Aquí deseo seguir

Escrito por Marié

25 de octubre de 2021

Holaaaa… Hola de nuevo, saludo a nuestro astro padre como cada día. Sigo aquí, siempre aquí, y aquí deseo seguir, aprendiendo, escribiendo, compartiendo …

«Dicen que antes de entrar en el mar, el río tiembla de miedo. Mira para atrás todo el camino recorrido, las cumbre, las montañas, el largo y sinuoso camino abierto a través de selvas y poblados, y ve frente de sí un océano tan grande, que entrar en él solo puede significar desaparecer para siempre. Pero no hay otra manera, el río no puede volver. Nadie puede volver. Volver atrás es imposible en la existencia. El río necesita aceptar su naturaleza y entrar en el océano. Solamente entrando en el océano se diluirá el miedo, porque solo entonces sabrá el río que no se trata de desaparecer en el océano, sino de convertirse en océano.»

 

– Khalil Gibran

La vida es como una melodía y la primera nota de todas mis melodías es siempre agradecer.

El agradecimiento es la semilla, la simiente eterna de la iniciación, y al germinar me ofrece sus más hermosos frutos.

Por eso, al alba, cuando comienza a clarear el día, el amanecer me da la oportunidad de decir una oración, un agradecimiento que puede parecerse a este:

Gracias a quien se ocupa, por este amanecer, porque hoy vuelve a resplandecer el sol, por todo cuanto es vida en torno a mí, te doy gracias amor.

A continuación y antes de iniciar mis faenas, trenzo mi vida con la vida natural. Entrelazo mi respiración con el aire que me alienta, atiendo a los susurros que me acerca el viento, fraguo en mi imaginación un mar, un monte, un lago, un campo, un antiguo bosque. Escucho con sigilo a mi corazón, mi interior, entreoigo lo que me dice única y exclusivamente a mí…

Y así, la magia de su sonido, bum-bum, bum-bum, me adentra en esta nueva oportunidad de crecer, en este inédito día que puedo inaugurar. Y mi biografía continua…

Dispongo de unos segundos para observar, para sentir sin pensar, para fluir…

El mar de olas profundas, pero suaves, que se trenzan con mi existencia, vadean el umbral de mi realidad, traen a mi vida la unidad, me recuerdan el todo del que formo parte.

Todo ello hace germinar mi veneración, mi entusiasmo por este nuevo amanecer y me provocan, como cada día, a acercarme a mi ventana abierta. Esa ventana que siempre se mantiene a mi disposición.

Y me acerco a ella a observar como cada jornada, y allí siguen, al fondo, con una existencia aparentemente impasible, en la claridad del horizonte, observándome desde la distancia, las montañas… Y comienza a crecer en mí esa extraña sensación, sentimiento y pensamiento sublime, único… algo que los formidables montes comparten solo conmigo.

Esa palpitante naturaleza, abierta a todos, me provoca amplificar mi libertad, la libertad de la humanidad, ayudando a reducir las necesidades, ayudando a conocer la libertad de nuestro espíritu.

Y tras entrar de nuevo al calor del hogar, percibo un susurro, una vibración, que me llama, para decirme que jamás deje de ser la viajera fiel, amante del amor.

Regreso a la ventana, esta vez a otra de mis ventanas. En esta ocasión, al asomarme, veo que la naturaleza vive libre en cualquier lugar, que esta tierra es suya y para nosotros es solo un préstamo, los árboles hablan, y eso es lo que dicen.

Lo sé porque mi árbol me habló, me habló durante el tiempo que vivimos juntos, me hablaba diariamente mientras no podía moverme de mi lecho. Sus hojas se movían para mí, me saludaban cada vez que mi vista vagaba de mi cama al exterior, por las mañanas, tardes e incluso noches, cuando la luz de las farolas formaba sombras sobre mi balcón.

Siguió haciéndolo hasta que decidieron enviarlo a la eternidad.

Nuestra despedida fue sentida, pero él supo cuanto me ayudó, tuve tiempo de abrazarle, de darle las gracias por lo compartido… y parte de él continua conmigo, acompañándome en mi camino espiritual, ayudándome a ayudar.

Si no puedes entender lo que digo, despierta, estás dormido. ¿No puedes oír lo que dicen los pájaros con sus cantos? ¿Ignoras los aromas que trae la atmosfera? ¿Te olvidaste de abrazar a los árboles?, de compartir su sentir, su amor, su compañía, sus susurros… su energía.

Yo los siento, los amo, y me considero afortunada porque, estas percepciones me llevan a evocar y a sentir, cada vez más habitualmente, el significado de la palabra amar, el significado real del amor, amor desde y para toda la vida que me rodea.

Con el correr del día, mi agradecimiento se amplifica por poder ver la luz, ver las nubes, extasiarme con el alegre canto de las aves, percibir los aromas de la lluvia…

Esas aves me muestran como elevarme, como poder volar cada día más alto, convirtiéndome en águila, en halcón, en cóndor. Y desde allí observo…

Esa altitud me hace extrañar a los que me hablaban desde el corazón, aquellos que me contemplaban desde el más puro amor.

Y con ello, de nuevo, aparecen en mi memoria mis abuelos, todos ellos, y desde esta remembranza, otra razón para agradecer: haberlos conocido a todos…

Evocaciones de mi abuela comenzando a encender el fuego, evocaciones dando las gracias por los frutos, celebrando la noche, agradeciendo a las estrellas.

Ella, mi abuela, valiente, noble, fuerte, libre, dispuesta a poner en mí su ejemplo de sacerdotisa capaz de vencer todas las pruebas… ejemplo de mujer.

Y mi corazón permanece atento a los ecos lejanos, mi vida, gracias a todos estos grandes ejemplos de amor, es una ceremonia sagrada. Encuentro en cada rincón de mi existencia un altar en el que adorar a mis ayudadores. Gracias a las alas que pusieron a mi disposición, siento la urgencia de volver a volar cada día, siento reverencia por este maravilloso regalo.

Porque al volar me hago cada vez más grande, más alta, más extensa, me siento expandir, siempre buscando la luz, el sentido de mi existencia.

El sentido profundo de mi existencia me desafía y mi cuerpo quiere danzar con todos ellos, con todos mis ancestros, cuando comienza a atardecer.

Con este ocaso, como cada día, siento a mi espíritu cabalgar en mi interior con la intención de volar libre.

Y me hace pensar que vivimos caminando en nuestra tierra, pero nunca podremos encarcelar a nuestro espíritu.

Ciertamente puedo comprobarlo al regresar, como cada anochecer, a los brazos de Morfeo, este dios dirige mi percepción hacia el convencimiento de que mi espíritu volverá esta noche a volar en libertad.

 

¡Y de nuevo me dispongo a agradecer, esta vez a ellas, las luciérnagas nocturnas, por el término de otro día!

 

¡Namasté!

 

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