Recuerdos
Puede que alguno de mis amigos recuerden esta reflexión, aunque hace algunos años que lo escribí. Les dediqué y agradecí así: Dame la mano un 07 de mayo de 2010.
Es lo que sentí que ellos me decían cada día:
Dame la mano, abre tus ojos y no mires atrás, si lo haces que sea solo para ver lo hermoso que dejó.
Mira hacia delante, sal del lodo en el que entraste, no te dejes arrastrar por las arenas movedizas que te atrapan despacio y sin pudor, sigue luchando por la vida.
Profundamente, en mi alma, resonaban siempre sus voces, o sus gestos sin palabras que me animaban a seguir adelante y en conclusión, resolví escucharlas.
Sus buenos deseos me ayudaron a abrir los ojos, y así pude lograr ver todas sus manos tendidas hacia mí.
Me agarre con todas mis fuerzas a ellas, lo más firmemente que pude, y al sentir su energía, logre escuchar una voz muy delicada que, con gran suavidad, decía sin palabras: lucha, sueña, la vida sigue, mira al frente, mira a tus angelitos, y sigue por ellos.
Estabas tan extremadamente escondida en tus profundidades que no lograbas oírme.
Agradece esas manos que te han ayudado a salir de tu oscuridad.
Aunque no puedas verme, estaré a tu lado por la eternidad, siempre te ayudaré a levantar cuando caigas.
¡Pero con una condición!
Tú tienes la última palabra, tienes que luchar, tienes que reír, no debes llorar, no puedo acercarme si lloras, si dejas de luchar no me podré acercar a ti ni podre tomar tu mano para levantarte.
No puedes ceder a la tormenta porque mi mano se soltara sin remedio.
Le entendí, como siempre, tenía razón, llego la hora de levantarse.
Ya pasó el tiempo de llorar. Y yo regresé al mundo, llegó el momento de aprender a escuchar, y volví de nuevo a caminar con una nueva compañía.
Antes no la había percibido, pero supe, con una certeza que no dejaba lugar a dudas, que de ahora en adelante siempre me acompañaría.
Me decía en su silencio, que tal vez tuviera que caer de nuevo, que quizás tuviera que volver a llorar. Pero que no me volviera a dejar arrastrar por esas arenas movedizas, que no me dejase hundir en ellas. Porque siempre estaría acompañada.
Me susurraba que las vivencias siempre permanecerán en mí, pero que en adelante aprenda a guardar en mi corazón los recuerdos maravillosos que compartimos. Y no los demonios que no me dejaban ver.
Esos preciosos recuerdos, no los olvidaré nunca. Y esos otros que hacen daño, aunque tampoco los voy a olvidar, dejaré que duerman en esa nube cercana, pero no lo suficiente como para ser un obstáculo.
En esos días supe que aunque caiga, aunque me hunda, aunque me falte la respiración, y siempre que lo necesite, tendré su aliento diciéndome: ¡levántate!.
Siempre estará dispuesto a mi lado para ayudarme a vivir, y para ello lo único que debo hacer es no rendirme jamás.
Pero para que todo esto pudiese ocurrir, tengo que agradecer los gestos de amigos de sangre y de amor, que estando conmigo, siempre me dijeron: ¡dame la mano!
Gracias a ellos, gracias por poder asirme a sus manos para poder subir, gracias por estar pendientes de mí y ayudarme a no seguir cayendo al pozo sin fondo en el que quedé en diciembre.
Gracias,
El árbol de los amigos
Existen personas en nuestras vidas que nos hacen felices por la simple casualidad de haberse cruzado en nuestro camino.
Algunas recorren el camino a nuestro lado, viendo muchas lunas pasar, más otras apenas vemos entre un paso y otro.
A todas las llamamos amigos y hay muchas clases de ellos.
Tal vez cada hoja de un árbol caracteriza uno de nuestros amigos.
El primero que nace del brote es nuestro amigo papá y nuestra amiga mamá, que nos muestran lo que es la vida.
Después vienen los amigos hermanos con quienes dividimos nuestro espacio para que puedan florecer como nosotros.
Pasamos a conocer a toda la familia de hojas a quienes respetamos y deseamos el bien.
Más el destino nos presenta a otros amigos, los cuales no sabíamos que irían a cruzarse en nuestro camino.
A muchos de ellos los denominamos amigos del alma, de corazón.
Son sinceros.
Son verdaderos.
Saben cuando no estamos bien, saben lo que nos hace feliz.
Y a veces uno de esos amigos del alma estalla en nuestro corazón y entonces es llamado un amigo enamorado.
Ese da brillo a nuestros ojos, música a nuestros labios, saltos a nuestros pies.
Más también hay de aquellos amigos por un tiempo, tal vez unas vacaciones o unos días o unas horas.
Ellos acostumbran a colocar muchas sonrisas en nuestro rostro, durante el tiempo que estamos cerca.
Hablando de cerca, no podemos olvidar a amigos distantes, aquellos que están en la punta de las ramas y que cuando el viento sopla siempre aparecen entre una hoja y otra.
El tiempo pasa, el verano se va, el otoño se aproxima y perdemos algunas de nuestras hojas, algunas nacen en otro verano y otras permanecen por muchas estaciones.
Pero lo que nos deja más felices es que las que cayeron continúan cerca, alimentando nuestra raíz con alegría. Son recuerdos de momentos maravillosos de cuando se cruzaron en nuestro camino.
Te deseo, hoja de mi árbol, paz, amor, salud, suerte y prosperidad.
Hoy y siempre.
Simplemente porque cada persona que pasa en nuestra vida es única.
Siempre deja un poco de sí y se lleva un poco de nosotros.
Habrá los que se llevarán mucho, pero no habrá de los que no nos dejaran nada. Esta es la mayor responsabilidad de nuestra vida y la prueba evidente de que dos almas no se encuentran por casualidad.
¡Me siento enormemente afortunada por tener amigos tan grandes como los que tengo, sean o no de sangre, todos los que me tienden su mano cuando lo necesito!
¡Y por eso hoy les doy a todos las gracias!
Amen!!!!
Ayyy Elvira. Como lloré ese abril, o mayo, no recuerdo, del 2010 en la puerta de una casita en Fuente del Aliso, en Hervás, creo que fue. Contigo. Una de las últimas veces que lloré de esa forma, a partir de ahí mis lágrimas se fueron transformando paso a paso en emoción y bonitos recuerdos. Tus manos me ayudaron a que así fuese y siguen ayudándome siempre. Te quiero mucho, amiga.