Y femenina, como la luna que nos representa, mitad luz, mitad oscuridad. Llena o vacía. Ella me hace sentir muy mujer de nuevo.
– Cuadro de entrada: Ingrid Tusell
Y como ella, reflejo en cada ciclo una parte de mí.
Ahora estoy viviendo un ciclo tranquilo, de observación, más de lo normal si cabe.
Un ciclo ni oscuro ni claro, intermedio, quizás un poco estático.
Me siento identificada con las estatuas de las diosas, sordas y mudas… silenciosas. Y a pesar de ello me siento muy viva y siempre presente.
Me gusta sentir esta quietud, a veces; adoro situarme recostada en posición fetal dejando que el silencio me envuelva.
Me adormezco formando un círculo con mi cuerpo plegado sobre sí mismo, como protegiendo algo invisible.
Me traslada a otro tiempo, cuando en su interior bullía otra vida.
Abrazo mis piernas con la frente apoyada en mis rodillas.
En esta postura vuelve a mis entrañas la sensación de albergar vida, las pequeñas vidas que se formaron en mi interior, en la misma colocación que ahora tiene mi cuerpo.
Recupero esta memoria del infinito y la traigo a mi presente… esa bella sensación, la sensación indescriptible de no estar sola, de servir de cuna, de alimento y de abrigo.
Es algo difícil de definir, es vivencial.
Y a esos mágicos momentos regreso en ocasiones, donde la magia era lo único que existía… me transformo en barro, en agua y fuego, en sangre y aire, en pura vida. Y solo siento.
Allí no hay dolor, los dolores me dejan descansar para que mi cuerpo pueda albergar feliz ese milagro, para que pueda crecer el fruto con todo el amor posible.
Siembra, germinación, maduración y acogimiento… vida.
Toda vida es milagro.
Observo todo.
Todo es amor y es bendición.
No quiero cerrar mis ojos a esto. ¿Eres capaz de verlo?
Estando inmersa en estas sensaciones es inevitable que mi maestra de cabellos blancos se asome a mis pensamientos.
Siempre comparece para actualizarme sus enseñanzas, su amor por la humanidad, por la descendencia, por la naturaleza, por su feminidad y me muestra en su longevidad todo lo vivido.
Ella emerge en mis pensamientos de entre los árboles de mi espeso bosque, e irradia su sabiduría sobre mi propia feminidad. Es la que me enseña, a diario, a sentir este inmenso favor de ser mujer.
Ciertas veces es aire, otras es aroma, otras más es un suave roce, quizás en alguna circunstancia toma asiento a mi lado a oscuras, en silencio o tarareando viejas y suaves melodías.
En otras ocasiones, siento su caricia en mi cabello, cierro lo ojos y me dejo llevar por las sensaciones, advierto sus arrugadas manos trenzando mi pelo, tomando alguna flor de su jardín y poniéndola sobre él.
Sigo soñando y, como suspendidas, entramos de la mano en el recinto espacioso y en penumbra.
En el ambiente hay un ligero olor a húmedo, a tierra y agua, a especias y a chocolate.
Caminamos en dirección a un armario que utiliza como despensa y elige ingredientes para preparar pan.
Todo lo realiza despacio, casi flotando sobre el suelo.
Nos dirigimos hacia la estufa, donde enciende un fuego. Sus llamas calientan mi rostro y esperamos hasta que las brasas están listas.
Mientras esto sucede nos encaminamos al huerto y al acercarnos nos inunda una fragancia profunda y embriagadora, el de las flores del lilo. A él se suma el perfume del jazmín real, y la preciosa vista, al fondo del huerto, de las fresas en flor y el aromático azafrán.
Son sensaciones eternas y otras esencias inconfundibles se unen a estas, el de los enormes y amarillos melocotones y el de los dulces higos.
Rodeadas de estos aromas adorados, recogemos patatas y pimientos para la cena.
Regresamos al frescor del cobertizo.
Alguien aparece por la verja delantera para regalarnos un conejo.
Salimos a recibirlo y nos vuelve a inundar la fragancia de la naturaleza, esta vez de las pequeñas rositas de pitiminí, de las azucenas y del enorme romero en flor.
Mientras caminamos, me cuenta, me cuenta, me cuenta y toda la información es valiosa.
Sus relatos hablan de abejas, de miel y azúcar, de frutas frescas, también de frutos secos, nueces y almendras.
Me enreda en sus historias, bendice lo que toca.
A cada momento me muestra el espíritu grande y poderoso que asoma siempre a sus ojos grises.
Existe una riqueza inmensa en su interior, y puedo ver su parte sabia y antigua, sus pasiones.
Advierto en su presencia al espíritu universal, por cada poro de su ser rebosa su propio espíritu unido al todo. Es toda luz.
El día transcurre tranquilo, llega la tarde, la luz va dando paso a la oscuridad y las sombras van alargándose.
Se encienden candiles y velas, no hay luz eléctrica y la sensación es atemporal, eterna.
Me mira, sonríe, y comienza a cantar, no es un tono perfecto, pero para mí es la más dulce melodía.
Canturrea bajito, como dejando deslizar suavemente cada palabra. Y yo escucho sus canciones, todas tienen algún mensaje para mí.
Camina limpiándose las manos en el delantal, y llega hasta mí su mezcla de aromas. Es un conjunto de aromas imposible de olvidar… flores, harina, especias, ajo, pimientos, higos y ternura.
Sus arrugas me hablan de dolor, pero también de alegría, de vida intensamente disfrutada, de días antiguos y alegres, de sensualidad y picardía.
Aunque no es lo que quiere mostrar.
Se acerca a mi oído y me dice bajito que trate siempre bien a mi cuerpo, que coma frutas frescas y hortalizas. Me descubre cómo secar frutas y como conservarlas de diversas formas.
Me dice también que me trate con amabilidad y me acepte, que soy el pequeño brote de una preciosa flor.
Si me alejo, me llama: – ¡Ven salero!, vamos a unos recados! Y me lleva a caminar por los alrededores.
Paseamos cerca del río, visitamos los huertos y las granjas dirigiéndonos al manantial para recoger su dulce agua.
Siempre le gusta estar en contacto con la naturaleza, sintiendo su hermosa energía y explicándome continuamente nuestra similitud con ella como mujeres.
Caminamos dejando atrás la antigua estación y allí está, el manantial de agua fresca y cristalina. El lugar tiene un efluvio antiguo, a madera y a barro, a frescor y a las zarzas que lo rodean… volveremos en septiembre a disfrutar de sus gordos y morados frutos.
Continúa explicándome cosas, me dice que también sea amable con los demás, es importante.
Me alienta a que siempre ayude a los otros a encontrarse.
– ¡Serás guía de muchos!, – me dice a veces. Entonces no la entendía, hoy sí.
La energía en torno nuestro es siempre mágica, y se percibe perfectamente.
Cada persona que pasa a nuestro lado le ofrece un saludo y le dice lo joven que parece a pesar de su edad.
Ella sonríe, su aspecto no es importante para ella, no en esos momentos.
Seguimos caminando, cogemos un poco de hinojo a un lado del camino y me explica que en mí se van a dar maravillosos cambios.
Me aclara que voy a necesitar tiempo para adaptarme a ellos, pero que es lo normal, todas los hemos tenido. Menciona que debo estar tranquila, que será como un nuevo nacimiento.
Me ayuda con sus palabras a disponer mi mente y mi cuerpo, me dice que anote en mi memoria todo lo que sienta.
Pero yo no confío en mi memoria, así que escribo todo, desde entonces, en un pequeño diario, el diario de mis vivencias. Ahí está escrito todo, y es precioso volver a revivir cada historia.
Me dice que aprenda a percibir en mí la parte espiritual y que espere con amor la bendición de lo que está por llegar.
Mi primera sangre fue en su compañía, en mi querida Écija, en mi casa de Villanueva del Rey, entre aromas andaluces a chumbera y a parra, a especias y aceite. En mi vida siempre han sido importantes los aromas, esos que al cerrar los ojos te transportan y te hacen sentir.
Lamentaba ser demasiado pequeña, recuerdo que tenía 9 años y me disgusté un poco, tenía dolor, cansancio, irritabilidad y ella solo reía.
Con su risa ahuyentó mi sangre, que no regresó hasta pasado un año. Transcurrido ese año tuve que darle de nuevo la bienvenida, y he viajado en su compañía hasta el momento en que ella se despidió de mí.
Por eso hoy mis días son más tranquilos, más lineales y equilibrados, son perfectos.
Mi gran maestra de cabellos blancos me reveló como aceptar todos estos mágicos procesos.
Ella con sus ejemplos, me expuso como amar mis ciclos, los rojos, los blancos, los vacíos y los fecundos.
Tengo que agradecerle también a ella, el haberme sentido toda mi vida afortunada por ser mujer, mujer como ella y por mi bendición roja.
Nunca he renegado de mi sangre, todo lo contrario, la acepté y la bendije.
Nunca he sentido mi cuerpo castigado, las molestias y cambios han sido, gracias a sus explicaciones, un proceso de autoconocimiento. Momentos diferentes, de soledad, de máxima energía, de creatividad, de recogimiento…
Y cuando a mi vida llegó la posibilidad de investigar sobre la menstruación por diversos medios, me sorprendió agradablemente leer sobre la mujer y sus ciclos, sobre los cambios en cada fase, explicado de manera similar a como ella me habló siempre sobre ellos.
Le agradezco a ella y posteriormente a varias escritoras y algún que otro escritor, por haber puesto tantos conocimientos a disposición de todo el mundo.
¡Me he sentido enormemente afortunada!
¡Sobre todo porque gracias a esta bendita sangre, crecieron mis ramas, ramas altas y hermosas!
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