¿Eres feliz? Buena pregunta. Viajamos por esta singular existencia preguntándonos demasiadas cosas, y todas no tienen respuestas para todos. Ante el rencor, la envidia, el egoísmo, la ignorancia, y otras tantas, incluso las llamadas pecados capitales, mi respuesta es felicidad.
Pero esto no es del todo correcto. Dependiendo del momento en que me preguntes, esta respuesta será más o menos correcta.
Si cogemos la respuesta en cada momento y la descomponemos, en sentimientos, en pensamientos, dolores o placeres, incluso en letras, la respuesta siempre será diferente.
Quizás porque la felicidad completa, como tal, no existe, sería imposible vivir siempre feliz, dejaría de llamarse felicidad y tendría otro nombre.
Creo que existen momentos felices que pueden ser comparados y viven gracias a otros momentos menos felices o incluso infelices.
Estar alegre o mostrar alegría, incluso sonreír a menudo, no es equiparable a ser feliz. La risa no es felicidad.
La alegría con la que algunas personas recibimos a otras, puede confundirse con ella.
Quizás las dos tengan algo en común y es que son momentáneas. Creo que si no fuese así no existirían ni tendrían razón de ser.
Cualquier mente sana no podría mantenerse en ese estado de salud viviendo un continuo estado eufórico, o de continua felicidad. Tener que volver a poner los pies en la tierra sería traumático.
Otra confusión con la felicidad, pero que para mí tiene una connotación más instintiva, más irracional y animal, y es el placer. Muchas personas confunden el placer con la felicidad, pero tampoco lo es. Igualmente, también tienen esa característica común y es que su duración es limitada. Nadie puede vivir en un estado de placer continuo ni en un estado continuo de felicidad. También tienen o dependen de estímulos específicos y ellos son igualmente limitados.
Si quieres llamar a la felicidad, alegría, pueden ser comparadas con estados puros propios. Estados de conciencia a los que llegar a través de un cierto trabajo interno o a un estilo de vida promovido al haber experimentado muchas vivencias, la mayoría decepcionantes.
Creo que podemos llamarlos paradigmas o visiones particulares de la vida.
Quizás te sientas feliz solamente por poder disfrutar de ciertas cosas que son importantes, después de haber vivido otras muchas que no lo son tanto, o no son lo que pensabas que eran.
La vida, sin lugar a dudas, después de recapacitar todo lo anterior, es para danzarla, aunque la tarea sea un poco complicada.
Bajo mi punto de vista, la danza que produce más felicidad es la que se alcanza a través de mirar por unos lentes de colores. Esos cristales de colores que todos traemos de fábrica y que van desdibujándose con el paso del tiempo. Como todo en la vida.
Las miradas infantiles, sin contaminar, observan tras ese tipo de lentes incluso cuando los adultos vemos un problema.
Por esa razón, no se puede decir que no tengan problemas, pero su manera de verlos es distinta, lea sirven para aprender y suelen jugar para su resolución, se divierten y crecen con la experiencia. Pero llegan a una edad, cuando los colores son más tenues, en las que van perdiendo esa preciosa capacidad.
Quizás la vida deba consistir en caminar de manera más empática y auténtica, como ellos, e intentar que ellos no dejen atrás esa capacidad.
Yo voto por impulsar una campaña más bonita que las habituales, más recomendable, que impulse la felicidad de todos, o que al menos, origine más momentos felices.
Creo que si el mundo fuese más feliz, viviríamos con más paz. No existiría la necesidad de inmiscuirse en la vida de los demás, ni habría violencia en las familias, violencias domésticas.
¿Luchamos por una educación pro felicidad?
Cualquier circunstancia de la vida, sería distinta, las preocupaciones consistirían en aprobar las asignaturas que produzcan felicidad, y no las que generen competitividad.
Además, cualquier persona que sienta más felicidad, conducirá a un mundo también más feliz en todos los ámbitos. En cualquier profesión, negocio o en cualquier proyecto.
Necesitamos, por encima de todo, educadores felices, doctores felices, creo que pueden ser más eficientes, más eficaces y más motivadores.
Si fuese posible esto, si la motivación real para vivir se enfocase desde la felicidad, las nuevas generaciones desesperanzadas volverían a sentir que la vida es una fiesta que merece ser vívida.
Independientemente del nombre que tenga cada día, y cada mes. De la estación y de la circunstancia.
Hay que danzar la vida.
Y con ello dar ejemplo, no consejos. Los consejos sin ejemplo es la peor de las enseñanzas. Es contradictorio.
Y la base está en el hogar. El hogar es la primera escuela y con el paso del tiempo se transforma en la escuela complementaria.
El tiempo pasado con cada uno de los hijos tiene que ser de calidad y la cantidad necesaria a la necesidad de cada uno.
Hay que acompañar cada proceso lúcidamente y lúdicamente desde el amor, que se sientan escuchados, comprendidos y sobre todo amados.
Una personeja no sentirá nunca seguridad ni felicidad si no se ha sentido amado.
Hay tiempo de todo y ellos tienen que sentir la seguridad de que son lo primero, porque realmente lo son.
Sobre todo hasta una edad en la que se dan cuenta de que son independientes, y realmente pueden vivir con independencia, sin necesitarnos.
Hay cuestiones que no se pueden delegar, mejor no invitarles a la vida.
Para mí es algo muy importante, eso, que mis hijos no me necesiten. Espero y veo que saben quererme, y deseo que sepan que voy a estar siempre, mientras la vida me lo permita, pero no son yo, ni yo soy ellos.
Y con la edad que tienen, ya está hecho todo lo que había que hacer.
Los límites se ponen antes.
El error creo que está en aconsejar de más y escuchar de menos. Cuando nos quieren comunicar algo, es porque realmente lo están sintiendo. Lo importante, más calidad en las relaciones con ellos.
No sé si he sido, ni si soy buena madre, solo puedo decir que todo lo decidido ha sido desde la alegría y la felicidad, es algo que me define, y veo la respuesta, un reflejo precioso.
Pero también desde unas limitaciones necesarias para que cada uno pudiese encontrar su lugar.
Seguro que me confundí infinidad de veces, pero entre todos hemos ido aprendiendo.
Recuerdo la infancia de mis hijos, hemos vivido a tope la naturaleza, hemos caminado descalzos por ella y por cualquier lugar que no fuese peligroso.
Hemos abrazado a árboles ancianos y a jóvenes arbustos, contemplado las estrellas, hablado y escuchado a los animales. Nos hemos tumbado sobre gigantescas rocas y hemos escuchado las profundidades de la madre, hemos disfrutado de su aroma cuando está mojada.
Hemos conseguido rocas y piedras con el permiso de los bosques y los ríos. Conchas y caracolas con el permiso de la arena y del mar.
Hemos cocinado juntos, hemos saltado sobre charcos y hojas secas, nos hemos manchado de barro, de pintura, de harina y de otras muchas cosas sin preocuparnos, porque todo se puede lavar. Y los momentos son únicos, si no lo haces, no vuelven.
Con dos y cuatro años ayudaron a pintar nuestro hogar actual, cada uno con su pincel o rodillo, sus huellas también están impresas en él.
Hemos comido lo que han cocinado subidos a una banqueta sobre la encimera de nuestra cocina.
Hemos sanado nuestro corazón y el de otros con nuestras manos, y nuestras conversaciones, la magia ha ido creciendo en sus vidas a la vez que su cuerpo y su conciencia.
Les hemos dado el mismo amor y las mismas oportunidades, sin descuidar a ninguno, por supuesto, con las diferencias de que son diferentes.
Nos han visto abrazarnos, mimarnos, cuidarnos, alguna rara vez discutir, pero siempre respetándonos y siempre apoyando la autoridad de una decisión.
Hemos aprendido que la vida es más feliz si cada día alteramos un poco la rutina. Cada uno ha aprendido a descubrir sus lugares sagrados, no todos los que se llaman sagrados lo son y así lo sienten ellos también.
Han aprendido igualmente que a cada persona se le van imprimiendo diferentes huellas en el alma según las circunstancias vividas, que esas huellas son imborrables y determinarán cualquier futuro posible.
Que esas huellas de amor o de dolor, van a determinar sus actos, su vida y su manera de estar en ella.
Y después de tanto escribir, y aunque mi objetivo inicial no fuese hablar de mis hijos, mi frase resumen va a ser:
Deseo que ellos tengan un recuerdo al pensar en nosotros, el de unos padres felices que han gozado de la vida.
¡Que sigan el ejemplo!
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