Esta reflexión está dedicada a los abuelos antiguos, esos que eran respetados, los que eran escuchados como las personas sabias en las que se convierten la mayoría de los abuelos.
La vejez y su sabiduría, es algo de lo que se ha hablado, escrito o pintado siempre, no es nada nuevo. Además, no tiene falta de razón, los abuelos siempre han sido fuente de inspiración.
A todas las personas nos genera dudas pensar en la edad avanzada, es algo que, hasta que no llegamos a ella, no queremos mirar. Sin embargo, es cierto que, aunque no sea reconocido, todos sabemos de la sabiduría asociada a ella.
Hay una divertida frase de un escritor y critico francés llamado Charles Agustín Sainte-Beuve que dice que “envejecer es todavía el único medio que se ha encontrado para vivir mucho tiempo”.
Además de esta frase, se ha escrito bastante sobre esta etapa tan cercana al viaje final…06 buscaré alguna para mostrar.
Siempre me ha gustado y de hecho suelo escribir de vez en cuando sobre ello, la ancianidad. Sobre todo la ancianidad en los lugares en los que se ha venerado como sagrada.
Por ejemplo en tribus, tanto antiguas como actuales.
He sentido siempre curiosidad por esta etapa de la vida, y siento cierta envidia por la manera de tratarles en la antigüedad. Normalmente, formaban parte de consejos, bueno, realmente eran el modelo del sabio que tiene consejos acertados para todos.
Quiero aclarar que al referirme a sabiduría, en este caso es a la cultivada vivencialmente. Esa sabiduría que va enraizando individualmente a partir de experiencias vitales en sus múltiples posibilidades. A la que va aumentando en las personas gracias a su integridad, a sus comportamientos, a sus motivaciones y orientaciones, y a bastantes procesos meditativos.
Me refiero a la sabiduría que se va forjando en las personas gracias a su manera propia de vivir a través del tiempo. En los conocimientos y las experiencias acumuladas por decisión propia.
Saberes guardados en la mente, relativos a la realidad vivida, experiencias largamente reflexionadas que tienen más que ver con el sentido de la vida y con la bondad que con el estudio enfocado en obtener alguna titulación, sin dar importancia a los conocimientos que puedan adquirirse.
De hecho estamos rodeados de burros con títulos universitarios.
Hablo de ese saber que puede ser utilizado para comunicar y ofrecer apoyo a personas y que nunca se cierra a seguir aprendiendo. Esos abuelos antiguos eran expertos en volver a reconfigurarse con cada suceso.
Por eso digo también que donde hay dogmas, la sabiduría tiende a desaparecer… incluso en la vejez. La vejez muestra que se aprende con los ojos bien abiertos.
Mi corazón siente que lo antiguo o lo viejo no tiene ninguna relación con lo caduco, sino con lo persistente, lo longevo y duradero, eso que roza lo eterno.
Siempre tengo en mi recuerdo a mis abuelos sabios, los que comenzaron guiando mi infancia y que terminaron sus días en mi edad madura. Ellos, los que dieron vida a quienes me la dieron a mí. Abuelos que he conocido, pero que tienen raíces antiguas, generación tras generación atrás, que perpetuaron bonitas tradiciones.
Ellos fueron mis figuras protectoras, cariñosas, entretenidas y sabías que compartieron la mayor parte de su tiempo conmigo, junto con su amor de la manera más incondicional y constante. Sus vivencias, historias y anécdotas conectan en línea directa conmigo. Para mí fue un privilegio conocer a todos mis abuelos y convivir con ellos hasta hace relativamente poco tiempo.
Por eso mi escrito es para todos los abuelos del mundo, sobre todo a todos los abuelos antiguos. A todos los que han estado presentes en la vida de sus descendientes dando sus ejemplos y creando los vínculos en línea interminable que nos une directamente al origen.
“La vejez existe cuando se empieza a decir: nunca me he sentido tan joven”. Jules Renard, escritor y dramaturgo francés.
“Todos deseamos llegar a viejos, y todos negamos que hayamos llegado”. Francisco de Quevedo (escritor).
“En la juventud aprendemos, en la vejez entendemos”. Marive von Ebner Eschenbach (escritora).
“Cuando me dicen que soy demasiado viejo para hacer una cosa, procuro hacerla enseguida”. Pablo Picasso (pintor).
“Envejecer no es nada; lo terrible es seguir sintiéndose joven”. Oscar Wilde (escritor).
“Las arrugas del espíritu nos hacen más viejos que las de la cara”. Michel Eyquem de la Montaigne (filósofo, escritor).
“Se necesitan dos años para aprender a hablar y 60 para aprender a callar”. Ernest Hemingway (escritor).
“El elixir de la eterna juventud está escondido en el único lugar en donde nadie se le ocurre buscar: en nuestro interior”. Francisco Javier González Martín (profesor y escritor).
“¡Si la juventud supiese! ¡Si la vejez supiese!”. Henry Estienne (impresor del siglo XVI).
“Cásate con un arqueólogo. Cuanto más vieja te hagas más encantadora te encontrará”. Ágatha Christie (escritora).
Hay legados y auténticos regalos dejados por ellos, me refiero al tiempo compartido.
Los lentos paseos que quedan en mis recuerdos, pisar hojas secas caminando del colegio a casa, los pequeños caramelos de nata que uno de ellos siempre llevaba en los bolsillos.
Horas y horas pasadas buscando parques escondidos por las calles de mi ciudad, los baños en el mar durante los veranos que los cuatro me regalaron.
No soy de medir por bienes materiales, por relojes viejos y parados que pueden asustar al comenzar a funcionar… aunque si me gusta ver el tiempo detenido en esas antiguas fotografías en blanco y negro que tanto muestran.
Ellos conocían mil historias, mil relatos que a veces volaban desde la realidad a su imaginación.
Fueron los enormes árboles bajo cuya sombra siempre me cobijé.
En algunos momentos sus rostros se cubrían de oscuridad.
Yo me escondía a observarlos tras algún árbol y bajo esas lunas rojas del estío, del color de mi sangre, pensaba en esa tristeza que no me querían mostrar voluntariamente.
Ese color me recuerda también al rojo de la arcilla de la tierra de mi pueblo.
Observaba desde mi posición esa ancianidad que mostraban con gracia al caminar, uno con caminar lento y el otro con rápidos pasos.
Cada copa bebida con ellos eran bendiciones y su poder era mostrado hacia mi mundo infantil.
Su longevidad irradiaba su sabiduría sagrada. Ellos se sentaban junto al río y me tarareaban melodías flamencas al amanecer. Uno golpeando la mesa simulando unas castañuelas y el otro con su manera de imitar los sonidos de una guitarra e inventando poemas para mi abuela.
Cuando la luz del día aparecía de nuevo, me encontraba deseando escucharles otra vez.
Uno de ellos trae madera seca y enciende la estufa, yo camino hacia el fuego y caliento mis manos y mi corazón. Las llamas crepitan y me hipnotizan. Su luz baila sobre mi rostro y se refleja en mis pupilas, nunca los olvidaré.
Por las mañanas cogían una hogaza enorme y redonda, de rica masa preparada por mi abuela. La untaban de tocino o de pequeños trozos de queso, o de aceite y miel. Qué bendición estos recuerdos de riqueza y abundancia espiritual.
En el río, con la luna casi llena no eran necesarias las luces artificiales. Y el fuego también ayudaba. Ellos seguían cantando y con su recuerdo me dan ganas de bailar, de dar de nuevo la bienvenida a esa belleza que siempre me ofrecían.
Qué afortunada soy.
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