobe todo sin ningún gurú o guía de la meditación, solo mi mejor maestro: Paqulillo.

Así que nunca me había parado a pensar en que momento estaba meditando, porque mi vida entera era una meditación.

Con los años y con el resto de preocupaciones que van apareciendo, esa manera sencilla de estar presente se va disolviendo en la rutina.  Actualmente, tengo que llamarme la atención para mantener ese estado meditativo en el que vivía durante la infancia y la juventud.

Durante un tiempo comencé a necesitar volver a enfocar mi atención en algo parar para reaprender a meditar.

Afortunadamente, solo fue buscar un poco en mis recuerdos para poder rescatar esa actitud de estar presente, intentando ver todo lo que se me muestra en cada momento.

Hasta llegar a no tener necesidad de profundizar en mi misma para preguntarme: ¿Estoy meditando ahora?

Agradezco infinitamente a mi padre, por este entrenamiento precioso gracias al cual hoy soy capaz de decirme en cualquier momento del día: estoy en profunda meditación, totalmente absorbida en la inmediatez, en mi momento presente, en mí hacer.

Este tipo de meditación, no es sentarte o tumbarte en silencio, sin que nada te deba perturbar, sin sonidos externos, en penumbra y con velas.

Esas preciosas meditaciones son valiosas en la mayoría de los casos. Y lo más importante, sirven de ayuda a gran cantidad de personas.

Sin embargo, mi manera de meditar es quedarme ensimismada en cada momento, fascinada por la acción: presente, permitiendo que todo sea, sintiendo como la experiencia embriaga mi curiosidad.

Absorbiendo todas y cada una de las vivencias, sintiendo todo, sin añadir nada, sin robar nada, sin buscar, sin expectativas, sin agenda, sin esperar nada y alcanzando todo.

Sintiéndome plenamente en unidad, cada situación es milagro, es la normalidad del todo, es sentir que estoy viviendo mi vida en sus alegrías y sus dolores, sus risas y sus lágrimas, con el cuerpo expandido y abierto para no dejar escapar ninguna vivencia.

Y realmente te das cuenta de que la vida no es algo que estás haciendo, la vida es lo que estás siendo.

Hace unos años, a mi vida llegó un nuevo amigo. Una persona que me ha recordado la belleza de vivir en presente, la gratificación de disfrutar de lo inmediato, me ha mostrado que hay más personas que viven la vida en meditación, con esa forma tan real, tan intensa, tan apasionada, y a la vez tan conectada, tan abierta, con la mirada y la inocencia de un niño. Absorbiendo cada conocimiento, cada sensación, sentimiento, emoción. Con la sensibilidad de quien mira siempre todo y lo experimenta como la primera vez. Con la pasión de quien ama profundamente lo que hace, provocando que quien le escuche también ame esas cosas de las que habla. Muchas gracias Nacho.

Hay otras personas en mi vida, que también me hacen estar siempre presente, viviendo y disfrutando, gracias a todos.

La totalidad de lo vivido me hace sentir causa de todo lo que observo, de todo lo que voy creando con mi mirada, por eso me enamora cada cosa que hago, y no me permito la acción sin pasión. Todo me parece bello aún en su imperfección, y cualquier cosa que realizo me completa y me muestra.

Todo lo realizado debe provenir de la belleza, debe mostrar belleza, y todo es bello cuando lo haces desde el amor y la presencia.

Por ello me declaro madre del mundo que he creado para mí, de mis creaciones. Y del mundo que intento mostrar en cada acción. Soy mi espacio, mi normalidad.

Cada momento vivido, cada batalla disputada, cada alimento preparado, cada lienzo, cada poema, cada texto, cada prenda, cada diseño… es profundamente santo, hermoso, venerado y lleno de gracia. No hay que buscar más, todo ello está vivo ahora, en cada experiencia profundamente disfrutada, en cada experiencia en la que asoma el espíritu.

Acepto lo mejor y lo peor en mí, ahora, con mi capacidad personal de sentir alegría y la aceptación igualmente de la gran tristeza… La semblanza vivida en presente, aceptando el silencio en el corazón de cada ser.

Todo nos compone, todo nos une, todo nos representa y nos hace unidad, completos en ella.

Vivir y sentir:

 

El reflejo de un frondoso árbol en el cristal roto de la ventana de una casa abandonada…
La sonrisa bondadosa en el rostro de un extraño, y saber que esa sonrisa hace que deje de serlo…
Agradecer que una bella mariposa no solo no se asuste, sino que se pose en tu mano y camine por tus dedos sin temor…
La química que produce en el cuerpo escuchar esa melodía, diferente para cada persona…
Caminar descalza, mirar el amanecer, escuchar el mar, observar el mundo desde la cima de un monte…
Abrazar a los árboles abuelos de cada lugar de paso, agradeciendo su energía y ofreciéndoles la tuya…
Tumbarte en una gran roca sintiendo en tu sangre los siglos que habitan en ella…
Hacer ejercicio intenso con el cuerpo cansado y el corazón satisfecho por la superación…
Hacerte amiga de cualquier anciano y adoptarlo para siempre…
La última pincelada del último cuadro…
El punto y final del último verso de tu mejor poema…
Cualquier cosa que haga que el mundo sea siempre mejor contigo en él.

Completándolo.

Todo ello es meditación, incluso el frío de una tarde de invierno sobre tu rostro camino de la cafetería más alejada de casa para encontrarte con buenas amigas o amigos.

Todo es meditar y yo solía meditar en todo, por eso la meditación me penetró, me completó, … Anidó en mis huesos tanto tiempo atrás que me hizo directamente meditación.

Y ahora cuando me preguntan que si hago meditación, puedo decir sencillamente que no, yo soy meditación… es lo que me enseñaron.

 

Estoy segura de que muchas de estas cosas también las aprendiste en la infancia.

¿Te resuena algo? ¿Te acuerdas?

¡La meditación no es detener tu vida para meditar, es una forma de vivirla!

 

¡Namasté!

 

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