Cuento amigo imaginario

Escrito por Marié

3 de septiembre de 2021

El amigo imaginario de mi madre

 

Se suele oír habitualmente que los niños acostumbran a tener amigos imaginarios. También se suele decir que algunos ancianos, se transforman en niños en sus comportamientos. Vamos a contar el cuento amigo imaginario.

Mi madre, ya muy ancianita, se comportaba como si fuese niña y estuviese acompañada. Era tierna, amable y cariñosa. Por esta razón pensé que había inventado un amigo imaginario.

Hubo un suceso que desencadenó que mi madre ya no fuese la misma, una caída y una fractura de cadera como consecuencia.

Mi madre siempre ha sido una mujer fuerte y el siempre alegre y positivo ánimo, aumentó su fortaleza y sus ganas de vivir. Como consecuencia logró volver a caminar un mes más tarde. Para ello se servía de un cómodo bastón con cuatro patas.

La mayor parte de su tiempo lo pasaba en la cama, leyendo, viendo televisión o bordando.

Fue madre de doce hijos, desgraciadamente todos ausentes. Debido a este abandono, tuve que sacrificar parte de mi tiempo de trabajo y familiar para atenderla a ella por temporadas.

Era el único de los doce que podía ocuparse de ella. Esos tres años viajé constantemente para acompañarla.

En uno de esos viajes, me encontré con una sorpresa. Me confesó que la visitaba todos los días un niño.

– A vaya ¿Así que te visita un niño? – Le pregunté divertido.

– Sí, viene todos los días a que le cuente cuentos y le cante bajito.-Me dijo mi madre emocionada.

Ella había sido una excelente narradora de cuentos.

– ¿Y cómo se llama tu niño?

– Ah, pues no sé. No le he preguntado. Pero en cuanto venga le preguntaré.

Me explicó que es rubio y precioso.

Llega corriendo y sonriendo, y al entrar salta a la cama donde ella está.

A veces le gasta bromas para entretenerla, como esconder los hilos de su costura.

Siempre quiere que le cuente un cuento.

Cuando ella come, siempre le pide de su comida: – dame, dame, dame… por eso ella come bien, porque siempre está acompañada.

Cuando se duermen, se abrazan mutuamente y ella ya no siente frío porque el cuerpecito de su niño le da calor.

Ambos se dan mucho cariño.

Esa tarde me dijo mi madre:

– Hace rato que vino mi niño, le pregunté su nombre. Me dijo Manuel.

– Muy bien por Manolito ¿Y dónde está?

– Pues mira. Aquí lo tengo, dormido, mira que tranquilo se ve. Tenía la colcha arropándolo, me dijo.

– A vaya, sí que es precioso – Le dije siguiéndole la corriente. – ¿Que cuento le contaste?

– Garbancito. Ese también era tu favorito, ¿te acuerdas? Y le canto bajito «mi niña Lola».

– Sí mamá, como olvidarlo. Bueno, ahora te voy a leer otro capítulo de «Yo de mayor quiero ser joven» .

Todas las tardes le leía.

– Muy bien, te quedaste en el capítulo «quiero saber ser mayor», en el que cuenta: que a veces llama chavales a gente de cincuenta. Dice que no es un lapsus. Que ser un chaval no tiene nada que ver con lo que pone en el DNI.
Tiene que ver con la alegría, la ilusión, las ganas de trabajar. También con las ganas de ayudar, con la sonrisa, a que los demás sean felices.

Y le leí en voz baja para no despertar a su niño. Ese niño que en su imaginación, vino a suplir a todos esos hijos que no la acompañan cuando más los necesita.

Pero para mi sorpresa ¡El ángel de mi madre es real!

Mi madre tenía un problema de salud y requería de un tratamiento que alargase su vida y le diese una mejor calidad. Me suplicó que por nada del mundo la torturasen con tratamientos dolorosos, y yo respeté su petición. Así que su vida fue apagándose poco a poco. Apenas podía caminar y si nos desplazábamos a cualquier parte, era en silla de ruedas. Sus fuerzas iban debilitándose.

Una tarde me sentía muy cansado. Mi madre permanecía la mayor parte del tiempo con los ojos cerrados y siempre tenía sed. Esa tarde la acompañaban una hermana y una sobrina. Les solicité que estuvieran pendientes de ella un momentito, para poder enviar un trabajo a la universidad donde estudio.

Fui a mi habitación y abrí mi ordenador, cuando comenzaba a escribir mi  correo, escuche una pequeña vocecita:

– Hola.

No lo esperaba, y me giré para comprobar quien podría ser, y ahí en el quicio de la puerta había un precioso y rubio niño. Su sonrisa era radiante. Yo pensé: “Seguramente ha llegado alguien a visitar a mi madre y este niño viene con ellos”.

En nuestro pueblo todos los vecinos son encantadores y suelen visitar a los demás cuando se encuentran mal.

– Hola – Respondí. Tendría alrededor de seis años, pero hablaba de una forma muy educada y como si fuera más maduro.

– ¿Puedes contarme un cuento? – Dijo entrando a la habitación y acercándose a mí.

– ¿Te gustan los cuentos? – Dije divertido.

– Si, Azucena me cuenta muchos cuentos, pero ahora esta dormida y no me los puede contar. ¿Puedes tu contarme uno?

– ¿Así que mama te cuenta cuentos? ¿Cuál es tu nombre?

– Me llaman Manuel, y ella me ha contado un montón de cuentos. Son preciosos y algunos hablan sobre su vida.

– ¿Ah si? Te cuenta historias sobre su vida. ¿Y también cuentos? – Dime alguno, conozco el repertorio de mama perfectamente de cuando era niño.

– Por ejemplo, mmmm, Marco Polo. Azucena me cuenta que ella fue igual de viajera, le gustaba mucho conocer otras partes del mundo. También Garbancito, como lograba superar todos los problemas aunque a veces se sintiera pequeñita ¡Aaaah! La cenicienta, como trabajó toda su vida para que nada le faltase a sus hijos… Así fue Azucena, una historia de fantasía.

Yo lo escuchaba embelesado. Aquel niño sabía expresarse fantásticamente para su edad.

– Escucha Manuel, tú que conoces las historias de mi madre, dime ¿qué cuento quieres?

– Pues ahora mismo, ninguno. Pero regresaré un día para que me cuentes cuentos.

– ¿No entiendo?, ¿Ninguno?. Entonces ¿cuándo y porque vendrás a que te cuente cuentos?

Manuel me contemplo profundamente, sus ojos eran insondables y tenía en ellos un brillo deslumbrante cuando me contestó.

– Porque ahora tienes personas que te escuchan. Yo regresaré si en algún momento no tienes compañía y solo te acompañe la soledad, en ese momento necesitarás acompañamiento y consuelo.

– Puede que en algún momento los seres que amas se alejen o estén demasiado ocupados, puede que tu soledad sea muy pesada o tu voz no sea escuchada por nadie.

– Quizás en algún momento no distingas el día de la noche por lo largo que parece tu tiempo. En esos momentos yo vendré y te daré la alegría de volver a ser un cuentacuentos.

– Entonces me contarás sobre tu vida y volverás a sentirte importante. Siempre eres importante, pero también siempre es importante saber que eres importante. – Me dijo riéndose de sus repeticiones.

– ¿Quién eres? – Le pregunte bastante intrigado.

– Soy el niño que doña Azucena ha visto desde hace tiempo y que creéis una fantasía suya.

– Soy real, soy la esperanza, soy compañía en la soledad, soy el recuerdo de la infancia de sus hijos, soy alegría en su cansado corazón.

No tenía palabras para responder a aquello. Un nudo se formó en mi garganta y lágrimas comenzaron a caer por mis mejillas.

– ¿Por qué puedo verte hoy? – Pregunté abrumado.

– Porque vengo a decirte que hoy doña Azucena tomará camino rumbo a la eternidad – Yo sentí  un peso en mi corazón.

– Te voy a pedir que no se lo impidas. No quiero que siga sufriendo, porque aunque ella no se queja, está sufriendo.

– Su misión está cumplida, al igual que el vuelo de las aves, el sonido del viento en los árboles, ella es la fuente de oro.

– Pero no sufras. ¿Recuerdas la historia de la capa que hacía invisible a las personas? Pues así estará ella, como si tuviera una capa cubriéndola, no la vas a poder ver, pero siempre estará presente.

Ella no se ira, pues seguirá estando en ti mientras sigas contando sus cuentos, mientras en tu mente haya un halo de fantasía, mientras ella viva en tu recuerdo.

Ahora ve con ella, te necesita. Sé cómo el príncipe que le da un beso a la reina. Más ella continuará su sueño, tu beso iniciará ese camino eterno hacia el amor.

Cerré el ordenador y corrí a la habitación de mi madre. Con ella seguían su hermana y otros familiares que habían ido llegando. Todos la contemplaban, Ella permanecía tumbada y respiraba con dificultad. Me acerqué despacio y me senté en la orilla de su cama, la abrace con inmenso cariño, acaricié sus finos cabellos, besé sus brazos, sus manos y me acerqué a su oído. Con profundo respeto le dije:

– Vino Manuel a verte.

Tomé una gasa y deslicé un poco de agua en sus labios, seguía respirando cada vez mas débilmente. Di un beso reverente y la abrace diciéndole:

– Mami, puedes marchar, ve a disfrutar del reino de los cuentos, ve a conocer las altas montañas, el mundo de las princesas, ve a ese lugar en el que seguirás siendo una reina, una reina como siempre has sido y siempre seras para mi.

Su respiración fue haciéndose cada vez mas tranquila.

– Ve mami, cumpliste, cumpliste de la mejor manera posible. Ve mi reina, ve de forma sencilla, vuela, vuela como las hadas de tus cuentos. Vuela a ese mundo mágico que creaste para todos.

Su respiración se fue tranquilizando.

Ella suspiro largamente, la cuentacuentos, la mejor contadora de cuentos del mundo, se fue a esa ciudad eterna donde todos los cuentos son posibles.

Yo sentí una profunda tranquilidad. Senti tanta paz en mi alma, que mi ojos no permitieron a las lágrimas salir. Escuché los sollozos de los familiares, pero no lograron perturbar mi profunda gratitud. Mi conciencia quedó tranquila, sé que la acompañé todos los momentos de los que pude disponer, y en mi corazón no cabía remordimiento ni dolor, solo la ley de la vida cumplida.

Y desde esta preciosa experiencia, deseo, que si algún día, no tuviese a nadie para escucharme, si en algún momento mis cuentos o historias no le interesasen a nadie, pido que aparezca en mi vida Manuel, a alegrar mi soledad con su compañía.

Ahora tengo la seguridad de que lo que yo pensaba que era una fantasía de mi madre, es una realidad que acompaña a los ancianos en sus momentos de soledad.

Mami, te agradeceré eternamente la bella herencia que me dejaste, está imaginación, la fantasía y la dicha de ser un contador de cuentos.

-Adaptación de un cuento de Francisco Rodríguez.

– Foto de la entrada Lightfield Studios Stock Photos.

Reflexión

Cuando llega el momento de acompañar a nuestros padres en su vejez o en algún declive hasta su partida, nos permite agradecerles y devolverles un poquito de aquello que nos dieron.

Nunca se está preparado para tener que llevar del brazo y despedir, de la forma que sea, a aquellos que te invitaron a la vida y te dieron la mano para conocerla. Aquellos que te protegieron.

Esta etapa nos permite ver como adultos la forma en que nos educaron y los valores que nos dieron.

Aunque doloroso, es gratificante estar para ellos en esos momentos de su vida en los que más nos necesitan. Aunque puede ser también un reto, cuando ellos llenan sus vacíos como su mente les permite.

Es muy difícil enfrentar y reconocer que la persona que veló por nosotros esta en su recta final. Es complicado observar los cambios y acompañarlos en sus miedos, dolores y malestares.

Necesitamos tiempo para aceptar esta realidad y por supuesto cada hijo lo vivirá de una manera única y diferente, a su propio ritmo y de acuerdo a las vivencias y experiencias que hayan compartido.

No en vano el mundo es diferente para cada persona que lo vive, y las emociones pueden ser difíciles, las sensaciones contradictorias: enfado, culpa y también ternura para cuidarlos.

 

¡Deja que tu corazón guíe tus actos!

 

¡Namasté!

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