Muy mujer

Escrito por Marié

3 de junio de 2022

Cuando pienso en mí

 

Ocurre de cuando en cuando, como decía mi abuela Esperanza, pero ocurre. Ocurre que en alguna ocasión pienso en mí un poco más de lo habitual. Y en esos momentos me redescubro, siento admiración por lo que soy (eso me lo enseñó mi abuela Carmen). Me siento muy mujer, muy intensa, muy alegre, muy enérgica y sobre todo, muy viva. Y admiro mi condición de mujer.

En la vida presente me siento totalmente identificada con mi feminidad, me enseñaron a bendecir cada parte de mí. He nacido mujer por alguna razón y ella es superior a mí. Me siento bien siendo mujer y vivo desentrañando día a día los mensajes.

Ella me decía: eres bendita, eres creadora, eres grande, siente tu poder.

Sus palabras entonces y sus recuerdos después, recuperan para mí la sensación de estar presente, de estar en mí, (cosa que ocurre desde mi más tierna infancia), su recuerdo me hace sentir como si retornase a mi hogar. Regreso a mi niña, a la Marié que aporta a mi presente esa dosis de locura que provoca que el sentido mismo de mi existencia se base en las enormes ganas de expresarme y de compartir.

Es mi santuario interno el que me convoca de regreso, y yo obedezco en silencio. En silencio abrazo los cambios intensos y profundos que están ocurriendo en nuestro planeta.

Las desafortunadas circunstancias provocan un impulso en mi poder, aumentan exponencialmente mi potencial creativo y mi confianza femenina para enviar amor a esa oscuridad. Mi amor crece en las circunstancias adversas y lo envío desde lo profundo de mi alma, para sanar a cada alma. Lo gestiono desde mi esfera brillante rebosante de amor y protección.

Ella me devuelve en cada instante a mi perfecto santuario, el legado de mis ancestras. Es el emisario que vuelve ocasionando una formidable cantidad de energía femenina, creativa y creadora, dadora de vida.

Aumenta mi fuerza transferida por mi amada tierra. La tierra me abarca, siento esta pertenencia en mi interior. Percibo en mi presente la unión a este pequeño planeta, perdido en la inmensidad oscura.

En este preciso momento me siento inmersa en toda ella, pero de ningún sitio en particular.

Agradezco la conformidad del universo, su aprobación, la luminosidad que, como una bendición, me envía cada noche la luna. Disfruto mi hermandad con toda la naturaleza, y la sincronía con sus hermosos ciclos.

Me sé mujer y observo como mi fuerza proviene de peregrinar por el sendero del amor y de la alegría.

Percibo la llamada de mi alma y como me acerca al sentido profundo de pertenencia a mis seres queridos, a mis amigos. Pertenezco a las personas con las que he compartido los más preciados momentos, esos momentos que están impresos en el universo y que nadie nunca podrá borrar.

Igual que les pertenezco, ellos también me pertenecen.

Los eslabones que nos asocian están ligados de tal modo que no hay forma humana de separarlos. Esta cadena extraordinaria forma un uno con el todo, con la luna, el sol, la tierra, la divinidad y la magia que nos contiene a todos.

Vive algo hermoso en mi interior y necesito ofrecerlo al mundo, advierto como esa magia se mueve dentro de mi corazón en forma de amor.

Me siento bendecida como mujer, recuerdo y viajo a los momentos que me hacen sentir profundamente creativa, sensible y sensual, aunque a veces un poco atolondrada o caprichosa.

Conozco la manera de manejarme, fortaleciéndome diariamente, despejando mis propias actitudes, redescubriendo mis dones. Me ilumina la energía universal y me ayuda a desarrollar mi más alto potencial femenino. Es algo que cada día experimento como si fuese la primera vez, pero en cada oportunidad lo siento de manera más profunda.

– Foto de entrada: Shutterstock

Estas palabras que estás leyendo te pueden resonar como mujer, percibo que somos las convocadas a transformar el planeta, siento que tenemos algo hermoso que ofrecer. Vivimos rodeadas de embrujo y sentimientos maravillosos, traemos los milagros y las energías de la vida.

Cuando llega la noche la magia que me rodea crece, acercándome impresiones indescriptibles de inmortalidad, me hace sentir eterna.

En esas horas en las que la suave y plateada luz de la luna roza mi piel, acariciándome suavemente, me provoca tararear antiguas melodías. Siento que ellas son eternas y nos envuelven desde el amanecer del tiempo.

Cada día observo a mis ayudadores, se acercan a alentarme en estos tiempos de expectación.

Agradezco sus aportaciones para recordarme quien soy, por brindarme esta sensación profunda de pertenencia.

Gracias por permitirme retroceder y por mostrarme como poder observar con perspectiva.

Gracias por ayudarme, de este modo, a sintonizar con el itinerario escrito exclusivamente para mí con profundo amor.

Durante otras noches oscuras, profundamente sombrías, donde la luna me da la espalda, siento como mi energía duerme, pero sigue conmigo, acechante, preparada para cuando la necesite.

En esos instantes me permito descansar, relajarme, contemplar mis profundas y a veces incomprensibles sensaciones y adormecerme en ellas. Entonces me permito también abandonarme a la tristeza, necesaria a veces. La abrazo, la conforto con mis lágrimas. De esta forma, cuando regresa el astro padre tengo el alma fresca, preparada para experimentar de nuevo el universo viajando por mi cuerpo.

A mi mente llegan imágenes: sangre, savia derramada por oscuros árboles, personas, el interminable y a la vez vertiginoso caminar de todo ello en la eterna dualidad. Luz seguida de oscuridad, oscuridad seguida de luz. Vida, muerte, vida. Un rojo atardecer, otros rojos amaneceres, el también color rojo de la sangre, todo ello en un movimiento incansable hacia el infinito.

Siento que mis abuelas me hablan, mis bisabuelas, mis ancestras caminan hacia mí entre esos árboles oscuros, me muestran sus rostros, sus manos, sus vestiduras tan diferentes entre ellas y tan distintas también de las mías. Se acercan, toman mis manos y tiran de mi cuerpo despacio hacia el claro de un bosque, la luna se refleja intensa en el blanco y largo cabello de una de ellas, la más anciana, la de la sonrisa perfecta, bondadosa y sabia. Ella es importante.

Todas me dan la seguridad que en algún momento siento que me falta. Cuando tengo frío, ellas deslizan sobre mis hombros un manto negro y cálido. Mi cuerpo menudo se pierde en su interior, reconfortado y seguro, integrándose con el universo.

Gracias abuelas, gracias hermanas. La luna sigue su camino diario y continúa bajando por la bóveda celeste hasta perderse en la copa de los borrosos árboles.

Cuando desaparece detrás de ellos, siento que he sanado, mi mente está despejada y despierta. Mi energía está totalmente recargada, mi feminidad profundamente anclada en mi interior.

Oigo un susurro, escucho y percibo un suave suspiro, no puedo ver en la profunda oscuridad de la noche, no tengo miedo, pero siento que todas ellas me observan. No tengo miedo porque percibo el calor de sus corazones enviándome el amor más intenso que jamás he sentido. En esa oscuridad puedo oír sus silencios tan cuidadosamente pensados, y expectante abro mi corazón a su infinito amor.

Las estrellas continúan su camino nocturno en la cúpula que nos cubre, dando paso a una luz tenue. Esta incipiente luz me permite volver a ver el rostro de mi abuela más anciana. Al observar su cuerpo veo que es menuda, grandes arrugas surcan su rostro, hay un brillo intenso en sus ojos y se mueve con gracia y gran agilidad. Suavemente, se acerca a mí depositando en mis manos un pequeño lebrillo de barro blanco.

Otra de mis abuelas también se acerca e introduce en el cuenco unos trozos de fruta y unas especias de dulce aroma.

Seguidamente otra de ellas vierte despacio, sobre la fruta, un líquido espeso, de color rojizo oscuro y de aroma dulzón, creo que es vino. La siguiente se acerca y hace unos gestos sobre el galipuche preparado, dando su bendición y ofreciéndomelo a beber.

Lo tomo, lo acerco a mis labios y un sabor intenso, dulce y ácido, picante y suave llena mi boca.

Su efecto al ingerirlo es de calor al pasar por mi interior, baja por mi garganta arrastrando los nudos que en ella estaban escondidos y sigue su camino arrastrando también otros nudos más profundos.

 

Baja hasta mi parte más íntima y despierta mi feminidad intensamente.

 

¡Gracias abuelas por estar siempre para mí!

 

¡Namasté!

 

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