Nadie triunfa solo

Escrito por Marié

1 de abril de 2024

¿Cuál es la historia tras las manos de Durero? Hermosa leyenda que vale la pena leer aunque algunas notas biográficas de tan importante pintor del renacimiento contradicen dicho relato. Nadie triunfa solo:

 

Durante el siglo XV, en una pequeña aldea cercana a Núremberg, vivía una familia con 18 niños.

 

Para poder poner pan en la mesa para tal prole, el padre, y jefe de la familia, trabajaba casi 18 horas diarias en las minas de oro, y en cualquier otra cosa que se presentara.

 

A pesar de las condiciones tan pobres en que vivían, dos de los hijos de Albrecht Dürer tenían un sueño.

 

Ambos querían desarrollar su talento para el arte, pero bien sabían que su padre jamás podría enviar a ninguno de ellos a estudiar a la Academia.

 

Después de muchas noches de conversaciones calladas entre los dos, llegaron a un acuerdo.

 

Lanzarían al aire una moneda. El perdedor trabajaría en las minas para pagar los estudios al que ganara.

 

Al terminar sus estudios, el ganador pagaría entonces los estudios al que quedara en casa, con las ventas de sus obras, o como fuera necesario.

 

Lanzaron al aire la moneda un domingo al salir de la Iglesia. Albrecht Dürer ganó y se fue a estudiar a Núremberg.

 

Albert comenzó entonces el peligroso trabajo en las minas, donde permaneció por los próximos cuatro años, para sufragar los estudios de su hermano, que desde el primer momento fue toda una sensación en la Academia.

 

Los grabados de Albretch, sus tallados y sus óleos llegaron a ser mucho mejores que los de muchos de sus profesores.

 

Y para el momento de su graduación, ya había comenzado a ganar considerables sumas con las ventas de su arte.

 

Cuando el joven artista regresó a su aldea, la familia Dürer se reunió para una cena festiva en su honor.

 

Al finalizar la memorable velada, Albretch se puso de pie en su lugar de honor en la mesa, y propuso un brindis por su hermano querido, que tanto se había sacrificado para hacer sus estudios una realidad.

 

Sus palabras finales fueron: “Y ahora, Albert, hermano mío, es tu turno. Ahora puedes ir tú a Núremberg a perseguir tus sueños, que yo me haré cargo de ti.”

 

Todos los ojos se volvieron llenos de expectativa hacia el rincón de la mesa que ocupaba Albert, quien tenía el rostro empapado en lágrimas.

 

Movía de lado a lado la cabeza mientras murmuraba una y otra vez “no… no… no…”.

 

Finalmente, Albert se puso de pie y secó sus lágrimas. Miró por un momento a cada uno de aquellos seres queridos y se dirigió luego a su hermano.

 

Poniendo su mano en la mejilla de aquel le dijo suavemente,

 

– “No, hermano, no puedo ir a Núremberg. Es muy tarde para mí. Mira. Mira lo que cuatro años de trabajo en las minas han hecho a mis manos.

– Cada hueso de mis manos se ha roto al menos una vez, y últimamente la artritis en mi mano derecha ha avanzado tanto que hasta me costó trabajo levantar la copa durante tu brindis…

– Mucho menos podría trabajar con delicadas líneas con el compás o el pergamino y no podría manejar la pluma ni el pincel.

– No, hermano, para mí ya es tarde”.

 

Más de 450 años han pasado desde ese día.

Hoy en día los grabados, óleos, acuarelas, tallas y demás obras de Albrecht Dürer pueden ser vistos en museos alrededor de todo el mundo.

Pero seguramente tú, como la mayoría de las personas, solo recuerdes uno.

 

Un día, para rendir homenaje al sacrificio de su hermano Albert, Albrecht Dürer dibujó las manos maltratadas de su hermano, con las palmas unidas y los dedos apuntando al cielo.

Llamó a esta poderosa obra simplemente “manos”, pero el mundo entero abrió de inmediato su corazón a su obra de arte y se le cambió el nombre a la obra por el de “Manos que oran”.

 

La próxima vez que veas una copia de esa creación, mírala bien. Permite que te sirva de recordatorio, si es que lo necesitas, de que nunca nadie triunfa solo.

 

“Nada de injusticia había en aquella sublime promesa entre hermanos.

Sí existió un reconocimiento pleno del uno al otro, de su expresión y de su encargo; decisión que lejos de ser autoritaria, es compromiso, responsabilidad, educación y sobre todo amor”.

 

Una hermosa y ficticia historia de la que no encuentro origen.

 

“Las manos que oran”. Historia biográfica o leyenda, en realidad no importa tanto.

Su sentido propio es autosuficiente en su ofrenda: amor y anteponer el privilegio del otro sobre uno mismo.

 

Relato adaptado de varias fuentes, sin autoría.

 

Investigando he encontrado notas biográficas que contradicen este hermoso relato:

Albrecht Dürer (1.472-1528 ) es su nombre en alemán.

Dürer es la derivación de la palabra alemana Tür, que significa “puerta”, siendo este el significado del apellido de su padre, Albretch Atjós, de origen húngaro.

También podremos localizar a Durero como Albertus Durerus Noricus. Esta es la fórmula que el artista utilizó tras su viaje a Venecia a partir del cual decidió adoptar los modos cultos de los renacentistas italianos. Alberto Durero es el nombre que se le dio en la Corte española, donde se castellanizó su difícil apellido germánico.

En sus cuadros y grabados frecuentemente inscribe su monograma: una elegante A mayúscula que encierra la D de su apellido.

Durero firmó todas sus obras, excepto a las que el artista no concedía valor como obras de arte. Dada la alta estima que tenía de sí mismo, este hecho sirve para dar cuenta de qué era arte y qué no lo era en su época.

El padre de Durero, Albrecht el Viejo, era húngaro. Su profesión era la de orfebre, por lo que se trasladó a Núremberg, uno de los centros culturales más importantes de Alemania.

Núremberg era un núcleo de distribución de metales preciosos, gracias a las minas que poseía en su territorio.

Legaron en el año 1455 y abrió su taller de orfebrería inmediatamente; en 1467, contando cuarenta años, se casó con la alemana Bárbara Holpere, que contaba con quince años.

La pareja tuvo dieciocho hijos a lo largo de veinticuatro años. De todos ellos, en el año 1524 solamente habían sobrevivido tres, todos ellos pintores.

Núremberg tenía rango imperial y estaba gobernada por cuarenta y dos familias nobles . La familia de Durero se incluía en la clase social de los “ëhrbar”, honorables, por debajo de las cuarenta y dos familias pero por encima del resto de clases sociales.

El 21 de abril de 1471 nacía el tercer hijo de los Durero, Alberto, hecho reseñado someramente por su padre en su diario.

– Estos datos rebaten el hermoso relato. Adaptación de varias fuentes.

Nuestras manos reflejan el tipo de vida que hemos vivido, el trabajo, salud, experiencias.

Ellas pueden reflejar la consecuencia de nuestros sentimientos, ligeros temblores, sudoración, frío… nerviosismo, ansiedad.

Para mí evidencian mi instrumento para dar vida a mis pasiones como diseñadora, aprendiz de pintora, aprendiz de escritora y aprendiz de tantas otras actividades.

En otras personas igualmente son preciosos instrumentos, hoy debo mi vida a las manos de dos cirujanos y para mí son milagrosas…

Para mí como amante del arte, esta obra es admirable por su sencillez y a la vez complejidad para reflejar lo que quiere el autor.

Puede que la obra diese paso a querer explicar su historia mediante esta leyenda.

El arte en cualquiera de sus formas es un reflejo del alma del artista, pero también puede reflejar cada alma que observe, escuche, … O deguste la obra.

Cada mirada puede extraer distintas impresiones y para mí la mirada que creó esta leyenda pertenecía a los ojos de un también artista.

 

Personalmente, creo que pintar manos es de lo más complicado en pintura, máxime manos que puedan reflejar una historia.

Poder hacer sentir al observador es lo más sublime del arte.

 

¡Namasté!

 

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