Ya estábamos programadas antes de que el mundo se forjase

Escrito por Marié

29 de octubre de 2021

Mi vida, mis sueños, mis recuerdos, mi propósito

 

Érase una vez una leyenda, mi leyenda antigua, esta leyenda viajaba con el viento antes de la creación del mundo, en ella se oia que las magas, brujas, sacerdotisas y diosas, han existido desde antes de que el mundo fuese, ya estábamos programadas antes de que se forjase.

La magia ya estaba infundida en la mujer en la más remota antigüedad, en los albores, en el inicio del mundo.

Aprendió a observar a su alrededor y entendió todo. Entre todas las cosas que tenía almacenadas en su biblioteca interna, sabía que la variación de las estaciones era el espejo en el que contemplarse.

Las taumaturgas del pasado más remoto, constataron que estos cambios estacionales se entrelazaban con las cuatro fases por las que ellas mismas viajaban cada mes a través de sus cambios hormonales.

Cada cambio cíclico mensual estaba entrelazado con cada una de las estaciones, igualmente cíclicas.

También conocían la conexión de estas cuatro estaciones con las etapas por las que pasamos los humanos:

– Los primeros sueños, la vitalidad, la alegría de la infancia y primera juventud, se veía simbolizada por la primavera.

– La etapa de fertilidad, de gestación y plenitud, el proceso de maduración de los frutos de la tierra se veía representado por los vientres prósperos y llenos de vida de la mujer y todo ello se correspondería con la etapa cálida del verano.

– La epoca de recogida de frutos, el cuidado de estos frutos y la calma para trasmitir y educar, sería representada por el otoño, correspondiente a una madurez incipiente.

– Y por último, el silencio, la llegada a la introspección y a la sabiduría que se alcanza en la edad avanzada, se ve reflejada en la estación que corresponde al invierno.

En mi hermosa historia os cuento como la mujer ancestral, comprendió que su cuerpo estaba aliado, además de con los ciclos naturales, singularmente con los ciclos lunares.

Ellas estaban hermanadas y armonizaban con la luna en su forma de preñarse y vaciarse, de llenarse y desaparecer.

Las mujeres de mi narración se sabían integrantes de algo superior a ellas, un misterio que las conectaba con los ciclos mayores, con todo lo que estaba a su alrededor y dentro de ellas.

Sabían de un universo exterior idéntico y reflejado en un universo interior, compuesto a su vez por universos cada vez más pequeños, fractales del primer universo grandioso contenedor de todos los demás.

Eran versadas en escucharse y si lo hacian en profundidad, alcanzando su parte más interna, podían llegar a una información intrínseca, que siempre ha estado ahí, esperando esencialmente a que llegasen a ella. Sabían que esta información era solamente un recuerdo y ellas encontraron la forma de acceder a él.

Las brujas sabían que el alma habita en cada ser animado, de ahi su nombre. Que es el principio que  alienta la vida, y que debe ir evolucionando mediante aprendizajes, mediante ciclos continuos.

Intuyeron y comprobaron que todas las almas estaban conectadas, que formaban parte de un todo mayor.

Experimentaron y vieron que todo tiene una vibración, y que todas las vibraciones pueden ayudarse a sintonizar en la misma frecuencia. Aunque cada ser tuviese diferentes y especiales propiedades, diferentes aptitudes, diferentes dones.

Estas sabias mujeres reconocían que si cada alma era capaz de comprender esta conexión con el resto del universo, sabrían que todas eran necesarias para la evolución común. Todas tenían la responsabilidad de todas las demás, no debería existir la envidia, ni el egoísmo, porque todas eran necesarias, y con el crecimiento de una, todas evolucionarían juntas.

Eran capaces de descifrar los mensajes que les llegaban cuando dormían, sabían que el sueño las ayudaba a viajar y cuando regresaban, venían con las contestaciones a las preguntas que hacían. Conocían las respuestas que les daban en forma de imágenes, sonidos, historias, que morían a la consciencia con el despertar del cuerpo dejando en sus memorias lo necesario.

También conocían cada hierba, planta, arbusto, árbol, sabían que ellos a su vez poseían un alma, un alma con una capacidad y una vibración asimismo diferente.

Todos y cada uno de ellos tenía la capacidad de sintonizar con algún desequilibrio. Ellas sabían de estos atributos y de las proporciones a utilizar, todo en su justa medida.

Probaron las propiedades en sí mismas y descifraron que una pequeña cantidad podría ser sanadora, pero una cantidad un poco mayor podría ser mortal, buscaron y encontraron el equilibrio perfecto, según su uso.

Comprobaron también que las plantas se sincronizaban energéticamente para sanarse a sí mismas y para ceder su energía en favor de la vida común.

Reconocieron las propiedades de ciertas raíces, cortezas, hongos… para ayudarlas a conectar con el mundo invisible, cada una de ellas tenía una capacidad enfocada básicamente en correr el velo de lo desconocido.

Gracias a ellas pudieron comunicarse más fácilmente con ese mundo incorporeo, pero existente. Sabían de su ayuda pero también de sus peligros. Gracias a su apoyo, ellas eran capaces de volar a este mundo etereo…

Ellas volaban al plano espiritual y se comunicaban con ese otro lado oculto.

Al igual que las plantas, conocían la ayuda mineral, sentían la vibración particular de cada piedra, gema o metal, sabían que ellos eran la tierra misma. Todos ellos eran porciones de las profundidades terrestres y estaban compuestas de los mismos materiales que ellas mismas, así que utilizando sus propiedades podían llegar al equilibrio saludable de la vida.

Amaban a los elementos, a todos ellos.

– Conocían el agua, la base fundamental de la vida, y sabían utilizarla para sanar. Se sumergían en ella, era sagrada, purificaba, limpiaba, hidrataba. El agua era su amiga.

Descubrieron que el agua estaba viva y que era cíclica igual que el alma, igual que ellas mismas. El agua seguía un ciclo eterno y era la misma en cualquier parte del mundo.

Gustaban sentirse amadas por la lluvia, mojadas por su calidez o por su frescor. Sentían su composición interna básicamente formada por agua, la que las refrescaba, calentaba, humedecía, saciaba.

Amaban los lagos, los ríos, el rumor de su movimiento, la grandeza de los océanos.

– Su amor por el aire era intenso, sabían de su necesidad para la vida. Los aromas y melodías que traía el viento, la suavidad de las brisas, sus caricias dulces que las hacía sentir amadas.

Adoraban lo que el viento traía, sentían la relación amante entre los rayos y los truenos en la inmensidad celeste. Amaban la dualidad de los días, su nacimiento con el calor que el sol traía y su cenit con el frescor y la magia nocturna.

Aprendieron que esa palabra que los demás llamaban brujería, pero que representaba su propia sabiduría, era la que les mostraba la calidez diurna y también el sendero de profundización interior que reproduce la oscuridad de la noche.

– Igualmente conocían el fuego, el fuego físico y el fuego interior.

Utilizaban el fuego físico para preparar sus remedios y su alimento, lo utilizaban para calentar sus ungüentos y en sus sanaciones.

Empleaban el fuego interno para lograr el equilibrio mental, emocional y espiritual, para utilizar su sensualidad femenina y su sexualidad a niveles trascendentales.

Ellas eran puro fuego, y estaban en comunión continua con él. En muchos de sus rituales, en sus danzas y canciones nocturnas, en sus peticiones y en su hogar.

– Pero por encima de cualquier elemento, amaban a la tierra, la sentían como espíritu grandioso que las animaba, que animaba su gran mundo, ella era la que les proporcionaba todo el sustento: los alimentos, los remedios, la vida y el cobijo. Y como parte más importante de las cosas importantes que las rodeaba, la llamaron Madre. Sentían que las había cobijado, cuidado, parido, se sentían sus hijas sagradas y sus mensajeras para el resto de los humanos.

Gustaban de caminar descalzas en ella, sintiendo a la madre en las plantas de sus pies, sintiendo la conexión profunda con ella. Al caminar descalzas sentían el pulso de la tierra, el latido vivo de cada parte que la integraba. Gustaban tumbarse sobre sus rocas calientes por el sol.

Escuchaban a los animales, sabían de los cambios y de lo que las rodeaba a través de ellos, también los utilizaban para sus sanaciones, para sus remedios, y aprendían de sus comportamientos para sus propias vidas.

Aprendieron de ellos a cuidarse, convivir, construir sus hogares, protegerse, huir de los peligros, oler el aire, escuchar el viento, conocer los elementos.

Pero lo más importante, aprendieron de ellos a traer a sus hijos al mundo, ayudaron al resto de mujeres en este sublime momento. Se convirtieron en parteras, y con ello en las que hacían posible la vida.

Conocían los misterios y se sabían confidentes y núcleo de estos grandes misterios. Se supieron erigir en observadoras de los mismos, y enfocaban su total existencia en desentrañarlos.

Su vida estaba encaminada y focalizada en descubrir los secretos que la tierra tenía para enseñar. Aprendieron mediante la observación continua todo lo que ella les mostró, y a estos aprendizajes se los bautizó con una palabra sublime y sagrada, representación de la divinidad intrínseca a estas mujeres, y esta palabra es: magia.

Entonces la palabra magia era equivalente a conocimiento, aprendizaje, sabiduría, hermandad con la tierra y sus estaciones; con la luna y sus ciclos; con los astros y su continuo movimiento; con el cosmos y su continua expansión… Para ellas ese era su significado, pero el resto de mortales lo siguió llamando brujería, y para ellos era desconocimiento, misterio, miedo.

Pero que las llamasen brujas no provocó que dejasen de sentirse consejeras, amigas, confidentes, guías y maestras.

Ellas ayudaron al resto de humanos a evolucionar, a recordar su misión y propósito, les ayudaron a recordar, a despertar. Pero de esta leyenda hace mucho tiempo, y este tiempo transcurrido ha caído como una losa sobre este despertar. Y los humanos cayeron de nuevo en el olvido, solo quedó el recuerdo y con el pasar de los años solo quedo el nombre: bruja, junto con el miedo, y las historias que todos conocemos acerca de las brujas…

Antes de este olvido, ellas tenían claro que los aprendizajes serian integrados más rápidamente mediante el amor, pero esta gran losa hizo que este concepto se olvidara. Con el paso del tiempo olvidaron, y creyeron que el alma evoluciona a través del dolor, esto provocó que sus recuerdos quedasen dormidos y empezaron a sufrir para superar pruebas.

Y aquí comienza otra leyenda, esa leyenda oscura, de miedo, odio, desfiguración, suciedad y falsedad hacia las mujeres sabias, hacia las brujas. La humanidad nos masacraba, nos quemaba, por envidia, por temor, y por tener sabiduría, rebeldía, independencia, cosa que los hombres no comprendían, ni aceptaban, solo temían. Nos mataron tanto a nosotras, como a otras muchas mujeres inocentes que querían hacer valer sus derechos… Provocaron que nos escondiésemos a estudiar en la oscuridad, pero nuestros conocimientos no cayeron en el olvido…

Porque las magas actuales, somos ya distintas, tenemos grandes trabajos por hacer, traemos misiones especiales y paso a paso vamos conociéndolas y despertando de nuevo de ese largo sueño.

Vamos recordando, superando vidas, integrando vivencias y acercándonos a la evolución total de nuestras almas.

Lo que estaba oculto en nuestro interior, como nuestro profundo tesoro, está siendo recordado. Pero no solo eso, las magas que nacen a día de hoy no necesitan recordar, ya traen los conocimientos integrados, solo deben vivir su vida, crecer y aprender a manejarlos.

Y así, cuando el odio se fue diluyendo, comenzamos a regresar vida tras vida a ciertos lugares especiales de nuestra gran madre. Allí nos reconocemos, vamos encontrándonos en nuestros sueños, nos recordamos.

A nuestros recuerdos regresan reminiscencias de claros de luna entre árboles milenarios, ofrendas a la madre atravesando antiguos y oscuros bosques. Paseos llevando en nuestros brazos ofrendas preciosas, guirnaldas de flores, frutos y frutas frescos, agua y esencias.

Purificaciones desnudas en lagos, rezos y abrazos.

Mujeres seguidas por niñas y precedidas por ancianas, portando en sus manos antorchas encendidas, siguiendo el camino hacia los altares.

Danzas y secretos antiguos compartidos en círculos formados por árboles y grandes piedras.

Altares sacralizados para cada ocasión, donde cada una deposita su ofrenda.

Miradas a la oscura cúpula celeste, en la que habitan las luminarias que nos contemplan y nuestra hermana luna. La observamos y ella nos observa y nos alumbra en estas noches oscuras, nos reconoce y nos ayuda. Baja a nosotras, nos posee y le ofrecemos nuestra melodía dulce.

Las caderas comienzan a moverse, con una cadencia lenta y profunda, sensual.

Nuestras voces se unen y sincronizan, se elevan al cielo y nos unimos a él.

Los pies descalzos sienten a nuestra madre que nos invita a danzar de manera más intensa, ofreciéndonos su energía ancestral.

Nuestra danza ya no está prohibida, nosotras ya somos accesibles, y ofrecemos este baile eterno a nuestra madre, nuestro padre, nuestra hermana, a nosotras, celebramos con ellos.

Las voces y las danzas se vuelven desenfrenados, hacemos crecer la  energía.

Invocamos a nuestras ayudadoras, ellas aparecen, se muestran, flotan a nuestro alrededor, danzan en torno nuestro, se sientan tras nosotras, cada una con su descendiente, ofreciéndonos sus conocimientos, su ayuda, sus silencios, su luz…

Yo las veo, las escucho, viajo con ellas en mis noches, y recuerdo con cada sueño quien soy.

Marié.

Fuente de la imagen de entrada: clarodeluna.

¡Aquí sigo y aquí seguiré eternamente!

¡En mí vive mi primera bruja!

¡En mí viven todas las brujas que fui, la bruja que soy y todas las brujas que seré!

¡Vida tras vida!

 

¡Namasté!

 

 

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