El duelo

Escrito por Marié

23 de septiembre de 2024

Hay algo en la vida de todas las personas que tenemos que atravesar, a nuestro pesar, las veces que nos toque. El duelo.

Es una vivencia difícil de la que me apetece escribir, a pesar de no ser psicóloga ni experta en nada de superación.

Voy a escribir desde mi experiencia, que será similar a la de cualquier otra persona.

Solamente puedo decir lo que he sentido como chica que ha tenido que superar perdidas desde muy joven, y es algo que quizás, algunas personas no han experimentado hasta cierta edad.

Por distintas circunstancias, haber sucedido antes de su nacimiento o mas tarde en su edad adulta.

Y esto no quiere decir que no se sienta, pero las perdidas en la infancia, creo que hacen mellas profundas en el corazón.

Realmente no sé si es diferente o no, solo se lo que yo he sentido y no puede ser comparado con nada de lo que otra persona pueda sentir, somos distintos y sentimos distinto. Aunque a la vez similar.

Distintas emociones en cada persona, pero todas tan similares: tristeza, nostalgia, enfado, dolor, incredulidad y vacío, creo que son comunes a todos.

Todas ellas aparecen y desaparecen, vuelven a aparecer dejándonos aturdidos, como viviendo en un sueño.

Desconexión conmigo misma, diría yo, irreal.

Alteraciones en la noche, a la hora que mas necesitas descansar, poco apetito, o mucho, los dos me han ocurrido.

No hay nada correcto o incorrecto en los procesos, cada persona es distinta y su ritmo de sanación es único.

La primera sucedió cuando tenia solo 10 años,  marchó uno de mis abuelos, Curro Plata, mi abuelito materno, el que me crió, el que se reía de mis ocurrencias, el que me llevaba a los parques y jugaba conmigo. El abuelo al que tenia que tirar de la solapa para que bajase a mi altura a escucharme, era sordo, pero el sordo mas bueno que he conocido y conoceré en la vida. Era grandote y elegante.

Cuando contaba con 17 años marchó mi otro abuelito, Francisco Muñoz, mi abuelo paterno. Ellos fueron grandes perdidas, con los dos pasé muchas horas de mi infancia. Fue el que me enseñó a amar la naturaleza, la huerta y sus misterios, el agua, la lluvia, me enseñó que se puede refunfuñar sin dejar de ser divertido y bueno. Me enseñó la sencillez de la vida, a luchar por mis ideales, a seguir mis sueños y a no soltar nunca mis raíces. Era pequeñajo y pintoresco.

Ambos son los dueños de los apellidos que tengo el gusto de llevar junto a mi nombre. Siempre están conmigo.

Con 19 años perdí en cuestión de meses a dos personas muy importantes en mi vida. Dos primos muy queridos.

Mi madrina Maricarmen, con 32 años, esa prima que todos queremos tener y a la que nos queremos parecer cuando somos pequeños. Luego comprendemos que todos somos buenos y validos, pero ella era un amor, risueña. comprensiva, divertida, buena persona. Algo muy grande la estaría esperando allí donde tenia que marchar, para tener que hacerlo. Dejó un vacío imposible de llenar en todos, en especial en mi querida Lola, su hermana y en sus padres, mis tíos Antonio y Encarna, que ya están en su compañía. Siempre en nuestro recuerdo. También me acompañan siempre.

Y mi gran amigo y primo Armando con 20 años si no me equivoco. Una perdida incomprensible por poder haber sido evitada, pero, como siempre digo, algo mas grande que nosotros decide esto. Allí donde está sería mas necesario que aquí. Hoy, por fortuna, viaja de la mano de su madre, mi tía Rosarito. No estuve a la altura de esta perdida, no encontré el valor para ir a darle mi ultimo adiós, y aunque hablo muchas veces con él, sigo extrañándolo en esta vida.

Estas perdidas trajeron a mi vida los peores momentos, las peores angustias y miedos. Aparecieron en mi esas sombras que nunca esperas y que tanto cuesta iluminar. Con el tiempo he aprendido que quizás todas ellas tienen una razón y lo he aceptado para poder seguir sin hacer un duelo eterno.

Siempre que he tenido que afrontar una pérdida mi pregunta ha sido: ¿Como hubiese sucedido mi vida sin su ausencia? Es una pregunta hecha demasiadas veces, pero que no debería hacerla, porque como con muchas otras, nunca hay respuesta, la vida es lo que es, hermana gemela de la muerte.

El primer duelo, me hizo sentir, sumado al mio, todo el peso de los duelos de mi madre y de mi abuela, con lo que el mío propio pasó a un segundo plano. Lo viví, lo extrañaba demasiado, pero era una niña y debería haber tenido una infancia menos oscura.

Ellas perdieron a marido y padre y yo perdí a mi bondadoso abuelo, mi segundo padre, que siempre sonreía ante todo, sobre todo ante las rebeldías y los enfados, haciendo de ellos algo sin valor. Enormemente amado por toda su familia.

Tenía apenas 10 años y habíamos vivido bajo el mismo techo 9 de esos 10 años. Fue rápido y silencioso, una partida tan benevolente como el. Mi primer ángel blanco.

Nos tocó a acostumbrarnos a poner un cubierto menos en la mesa, algo muy raro y que nos costaba bastante. Pesaba demasiado ver que su lugar en ella ya estaba vacío, o que las coplas siempre presentes en casa, brillarán por su ausencia, también a la ausencia de televisión, de vacaciones, de canciones y de cualquier cosa divertida.

Fue un duro e incomprensible duelo, en el que como niñas que eramos, tuvimos que sacrificar parte de nuestra infancia y mezclar el dolor de la pérdida con las injusticias de un luto obligatorio por las absurdeces sociales (con todo mi respeto por quien decide hacerlas así, por incomprensibles que me puedan parecer). He aprendido con todas las perdidas, que ellos no quieren que les recordemos desde el dolor, sino desde el amor y desde el bonito tiempo compartido, sea mucho o poco.

He comprobado que el dolor es el mismo hagas lo que hagas, y aunque dejes de hacer otras cosas, no les estás ayudando ni honrando, solo entristeciendo.

Luego marchó mi otro abuelo, mi pintoresco abuelo Francisco, el de las manchas en sus camisas azules, el del puro y el sombrero. Una persona muy especial y divertida. Un luchador. También marcharon con él las tardes en el huerto, el sonido de las semillas de rábano con su sonido de sonajero, sus coplillas, sus poemas, esas tardes mano a mano con mi otro abuelo cantando ambos flamenquito. Mi abuelo Francisco marchó a causa de una larga enfermedad, más despacio, y más esperado. Sin ser por ello menos doloroso y absurdo (en nuestra limitada manera de ver estos temas), como todas las partidas. El segundo ángel blanco que me acompaña.

La siguiente perdida, también era esperada, por la más absurda, incomprensible y dolorosa enfermedad. Para mi, quizás la mas dolorosa, no podía comprender entonces los porqués, y tuve que aprender a vivir con la seguridad de que la fecha de caducidad cumple cuando menos lo esperas. Desde ese día me acompañó durante muchos años, un herpes muy doloroso que apareció por la incomprensión y el sufrimiento de ver partir a una persona muy joven de una manera tan cruel. Mi prima Maricarmen. Otro ángel blanco en mi vida.

Otra perdida que ya he mencionado y ahora amplío, también fue enormemente dolorosa. Mi gran amigo, el que nos hacía reír siempre por todo. El que siempre encontraba una broma para nosotras. Mi primo Armando, hoy sigo preguntándome ¿porque tan joven?. Mi hijo pequeño tiene hoy la edad de él cuando marchó, y es algo que me hace pensar en su madre, en sus hermanos. Siempre lo he hecho, pero desde donde hoy estoy es todavía mas incomprensible e injusto, más doloroso aun (a pesar de que llevo mucho intentando dar una explicación a cualquier partida, y tengo claro que tiene un significado mayor, sigue sin ser por ello menos doloroso). Esta vez por un puñetero accidente fortuito y totalmente inesperado. La vida… la muerte… Otro ángel de alas blancas que nos rodea.

No hay diferencia en el sentimiento, sea o no esperado, duele igual.

Supongo que si no fuésemos egoístas y sabiendo que el final es inevitable, elegiríamos siempre lo más rápido e inesperado. Para quien se marcha es menos traumático aunque el vacío sea el mismo.

A partir de estas perdidas, he tenido duelos continuados y dolorosos. Mención especial a mi padre, mi duelo mas intenso. Pero de él ya he escrito mucho y seguiré escribiendo…

Creo que no se sabe lo que es hasta que no te toca muy de cerca. Muy de cerca, quiero decir en alguien a quien amas.

Incluso viviéndolo hay veces que parece surrealista.

Lo único común a todos ellos es que toca aprender a vivir, de nuevo, en un mundo diferente.

Cada vació cambia un poco más nuestro mundo.

Nos va dejando pedacitos de dolor y se lleva como sustituto, pedacitos de nuestro corazón.

¿Mis consejos? Aunque no me gusta dar consejos… No, no me gusta, solamente escribo las cosas que yo hago, que haría en una situación o lo que considero mi verdad, pero no son consejos, es compartir mi sentir.

Yo he intentando siempre, pero sobre todo cuando alcancé una cierta madurez, transformar el intenso dolor en algo bueno que esa perdida pudiese dejar y al final del dolor siempre encontré ese algo. Alguna enseñanza.

Saber que la vida es fugaz, y no está en ningún momento separada de la muerte.

Que los amigos importantes son los que deben estar siempre.

A amar lo cotidiano, la tranquilidad de una conciencia en paz.

Estar el máximo tiempo posible con quien amo.

Estar el mínimo o ninguno con quien me hace o me ha hecho daño.

Ser paciente, comprensiva con mis procesos y con los de los demás, que no son iguales aunque si similares.

A observar todo mas detenidamente. También a sentir cada pulso, cada proceso, cada ritmo.

A dejar a mi alma sentir el dolor, a dejarla llorar, expresando sin atrapar ni guardar.

Aceptando la marcha para poder seguir, reconociendo la nueva realidad y aprendiendo a renunciar a la presencia.

Sintiendo la ausencia como una compañía desde la distancia.

A ser un poco mas empática cuando un amigo o familiar tiene que vivir una ausencia.

A ser compasiva y a saber escuchar brindando apoyo y comprensión.

También a dejarme ayudar cuando lo necesito, no es necesario vivir solos el dolor aunque sea personal.

Una profunda comprensión de que todo es transformación, nada es eterno en la misma forma, la vida es cambio siempre.

A saber que estamos solos y debemos ser independientes, que hay cosas que nadie puede vivir ni hacer por nosotros, a apoyarme en mi misma para intentar llegar a esa fuerza interna que todos tenemos.

En definitiva, el duelo, aunque doloroso, puede ser una experiencia transformadora que nos enseña valiosas lecciones sobre la vida, sobre nosotros mismos y sobre nuestras relaciones con los demás.

Si tengo que regresar al primero, me costó una enfermedad, el miedo apareció en mi vida y me acompañó muchísimos años.

Me llenó de incomprensión, de desesperanza, de desilusión, de gran temor y de un dolor profundo e insalvable.

Pero me ayudó a mirar a las personas, a ver en su interior, a perdonar, a ver el sufrimiento de otros, a intentar buscar el porque de muchos comportamientos y a tener compasión.

Todos sufrimos enormemente en una pérdida y todos sentimos el vacío más profundo. Creemos que nunca lo vamos a superar y el tiempo pasa…

… El tiempo me ha enseñado que el dolor se suaviza, hasta la siguiente pérdida, en la que regresa parte del duelo anterior y se suma al presente, toca vivir de nuevo esa ruptura interna, ese aprendizaje a vivir en un mundo distinto…

Tantos ángeles ya a mi alrededor, todos mis tíos en tan poco espacio de tiempo…

Toca escuchar lo que te dice el corazón, intentar consolarlo, buscar respuestas donde no las hay. Saber que ese vacío te acompañará y seguirá a tu lado mientras le estés observando.

Sigue pasando el tiempo y todo se vuelve a suavizar, pero las preguntas son siempre las mismas.

La más importante ¿Porque? ¿Por que la vida tiene que ser así? ¿Hay una razón superior para esto?

La vida y la muerte son dos puntos en una misma línea.

Pero la verdad mas grande que me llega de todo, es que no me asusta mi propia muerte.

Porque con las perdidas he aprendido que no pierde el que se marcha (como se suele decir, sin razón bajo mi percepción), y aunque pensemos lo contrario. Pierde el que queda aquí, desconsolado, desesperanzado y roto.

El que queda tiene que componer un puzzle al que le faltan piezas, tiene que inventar esas piezas o construir alguna que rellenen el vacío dejado. Pero la pieza sustituta, nunca encaja, aunque suelde e intenté que la composición pueda mantenerse en pie, siempre hay huequecitos que no terminan de encajar.

 

Sé que quien se marcha también sufre si yo sufro, pero hay que sufrir para poder superar, hay que llorar, pero siempre, hay que dejar marchar.

Sin embargo, es tan difícil…

 

¡Namasté!

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