¿Cuántas veces me lo he preguntado? Todos lo hemos hecho. Todos hemos necesitado mantenerla o fabricarla, o poseerla, yo la gesté en mi interior durante un tiempo y la llamé paz.
Esa vocecita me lo decía a diario, y me aconsejaba que pensase bien todo antes de decidir.
¡Pero en ocasiones otros deciden por ti!
Quiero decir, creo que esas cosas que no tienes la capacidad para modificar, ni tienes medios de corregir o de decidir, es mejor dejarlas pasar. ¡Medítalo bien, me seguía diciendo mi voz!
Pero hay cosas a las que no hay que dar excesivas vueltas, porque no está en manos de una, así que…
… Lo dejé marchar…
De todas maneras la voz insistía, ¡piénsalo bien!
Luego estaban las otras voces, las que puedo oír con mis oídos, y esas siempre me han dicho lo mismo, ¡chica! ¿merece la pena?
Hablando de dolor, la verdad, es difícil hacerme daño, pero no imposible. Supongo que como a todos, me hacen daño las personas a las que quiero, el resto, no tiene la manera de llegar a mi corazoncito.
¡Piénsalo bien!, me seguía diciendo al oído, al oído interno.
¿Realmente quieres eso? ¿Quieres soltar del todo?
Pues, sí, lo quiero soltar, de hecho creo que ya se soltó.
Antes, cuando todavía vivía rondándome, yo sentía que allí en el fondo, en un lugar interno dentro de mi, había un agujerito, un agujerito que al principio fue un orificio frío y oscuro, pero ya no.
Luché, lloré, sufrí y perdoné.
Así que, claro que lo he pensado bien.
Quizás es mejor la soledad, aunque realmente ella no me acompaña casi nunca, que tener la compañía de un fantasma.
No lo digo de manera despectiva, ni espiritual, solo lo digo, porque es una compañía inexistente, la persona que conocías ya no existe, es otra, ya no vas a poder encontrarla ahí donde la buscabas. Ni en sus ojos, ni en su cuerpo, y mucho menos en su mente.
¡Piénsalo bien!… ¡Otra vez, qué pesada es mi voz!
Pero la entiendo, nunca le ha sido sencillo tirar la toalla. Eso no existía en nosotras, pero alguna vez tenía que ser la primera.
Esa voz, también me preguntaba y me comentaba más cosas. ¿Compañera, merece la pena?
Pues realmente ya no, yo no lo necesito, no necesito algo que no tiene vida, al menos no la vida que yo busco.
Y finalmente pude soltar para siempre, abrí una puerta, una puerta que no pensé que tendría que abrir, y lo dejé marchar.
Y… sorpresa, fue gestándose una bonita sensación.
Ya había sido fuerte para crear a su hermano, y él la estaba esperando con gran expectativa, a él le bauticé como “perdón” y gracias a su nacimiento pude comenzar la gestación de su ansiada hermana, cuando llegó a mi vida la llamé paz.
Salí al patio, y entre las hojas de las moreras colgué una hamaca de mil colores.
No soy muy equilibrada… ¡Eh, no te confundas!, quiero decir que no tengo mucho equilibrio, pero se me antojaba tumbarme y dejarme mecer por el viento.
Creo que me caí varias veces, pero aguantando la risa conseguí mecerme.
Cuando mi corazón se tranquilizó, pude disfrutar del color del cielo y del brillo de sus eternas luciérnagas.
Y desde esta bonita escena recordé la anterior creación, a la que yo no llamé, ela vino solita a mi corazón, pero pude reconocer que ya no estaba conmigo.
Puedo comprobar que hoy, ya con mis ojos secos, no es necesario vivir en resignación, sino en comprensión sin miedo y en respeto por las decisiones de las que no tienes poder. Y hoy puedo decir que amo a mi paz.
Cada día la amo más.
También desde esta distancia puedo disfrutar de la ligereza de sentirme libre, redimida de algo aplastante como una pesada losa, un monstruo que me absorbía.
¿La vida es cruel a veces? Seguramente que sí.
Pero si respetas lo que se decide sin tu consenso, el universo trabaja contigo.
Ellas, mis plantas, las que siempre están y agradecen maravillosamente mis cuidados, son las que me acercaron a mi chispa divina. ¿Por qué?, ellas también la poseen y responden mejor que muchos seres.
Ellas siempre acompañan, aunque no lo parezca, sin ruidos, tímidamente, apaciblemente, sigilosamente.
Con su movimiento lento, con sus colores, con sus aromas. Ellas no dañan, me comparten su energía natural y desinteresada.
Y eso es lo que realmente estaba esperando. Mi voz me sigue diciendo cosas bajito, ella a veces se me antoja física, porque en ocasiones siento que me mira en lugar de hablarme.
Esta ha sido una, me sentía observada, observada por, realmente no sé por qué. Sin embargo, sí tenía claro que era como una caricia delicada.
Así que poco a poco la puerta por la que salió esa sensación pesada, quedó abierta, y sirvió de entrada para mi bella creación.
Cuando percibí su presencia intentando asomarse por mi puerta, yo misma le di licencia de entrar.
Pero, escucha, hay cosas peligrosas, sobre todo esas cosas que calientan un poco el corazón, y me sentí sobrecogida, porque no tenía claro si había hecho bien al permitir su entrada.
Igualmente, ya no podía hacer nada, realmente la dejé pasar, pero ella entró como un torbellino, sin un aviso, sin una preparación previa, envolviéndome junto a mis macetas, a mi hamaca y a mi taza de té.
Y me gustó, me gustó como lo hizo, porque me recordó a mí. Por eso digo que es peligroso, yo me considero peligrosa, por lo intensa. Lo intenso va aflojando su intensidad y puede ser decepcionante.
No fue pasito a paso como se coló en mi vida, pero me acostumbré, sin apenas darme cuenta, a su cálida compañía.
Cuando su presencia silenciosa envolvía el resto de mi vida, podía sentir que los animales se inclinaban a saludarme. ¡Todos ellos! Y se lo dije a mi madre. “Mira como San Antón, me dijo”.
Sentí que mi nueva compañera sonreía por la ocurrencia, y también me hizo sonreír.
Mi madre siempre me ha acercado más a Dios. Digo Dios, como podría decir Diosa, amor, universo, energía eterna…
Mi ángel en la tierra, acompáñame por muchísimos años más.
Gracias madre, gracias por ese pedacito de ti que vive en mí, porque ese pedacito es el que entró por la puerta que dejé abierta. Es un pedacito que ha ido creciendo desde que llegó hasta ocupar por completo el hueco que había quedado en mi interior.
Llegó fuerte, pero así, despacito, sentí que se iba haciendo un hogar a mi lado, sin imponerse, sin cuestionarme, sin juzgarme. Fabricando un nido al lado del mío para seguir el camino juntas. Enseñándome que en su presencia todo es más sencillo.
Desde esas sensaciones decidí firmar un pacto de honor, un contrato de amistad. Desde entonces estaría a mi lado o cerca de mí, así que nunca más me asustaría si algo decidiese llegar improvisadamente.
Esta noche, sin ir más lejos, cansada, con el cuerpo dolorido después de un montón de horas bailando, me he recostado en mi cama y he notado que podemos compartirla y disfrutar juntas de la vida.
Y por eso la bauticé como paz y ella a mí como la dama de las flores.
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