El último de los vestigios que me permite entenderme
Otros vestigios.
Como habréis ido comprobando, una de mis pasiones, entre otras muchas, es recordar a mis abuelos. Y quiero seguir investigando para añadir a lo que ya tengo en mi colección.
Si además de ellos pudiese recordar algo de mis bisabuelos usaría sus vivencias para aplicar a mi vida, como he hecho con ellos.
Al partir, mis bisabuelos dejaron para mí a mis abuelas y abuelos. Y además de con ellos también disfruté de otras abuelas y abuelos que fui adoptando, mis tías y tíos abuelos.
Ellos han sido para mí como mis abuelos de adopción, así que poco a poco escribiré sobre todos ellos y como han influido en mi vida.
Para mí, es asombroso mirar hacia el pasado intentando vislumbrar imágenes de mis raíces.
Puedo decir que al hacerlo siento como mi corazón se despliega simulando un gran abanico. Un abanico enorme que abarca la, también enorme, galería de sentimientos, pasiones, profundidad y sobre todo arte, que compone el gran mural que forma la bella Andalucía, origen común de todos ellos.
Cuando detengo mis pensamientos en ellos, hay otros sentimientos que afloran en mi corazón, sentimientos provocados por los relatos que algunos familiares me han contado, relatos de las vivencias sucedidas en su niñez.
Hay sensaciones que me destrozan, y otras me reaniman, unas me hacen sentir repugnancia y otras emoción y orgullo. Pero definitivamente todas ellas me conforman.
Al mirar a través de sus ojos, puedo verlos, a ellos y a ellas, observó sus historias y me dejo llevar por mis emociones de nuevo.
Ellas, eran admirables, mujeres valientes y trabajadoras. Mujeres que, como el resto de mujeres españolas de aquella época, tuvieron que tirar del carro familiar cuando sus hombres no estaban.
Ellos eran hábiles cada uno en su oficio, perfectos ejemplos para quien les conociese, ante todo buenas personas con grandes valores que intentaron transmitir a su descendencia.
Así que puedo decir que mis raíces, hoy por hoy, son básicamente sentimientos, sentimientos hechos pasión por la intensidad del recuerdo.
Recuerdos que me contaban, vivencias de sus propias familas, personas muy curtidas por la vida. Y si mi propia historia me ayuda lo suficiente, intentaré indagar en esas vidas que tan lejos quedan de nuestros días.
Intuyo que algunos amaron más que otros, es lo normal. La forma, la generosidad o la intensidad con la que amamos es la principal diferencia de unos a otros.
Y como ya he escrito en mi colección de vestigios de tres de mis abuelos, me falta escribir sobre la última en dejarme:
Así que podéis imaginar qué mi escrito de hoy es para mi abuela materna, Esperanza.
Ella vio la luz en una calle estrecha de Écija, un día como hoy 21 de enero, pero de 1924, exactamente en la calle Gameras, en donde la esperaban dos hermanas, y en dónde esperó igualmente a otras dos que vinieron después que ella.
Me quito el sombrero ante ellas, ante sus vidas duras y me honra llamarlas abuelas a todas.
Hace poco que publiqué un recuerdo de su vida, pero hoy cumpliría años y tenía este otro escrito hace tiempo, precisamente para hoy, así que si lo habeis leido encontraréis similitudes.
Alguna de sus hermanas fue cuidada y amada entrañablemente por otros familiares o amigos.
Otras no tuvieron esa suerte y su vida fue más dura y difícil.
En particular mi abuela, que con cinco años fue la única de ellas que tuvo que salir de la casa paterna para trabajar y vivir en una casa extraña.
Esta dura experiencia, lejos de hacerla victimista, la hizo fuerte y valiente, rebelde y divertida, risueña y con una gran picardía.
En las viejas maletas de mi abuela siempre he encontrado papeles escritos, notas garabateadas en trozos de recibos o en recortes de libreta, eran vivencias especiales escritas por su esposo, mi abuelo Curro. Él quería inmortalizar todo lo que era importante en su vida, dejando esos escritos para nuestro aprendizaje… ellos son mi trampolín para materializar mis sueños.
Quizás gracias a ellos guardo solo buenos recuerdos, paseos de la mano, amigos, primos, parques, huertos, un viejo mostrador y una báscula antigua, una romana… Las vivencias duras están profundamente guardadas, aunque hay veces que aparecen en mis sueños repentinamente las criticas, las burlas, el trato injusto de ciertas personas… y allí los dejo morir.
Ella mi abuela Esperanza, esa niña trabajadora incansable, joven hermosa y exótica, madre, abuela y bisabuela, un día de septiembre del año 2014 presintió su muerte y desde su cama me dijo:
-¡Marié, tú sabes que me muero! ¿No? Me estoy muriendo, siéntate y abrázame.
Y dos días más tarde, la madrugada del 21 septiembre, su alma rodó hacia los brazos del sueño eterno, descansando por fin junto a su amado Currito, ligera de equipaje, como este viaje se tiene que hacer.
Fue la última de mis abuelos que partió a la eternidad, donde ya era esperada. ¡Cuántas cosas me enseñaste!
Estuvo con nosotras durante cinco años tras la muerte de mi padre, acompañándonos y haciendo más llevadero nuestro duelo.
Vida resignada, escuela donde mirarme.
Creo que si me diesen a elegir donde nacer y quien ser, elegiría ser quien soy de nuevo, pero si esa opción no fuese posible y tuviese que elegir ser otra persona, elegiría ser la madre de mi abuela Esperanza. Pero, por supuesto, vivir los años suficientes para verla hecha mujer.
Si me preguntas porqué esta eleccion, es bien sencilla, y las personas que conozcan la historia de mi abuela lo podrán comprender. Lo haría para poder darle todos los besos y abrazos que de niña le faltaron.
Intentaría hacer todo lo que no hizo nadie con ella, aunque sé que de esa forma no se convertiría en la fuerte y gran mujer que fue. Pero lo haría, le leería todos las historias que nadie le leyó.
Le diría, a diario, cuento la quiero y lo importante que es para mí, y así vería que la vida es bella si en ella tienes a alguien que te quiere y te abraza.
Jugaría con ella con esos juguetes que se fabricaba con trozos de cartón, con latas, con cualquier cosa que pudiese servirle. Lo haríamos riendo, divertidas, como divertida era ella pese a todo.
Le compraría dulces y chocolate para que no tuviese que cambiar huevos en la posguerra para poder comerlo, como también me contaba.
Le compraría todos los zapatos que necesitase, para que no tuviese que pedirlos jugando en el patio donde se crió para que alguien la escuchase.
Cantaríamos todas esas canciones que me enseñó y que le hacían la vida mas llevadera, pisaríamos esos charcos de los que me hablaba.
Peinaría ese cabello largo y ondulado cada dia, compartiríamos las confidencias comunes entre madre e hija. Intentaría evitar que tuviese que derramar todas esas lagrimas.
No dejaría que se escondiesen solas bajo la cama asustadas al escuchar a los soldados pasar por la calle. Le ofrecería mi calido regazo para que no sintiesen tanto miedo.
Podría ayudar a remendar cada una de sus heridas, no tendría ese corazón cosido a fuerza de tristezas y lágrimas.
Sería una niña feliz y querida, no sufriría como tuvo que hacer y no permitiría de ninguna de las maneras que tuviese que trabajar siendo aún una pequeña niña.
Ha sido la ultima de mis abuelos en dejarme, fue como una segunda madre para mi a pesar de que tuvimos infinidad de riñas y peleas por su fuerte caracter y mi rebeldía.
La quise enormemente y se con total seguridad que si siendo su nieta la quise tanto, adoraría la sensación de comprobar como sería que me la hubiesen puesto en los brazos al nacer.
Pero como no es algo que yo pudiese elegir, al menos le voy a dar las gracias por contarme esa vida de sufrimiento y mostrarme que aun así se puede ser feliz. Y sobre todo, que a pesar de ello, se puede hacer feliz y divertir a los demás.
Gracias abuela por ser otra de mis maestras y por darme a mi madre, otra maravillosa y grandiosa mujer.
Aprovecho también para darle a ella las gracias por su entrega eterna, su solidaridad, su compromiso con nosotras… Sus silencios, su paciencia, su gran empatía, y la siempre bien recibida paz que desprende su ser.
Sin mi madre no sería quien soy, y hoy por hoy sigue siendo mi más importante receta contra miedos e inseguridades.
Es el amor más grande.
Y del lugar de nacimiento de ambas, mis dos madres, traigo hoy algunas historias, aunque de su pueblo he escrito bastante, voy a recordar algo, para quien no me haya leído antes.
Écija.
La tierra de mi abuela Esperanza.
Tengo un gran depósito repleto de preciosos recuerdos de la tierra de mis abuelos, Andalucía. Recuerdos entrañables. Principalmente, las vivencias sucedidas en el pueblo que vio nacer a mi abuela materna y a mi madre, ciudad de adopción de mi abuelo materno, de mi padre, de mi hermana y mía…
Écija, miles de años de antigüedad, cuna de un sinfín de civilizaciones, ciudad de luz situada en un precioso rincón de la provincia de Sevilla, en Écija viví profundos momentos.
Columna vertebral de la campiña sevillana, región llena de autenticidad. Tan profunda que es prácticamente imposible no dejarse afectar por su embrujo.
Écija, la que mora a orillas del Genil, madre de Torres y cuna del sol. Sartén de Andalucía.
Un pasado de grandeza, mora, romana, judía, cristiana… Bañada por el blanco de la luz y el verde de la campiña, envuelta siempre en la esperanza que nunca se pierde en esta tierra.
La tierra que convierte en coplas sus penas y sus alegrías…
Ese lugar tejió a mi alrededor una tela de araña, en la que quede prendida.
Quedé fascinada por el gran arcoíris que forman la inmensidad de culturas que vivieron en ella y que aparecen en cada rincón.
Su estilo de vida forma parte de mis raíces.
Aunque no soy ecijana de nacimiento, me siento ecijana de adopción y tengo recuerdos entrañables de las vivencias en sus calles, sus plazas, sus rincones, donde pasé grandes momentos que ocasionaron mi adoración por ella.
En sus rincones adquirí hábitos llenos de autenticidad.
Todo lo que conocí en Écija, afectó profundamente mi energía… transformándola en energía mágica…
De sus expresiones, de sus pasiones, de las emociones que siempre ha despertado en mí, he obtenido miles de enseñanzas.
Astigi tartesia, romana… Mora, engendraste a mi abuela y a mi madre…
Todo lo que he vivido allí, y han sido muchos de los días de mi infancia y mi primera juventud, me ha ofrecido un banquete de enseñanzas.
Ella es la conexión con mis raíces, con mis antepasados. Ellos, desde su hogar actual, me recuerdan diariamente la esencia que transporta mi sangre y la visión que he heredado de esta tierra llena de leyendas.
En ese lugar aparentemente tranquilo, de arrogante calor que quema la piel, aprendí a sintonizar con el silencio.
Allí, en las noches de verano de mi infancia, podía contemplar el cielo estelar totalmente limpio.
Subíamos a la azotea y nos tumbábamos con mi padre a contemplar esa maravillosa inmensidad. Él las conocía, sabía el nombre de las constelaciones, él me enseñó a amarlas.
En ese lugar donde las penas nunca fueron capaces de anular la belleza, ni las injusticias opacar lo sagrado, en el profundo corazón de Andalucía, donde todo es posible, comencé a conocerme.
Cuándo viajaba allí, mi corazón volaba inmerso en el penetrante encanto, sintiendo una profundidad sin retorno.
Me dejaba llevar por su exótica belleza, por la diversidad que guarda en sus estrechas calles, palacios, iglesias, conventos, sus torres altivas, sus blancas casas.
Pero sobre todo por sus gentes, por lo que retratan sus rostros, sus pasiones al límite, su gran energía… Su cultura, sus costumbres, gastronomía, artesanía… todo ello, nutrido de color.
Allí comencé a profundizar en el conocimiento de las energías… ellas me transportaban, junto con mis amigos, a través de sus insondables lágrimas y sus pasionales alegrías.
Sus historias, sus canciones, su forma intensa de vivir la vida.
No existía el tiempo, ni el calor ni el frío, solo queríamos estar juntos, hablar, reír, disfrutar.
Nada nos molestaba… Chistes y anécdotas sentados en una tapia… saltar, correr, danzar, reír… Gracias, amigos del sur, siempre estáis en mi pensamiento, en mi corazón y en mi libro de recuerdos entrañables.
En las tardes de julio, las lágrimas vertidas por las tormentas, eran parte del remedio contra el calor. Ellas refrescaban la tierra y la luz de los relámpagos seguidos de los rugidos del trueno dejaban un aroma y un sentimiento de eternidad.
En las noches de agosto, las estrellas carecían de parpados, siempre presentes, siempre visibles.
Allí era siempre posible sentirse más cerca del cielo y de sus brillantes luciérnagas nocturnas.
La Vía Láctea era absolutamente manifiesta en aquellos días perfectos.
Se podían contemplar, en la inmensa cúpula celeste, los misteriosos vacíos que caracterizan al Universo que nos cobija.
Al medio día, en el estío, las personas se transformaban en vasijas de silencio que contienen en su interior la infinitud de su historia.
En el atardecer, el tiempo adquiría un nivel extático creado por la intensa luz, provocando un sentimiento de estar cerca del cielo. Recuerdos de niñez.
Mi calificación es de inolvidable, profunda, pensativa… Suspendida en el tiempo.
Nunca pasará desapercibida la existencia de este entrañable rincón. Nunca podrán borrar de mí tantas y tantas vivencias preciosas, tantas risas, tantas lágrimas de emoción…
En ella, los rayos del sol siguen pareciendo facas ardientes que rompen la piel.
Sus gentes siguen teniendo la piel del color de la tierra, por este sol arrebatador, que enarbola su identidad.
Tierra de sol, fiestas, rituales, música y cante, arte en definitiva.
Esos sonidos son capaces de crear, en quien los lleva profundamente engastados, estados alterados de conciencia, hervir de sangre… vuelta al origen.
¡En esta hermosa tierra la energía y la belleza se entrelazan, creando un movimiento sagrado!
¡Se llega a sentir la eternidad!
¡Allí el tiempo es distinto, el espacio infinito, todo es aquí y ahora!
¡El tiempo queda englobado totalmente en un instante!
Con este relato de mi último vestigio directo, mi abuela Esperanza, termino esta cuatrilogía, je, je, je.
Y aunque la vida me ha tratado mejor que a ellos, no me considero ni de lejos mejor que ellos, todo lo contrario.
Aun habiendo tenido duras vidas, ambientes difíciles y algunas veces violentos, nunca volcaron sus vivencias en los demás.
Así que hoy digo que me enseñaron a comprometerme con la no violencia, aprendí el oficio de escuchar sus vidas envueltas en ella. Pese a todo mostraron amor y madurez, fuerza y sabiduría.
Hablando sobre ella, mi abuela Esperanza, curiosamente, ya he dicho mucho acerca de lo que soy sin siquiera empezar a contar mi vida.
Mi biografía y lo que soy comienza en mi familia muchos años antes de mi nacimiento. Soy el conjunto de vivencias de mis padres, abuelas y abuelos y a ellos miro para tratar de entender lo que eso ha implicado para mí.
Finalmente de manera idealista, con el deseo de ayudar siempre a los demás, continuamente me he fijado en como ellos lo hicieron.
Ellos me ayudaron a conocerme y mientras más he trabajado y buceado en mi misma mejor he podido llegar a los puntos de dolor o a las profundidades ajenas.
Me mostraron que no puedo guiar a nadie a ningún lugar donde yo no haya llegado.
Y desde donde me encuentro hoy no puedo por menos que dar las gracias a todos.
Si mis abuelos no hubiesen formado parte de mi vida no sería quien soy hoy. Ellos mostraban con orgullo sus cicatrices.
Soy nieta de abuelas muy adelantadas a su época y me hubiese gustado ver como reaccionarían a las tonterías que estamos viendo hoy.
Inevitablemente, yo soy el resultado de sus contradicciones y coexistencias. Jornaleros, personas de campo, fuertes y auténticas como él. Soñaban un mundo mejor y eso me han legado, el sueño en el que los personajes puedan convertir la sociedad futura en un poco más solidaria. Como ellas fueron.
Y como ella es el último de mis vestigios, no me importa extenderme un poco más en mi relato, a pesar de resultar largo, para mí es esclarecedor hablar y encontrar similitudes y comportamientos legados de ellos.
Si, ellos, mis muertos… sus historias de miedo, odio, bondad y arrojo viven en mí, en lo profundo de mi corazón. Y si lo necesito se que puedo contar con su ayuda. Quizás ellos son los responsables de muchas de mis inquietudes, el hervir de mi sangre frente a injusticias y abusos.
A pesar de resultar un poco insistente, vivo agradeciéndoles todos los días todo lo recibido, tanto lo bueno como lo malo. Lo que logré conocer y lo que se mantiene desconocido para mí, pero no por ello menos presente en mis células.
Son mi gran ejército de almas y los siento siempre a mis espaldas en esos momentos en que los necesito, empujándome hacia mi esencia más profunda.
Heredé muchas cosas, tome muchas cosas de ellos, mis grandes luchadores sociales, cada uno con sus diferentes suertes.
Al mirarme en sus historias los entiendo a ellos un poco más, y a mí también. Supongo que de todos ellos algo ha quedado profundamente en mí.
Sigue asombrándome todavía, a pesar del tiempo transcurrido desde la partida de ellos, la imagen de mis raíces.
Al mirar en su dirección veo un enorme lienzo en el que se despliega la maravillosa galería de sentires de Andalucía. Vivencias que reaniman, emocionan y enorgullecen.
… Mis dos abuelas presentían sus muertes, una de ellas me lo dijo, concretamente 11 años después que la otra, y coincidencias de la vida… tenían ambas una edad similar cuando partieron.
Si mis abuelas no hubiesen sido tan duras y fuertes, quizás yo no tendría lo que tengo ni sería lo que soy.
Y a partir de aquí, el sentido de mi vida son mis hijos, el mayor regalo imaginable.
Son mis testigos más directos, víctimas o beneficiarios de mi suerte, logros o fracasos.
Cuando hablo de conocimiento, de paz interior y de equilibrio, lo busco por mí y por ellos.
Todos los finales de todas las historias tienen en sí mismos las promesas de nuevos comienzos.
Sentimientos, emociones, vivencias.
Como habeis podido comprobar en muchas ocasiones, me seduce muchísimo indagar en mi memoria y rescatar vivencias de mi infancia. Muchos fragmentos en ella fueron inmensamente felices.
Me fascina recordar las miles de enseñanzas, preparaciones, iniciaciones que dejaron en mí mis seres queridos, mis amigos, mi familia.
Vi la luz en este país pleno de sitios maravillosos, de pueblos mágicos y míticos, de belleza. España soñadora y legendaria. Quijotesca.
Sus bosques, cascadas, praderas o pueblos, sus infinitos rincones de ensueño.
Parajes llenos de misticismo que embrujan y fascinan. País de cuentos de hadas, lleno de duende. Con sus historias remotas, ecos ancestrales, llamadas del pasado.
Leyendas, enigmas, fantasmas, milagros… Culturas antiguas. Y entre ellas:
Écija
¡Soy nieta de abuelos con vidas distintas, pero sentires similares!
¡Y en su honor y para mantener su recuerdo escribo!
«Esperanza Franco Gutiérrez»
Écija – Sevilla, 21 de enero de 1924
Madrid, 21 de septiembre de 2014
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