Todos los años por estas fechas, más o menos durante los primeros días del mes más caluroso del año, mi mente ha ido viajando a todos esos veranos intensamente disfrutados hace unos cuantos años… Mis recuerdos acercan a mi padre a mi memoria con más intensidad de lo habitual, si esto puede ser posible. Le he recordado y le recuerdo tantas veces, le hablaba y le preguntaba en tantas ocasiones, importantes o difíciles para mí, que él no pudo por menos que decirme: – ¡Déjame marchar para que pueda de nuevo regresar!.
Pero para mí es inevitable no pensar en él.
Tengo recuerdos estivales grabados en mi alma desde que nacieron mis hijos y hasta su partida. Aprovechábamos el mes de julio y parte de agosto para ir a Écija.
Por lo tanto, pasábamos mes y medio, más o menos, en Villanueva del Rey.
Mis hijos disfrutaban allí de una libertad que en Alcorcón no podían tener, y para mí eran momentos especiales, lograban que volviese a recorrer mi propia infancia.
Durante esos años, aprovechamos para ir levantando poquito a poco una casa en el patio trasero, para poder ir todos juntos. Un sueño precioso truncado por su partida.
Así que llegando julio me invade una nostalgia y una añoranza indescriptible.
Hay días en los que me duele el alma al pensar en nuestra casa, esa casa enorme de blancas paredes en la que hemos vivido tan bellos momentos desde nuestra niñez. Son tantos recuerdos, cuando llegábamos la sensación era la de haber regresado al hogar.
Mi corazón reconocía mi casa como mi principal morada en lugar de como la casa de mis vacaciones y cuando tocaba regresar nuevamente a Madrid, mi interior se rompía.
Y rememorando ahora mis expediciones a estas tierras amadas, el calor trae a mi memoria impresiones de libertad… Cuando llegábamos, la primera sensación era el intenso calor, que sorprendentemente no me molestaba, era la señal inequívoca de estar en el pueblo donde nace la felicidad; y una alegría inmensa me inundaba al estar de nuevo allí.
Por eso, cuando llegan estas fechas no puedo renunciar a pensar en todo lo experimentado bajo su cielo. Lo que más recuerdo, por encima de todo, son los aromas. Para mí los aromas son el mejor vehículo para desplazarme a cualquier espacio y a cualquier tiempo.
Durante el viaje, el olor a aceite de oliva al cruzar la frontera donde comienza Andalucía, la puerta de entrada a la provincia de Jaén. Al pasar por los pueblos, el aroma de las harinas, panes, dulces, churros. El olor intenso de la arcilla para fabricar ladrillos y cerámicas. El olor de las vegas cada vez que nos acercabamos al guadalquivir…
Pero lo que me transporta de nuevo alli, es recordar cuando al abrir la puerta de entrada, nos invadía ese olor a cerrado y un poco a húmedo que desaparecía al abrir las demás puertas y ventanas. Dejábamos que el aire y el sol entrasen hasta el último de los rincones.
Al salir al patio, nos repartíamos por todos los espacios de la casa y cada uno se dedicaba a alguna tarea con el objetivo de prepararla para los días intensos que sabíamos íbamos a disfrutar viviendo en ella.
Teniendo en cuenta que es una casa vieja, siempre había mucho que hacer. Pero ese primer día era el más agitado.
En esa primera jornada otro aroma inconfundible era el del agua cayendo en el cemento caliente y en las paredes de tierra y cal… enchufábamos la manguera en la pila situada en uno de los patios y los regábamos todos… este primer olor, al caer el agua sobre el polvo acumulado y sobre las hierbas que habían nacido entre las grietas del suelo, puede parecer molesto, pero a mí me trae recuerdos entrañables.
Percibía unas sensaciones de inmensa gratitud al regar, primero un calor intenso subiendo del suelo ardiente al caer el agua y después el frescor cuando la usábamos para jugar y calmar un poco nuestro propio calor.
Si viajo mucho más atrás en el tiempo, vagos recuerdos llegan a mi mente, en ellos me veo siendo una niña muy pequeñita sentada en el mostrador de la tiendecilla de mis abuelos.
Es como si pudiese mirar por un agujerito en el espacio para observar como esa pequeña Marié jugaba mezclando las legumbres de los botes que ponían en el mostrador. Recuerdo a mi abuelo riéndose al ver la mezcla que hacía con todas.
Adoraba a mi abuelo Curro, quién no le adoraba… Estoy segura de que cualquier persona que le conociese se sentía en paz en su compañía.
Era sordo, pero no era desconfiado como algunas personas con su misma situación.
Le recuerdo siempre riendo. Encontraba el humor en cualquier marco, haciendo que, por difícil que fuese, se olvidase el problema… Si mi abuela se enfadaba y refunfuñaba, él se reía… cuando mi padre tenía algún percance en el trabajo y se enfadaba, también refunfuñando, igualmente se reía.
Nos mostró la manera de reir frente a cualquier situación.
Gracias abuelo.
No puedo pensar en nuestra casa sin que mi alma llore.
Mi padre no nació en Écija, pero amaba esa tierra como si fuese la suya propia.
Le apasionaba vivir allí, contagiándonos ese entusiasmo y absoluto amor por ella.
El tiempo no era como el de hoy, había tiempo. Se disfrutaba segundo a segundo, se vivía segundo a segundo. Y dentro de ese tiempo eterno, tenías tiempo para todo. Algo que nunca olvidaré y que han heredado mis hijos es el amor por el cielo nocturno. Hoy no podemos contemplarlo como en aquellos días eternos, pero igualmente amamos las estrellas y las constelaciones.
En aquellos días, las noches eran más oscuras que hoy, en días de luna nueva se podían observar perfectamente esas pequeñas luciérnagas formando constelaciones. Él nos enseñó a identificarlas. Subíamos a la azotea cargados con colchones y sabanas para pasar parte de las abrasadoras noches al arrullo de las estrellas. Preciosa cúpula que viajaba sobre nosotros.
Supongo que desde donde ahora está, podrá viajar de nuevo allí y espero que no sufra al ver su obra inacabada… tanto trabajo, tanta ilusión, tantos sueños…
Sin embargo, tengo esa esperanza de que no sufra.
Cuando ya sabía que su tiempo a nuestro lado iba agotándose, nos hablaba de muchas cosas.
Me decía que cuando un alma abandona su cuerpo, deja de sentir de la misma forma. La conciencia se expande y se tiene una hermosa sensación de paz y tranquilidad.
A mí, como no podía ser de otra forma, me solía hablar de espiritualidad, de los dones que todos tenemos y que debemos reconocer, para ayudarles a despertar y a desarrollarse.
Me decía que no llorase, que todo forma parte de la vida y que encontraría la manera de estar cerca. También que debíamos estar bien, tranquilas y unidas.
Hablaba mirando a ningún sitio y mientras mi hermana ponía las manos sobre su cuerpo agotado, él me decía que mis manos también tenían un gran don. Que no dejase de utilizarlo, y desde entonces, en su honor, no he dejado de usarlas para lo que él quería que las usase. Desde su mirada las miro con el respeto que merecen.
Y partió despacito, como dándonos tiempo para poder despedirnos. Pudimos hablarle, acariciarle y besar sus manos hasta el último aliento.
Y le lloramos, pero solo lo suficiente para que el nudo que dejó en nuestra garganta y en nuestro corazón pudiese disolverse. El no quería que lo hiciésemos e intentamos respetar su petición.
Pero hay ocasiones en las que las lágrimas aparecen sin ser llamadas, afortunadamente son lágrimas de emoción, de recuerdos bonitos y de esa nostalgia por su forma intensa y apasionada de vivir todo.
Además, tengo la seguridad de que había muchísimas almas esperándole para acompañarle en ese trayecto, lo que no sé es si tantas como dejaba en aquella habitación. Nunca antes, ni después he visto una partida con tantos seres queridos alrededor. Así de grande es.
Y efectivamente, él, desde ese lugar al que llegó, pudo percibir mis palabras, mis peticiones y mis pensamientos de amor y agradecimiento.
No se hizo esperar y una de las noches le escuche frente a mí, preguntándome: – ¿Dónde están los niños? Tráemelos que no me he podido despedir. Los llamé, les dio un precioso abrazo, abrazo, por supuesto, correspondido por ellos…
Le pregunté si quería que llamase a mi madre y me dijo que no, que ella no estaba aún preparada. Y ciertamente, pasados unos días ella pudo verle también, con la tranquilidad de saber que sigue con nosotras en una forma diferente. Es una energía que hay que ir aprendiendo a sentir cada día un poco más.
Por lo general se me hace presente a través de los sueños, pero también en la vigilia.
Estuvo bastante tiempo acompañándome y contestando a todas mis preguntas. Pero yo comencé a pensar si no sería perjudicial para él seguir con estas conversaciones, si estaría interponiéndome en su camino, así que se lo pregunté. En realidad, mi percepción era cierta, sí que lo estaba haciendo. En una conversación con más o menos estas palabras me lo aclaró:
Estábamos caminando juntos por un sendero entre árboles frondosos…
– Papá, ¿cuánto tiempo vas a continuar ayudándome y viniendo a pasear y a conversar conmigo?
Detuvo su paso, se giró en mi dirección y estuvo largo rato mirándome antes de contestar:
– Voy a estar todo el tiempo que necesites de mi ayuda, pero si sigo viniendo a verte no voy a poder continuar con mi evolución.
Yo sabía que mi corazón no me engañaba al advertirme de esto.
Volvió a mirarme y me dijo: – Llegará un día en que pueda volver a hablar contigo cada vez que me necesites. Pero ahora tengo que continuar mi camino.
Así que desde esa noche no volví a llamarle ni a preguntarle nada, comencé a preguntarme todo a mi misma y a responderme como él me había enseñado.
Pasaron unos años y efectivamente, como él me había dicho, regresó a mi lado.
Se hizo de nuevo presente en mi vida el día en que desperté en el mundo de las energías.
Y desde entonces es mi inseparable ayudador en todas las terapias que realizo.
Me sirve de protección y apoyo, y también ayuda a las almas que vienen acompañando a cada persona que viene a recibir esa ayuda.
Mi mayor deseo es que cada persona que tenga un ser querido en la eternidad, pueda sentirlo y comunicarse con él o ella, si también es ese su deseo.
¡Gracias por esta bendición!
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