El poder mágico de las palabras

Escrito por Marié

3 de junio de 2024

El poder mágico de las palabras.

He encontrado una preciosa historia escrita por el maestro Víctor Manuel Cruz Castañón. ¿Ficticia? ¿Real? Lo dejo a criterio de los lectores.

Su título es: “Leticia, piojos y cuentos”

Comienza así:

 

Leticia fue mi alumna en la escuela Justo Sierra, en plena Sierra.

 

Tenía 11 años de edad.

 

11 años conociendo las carencias y la mugre de la vida.

 

Siempre con la misma ropa, heredada por una tradicional necesidad familiar.

 

11 años combatiendo con bichos, de día y de noche.

 

Su naricita como una vela, sucia y atascada, siempre escurría algo de ella.

 

Tenía un largo pelo, en otras circunstancias hermoso, pero en la suya descolorido sirviendo de tobogán a los piojos.

 

Pese a sus contratiempos, a la distancia y a su situación, Leticia era de las primeras en llegar a la escuela.

 

Quizás su interés era puramente por la necesidad personal de soñar, por pensar que su vida no era como la estaba viviendo. Era valiente, regresaba a diario pese a tener que enfrentar el rechazo y el asco de sus compañeros.

 

Cuando tenían que hacer un trabajo en equipo nadie la quería.

 

Ni siquiera le dieron la oportunidad de demostrar lo inteligente era: un frío rechazo fue lo que Leticia conoció.

 

Me abrumaba el hecho de ver que algunos niños con características similares a las de Leticia si eran aceptados por el resto de las niñas y los niños, pero no ocurría lo mismo con Leticia y el resto de las niñas.

 

A mí solamente se me ocurría hacer recomendaciones que nunca fueron atendidas. (Cuestión de educación en el hogar).

 

En ese tiempo me preguntaba:

 

¿De qué sirve leer cuentos a niños que ni siquiera han comido?;

 

¿Serviría de algo alimentarlos con fantasías? Yo creía que sí, pero no sabía el alcance que pueden tener las palabras.

 

Constantemente les brindaba relatos, sobre todo en la mágica hora de lectura, dos veces por semana.

 

Un día conté “La Cenicienta” y cuando llegué a la parte en que el hada madrina transformó a la joven y andrajosa protagonista en una bella señorita de vestido vaporoso y zapatillas de cristal, Leticia aplaudió frenéticamente el milagro satisfecho.

 

Se podía leer una súplica en su rostro que provocó la burla de los que no tenían la misma capacidad ni la misma necesidad de soñar. (Ni siquiera capacidad de compasión).

 

Esta vez sí hubo recomendaciones y regaños por mi parte.

 

En otra ocasión, pregunté a mis alumnas y alumnos: ¿A qué os queréis dedicar de mayores? Y el cofre de sus deseos se abrió ante mí: alguien quería ser astronauta, aunque al pueblo ni el autobús llegaba; otros querían ser maestros, artistas o militares.

 

Cuando le tocó el turno a Leticia, se levantó y con voz firme dijo: “¡Yo quiero ser doctora!”

 

Una carcajada insolente se escuchó en el aula.

 

Apenada, se deslizó en su pupitre invocando al hada madrina que no parecía querer aparecer.

 

Mi labor en esa escuela terminó junto con ese año escolar.

 

La vida siguió su curso.

 

Después de quince años, regresé por esos rumbos, ya con mi nombramiento.

 

Hasta entonces encontré algunas respuestas y otras muchas preguntas.

 

Las buenas noticias me abordaron en autobús, antes de llegar al cruce donde hacen trasbordo los pasajeros que viajan al otro poblado.

 

Llegaron en de boca de una señorita vestida de blanco:

 

—¡Usted es el maestro Víctor Manuel!

 

— ¡Usted fue mi maestro! —me dijo, sorprendida y sonriente.

 

— El que podía encantar serpientes con las historias que contaba.

 

Halagado, contesté:

 

—Ese mismo soy yo.

 

— ¿No me recuerda, maestro? —preguntó, y continuó diciendo con la misma voz firme de aquel otro tiempo— yo soy Leticia!

 

— ¡Y soy doctora!

 

Mis recuerdos se atropellaban para reconstruir la imagen de aquella chiquilla que en otro tiempo nadie quería tener cerca.

 

Se bajó en el cruce dejando, como La Cenicienta, la huella de sus zapatillas en el contrafuerte del autobús …

 

¡Y a mí con mil preguntas!

 

Todavía alcanzó a decirme: – Trabajo en Parral … ¡Búsqueme en la clínica tal… y se marchó!

 

Un día fui a la clínica que me dijo, sin embargo, no la encontré. No la conocían ni la enfermera ni el conserje.

 

¿Era demasiado bello para ser cierto?

 

“Los cuentos son hermosos, pero no dejan de ser cuentos”, me lamentaba.

 

Arrepentido de haber ido, y casi derrotado, encontré a la directora de la clínica y hablé con ella.

 

Lo que me dijo, revivió mi fe en las personas y en la literatura:

 

—La doctora Leticia trabajaba aquí —me contó-Es muy humana y tiene mucho amor por los pacientes, sobre todo con los más necesitados.

 

—Esa es la persona que yo busco —casi grité.

 

— Pero ya no está con nosotros-dijo la directora.

 

—¿Murió? —pregunté ansioso.

 

—No. ¡La doctora Leticia solicitó una beca para especializarse y la ganó!

 

¡Ahora está en Italia!

 

Leticia sigue aprendiendo más y enseñando sus secretos para luchar.

 

Yo sigo queriendo saber hasta dónde llega el poder de las palabras; ¿cuál es el sortilegio para encantar a las serpientes que engullen a los desprotegidos?

 

Como profesor, ¿qué puedo hacer para equilibrar la balanza de la justicia social ante casos parecidos?

 

¿Cuándo empezó el despegue de los sueños de Leticia en cuanto al resto de sus compañeras y compañeros?

 

¿Dónde radica la fortaleza de las mujeres que superan cualquier expectativa?

 

Ya no quiero ser el maestro de Leticia: Ahora quiero aprender.

 

¡Quiero que me enseñe cómo evoluciona una oruga hasta convertirse en ángel y, sobre todo, quiero descubrir cuál fue la varita mágica que la convirtió en la Princesa del Cuento!

 

— Maestro Víctor Manuel Cruz

 

Leyendo historias así, sean o no reales, es lo de menos, caen sobre mis espaldas cuarenta y tantos años de mi vida.

Siempre se dice que la realidad supera la ficción, y creo que casos similares hay muchísimos alrededor del mundo. De hecho, las personas humildes son las que realmente demuestran de que están hechas. Son las que más tienen que luchar y trabajar por conseguir sus sueños. Ellas viven su vida sacando de sí mismas lo mejor de lo mejor.

El mundo sería diferente si cada persona se apasionase de esta manera en su profesión o su dedicación.

He dicho bien, caen sobre mi espalda todos los años de sueños infantiles. He visto crecer a muchos de mis compañeros y solo tienen “éxito” los que realmente luchan por sus sueños. Y al decir éxito no me refiero ni a poder ni a fama…

Desde todos estos años vividos, mi agradecimiento a todos los maestros que son capaces de transmitir valores reales a muchos alumnos que no son capaces de encontrarlos. A los míos, solo les puedo decir ¡buenas tardes!

No tuve esa suerte, debe ser que mis maestros no querían nada más que alumnos lineales, de los que no necesitan grandes atenciones … ¡Yo era demasiado extraña!

Debido a que en la infancia no tuve grandes maestros, la vida me dio al mejor: mi padre.

La vida le derribó y a mí también me lastimó de muchas maneras, no con necesidades materiales como en este caso, pero sí otras, y de esta manera nos enseñó.

Y desde los míos propios puedo decir que los sueños y metas si se cumplen, aunque sea poco a poco y a paso lento, sorteando personajes y situaciones, asimilando muchas cosas, pero sobre todo sin quitar la vista de lo que quieres lograr…

También tienen sus consecuencias aquellos que se reían de los demás o de sus sueños… hoy por hoy puedo observar de vez en cuando a un personaje que pasó su infancia humillándome, insultándome, lanzándome miradas incalificables, y otras cosas que no quiero recordar…

Me cruzo en la calle en algunas ocasiones, no sé si me recuerda, yo recuerdo perfectamente todo, recuerdo su aspecto de entonces e incluso sus apellidos. Siempre camina en solitario, tiene aspecto infeliz y demacrado… No me alegro de ello, todo fue perdonado hace muchos años, pero veo que el universo devuelve lo que recibe. Las palabras tienen poder siempre… y las acciones, y los pensamientos, y los deseos…

Pero como querer es poder, y Leticias hay muchas y muchos, son personas capaces de lograr sueños que parecen imposibles. Te pido que cualquiera que sea tu circunstancia nunca renuncies a tus sueños.

Nunca se dijo que las cosas iban a ser fáciles, lo fácil realmente no se valora lo suficiente… Por eso vivimos hoy inmersos en la mediocridad más absoluta.

En las universidades y escuelas públicas se pueden observar muchas historias y conocer a personas con problemas realmente graves.

Recuerdo a alguien, pero no voy a decir su nombre, que llegaba a clase con unos olores algo desagradables, no solía traer merienda, y casi nunca tenía compañía. Llegaba tarde algunos días porque venía de trabajar y algunos de ellos se dormía sobre el pupitre.

Después de los años, cuál ha sido mi sorpresa, al comprobar que es una bellísima persona que ha cuidado en alguna ocasión de los dientes de mis hijos.

Me emocionó bastante porque también me recordaba y la primera vez que entré en su consulta, me miró a los ojos y me dijo: eres de los pocos recuerdos bonitos que tengo de la época de estudiante.

Por eso pido a los maestros que cuiden sus palabras, sus comportamientos y sus omisiones, de ellos dependen muchas cosas.

Cuando tienes un papel que genera admiración y autoridad hay que estar a la altura, y muchos se quedan ni a media altura…

Tango una compañera en el gimnasio que me cuenta sobre un maestro ¡que no debería tener ese título!… a estas alturas de la vida no tendrían que existir maestros que pongan lastres a sus alumnos… habría que observar mejor estos casos. ¡Palabras hirientes, menosprecio, odio!

Si el alumno tiene suficiente personalidad, en este caso es así, bien; pero el problema es si dan con una persona que cree lo que le dicen… repetirá en su vida una a una las palabras que ha escuchado a su maestro…

Es una pena, porque un maestro así, puede definir la forma de comportarse de bastantes personas.

En las palabras ¡hay vida y hay muerte!

Por pavor, vamos a elegir bien nuestras palabras, sobre todo con niños, adolescentes o jóvenes en nuestra presencia. Yo diría que con cualquier edad, a todos se puede hacer daño.

No he sido maestra, pero he tenido la gran suerte de tener un negocio durante varios años, que estaba a todas horas lleno de chavalería de todas las edades, para mí los mejores regalos que me ha dado la vida (mis hijos aparte, je, je, je).

Digo la suerte porque teníamos una pequeña oficina y allí venían de vez en cuando a charlar un rato con nosotros. Todos pasaron por aquella oficinilla, que más parecía una sala de terapia. Nos contaban de todo, alegrías, preocupaciones, sueños, inquietudes, pero sobre todo problemas.

Han pasado más de veinte años de aquello y todavía hoy se nos acercan por la calle, nos dan las gracias, nos abrazan, y nos hacen sentir como verdaderas heroínas…  A algunos ni los reconocemos… ja, ja, ja, ellos han cambiado más que nosotras.

¿Qué hicimos durante aquellos años para hacernos sentir tan especiales?

Ellos fueron nuestras chavalas y nuestros chavales, les enseñamos algo y aprendimos mucho de ellos. Siempre había alguno que nos emocionada, al menos a mí. Recuerdo a muchos de ellos a pesar de los años pasados.

Así que supongo que tiene que ser una sensación parecida a la que siente un maestro cuando antiguos alumnos tienen comportamientos similares con ellos.

 

Por lo tanto, mi petición de hoy es por los maestros como el de esta historia y por todos los que ayudan a que las personas seamos mejores personas.

Bendigo a esos maestros y a esas Leticias, y a todas las personas que como ellos ponen el soplo necesario en el corazón y en la mente de los que quieren alcanzar sus sueños.

 

¡Namasté!

 

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