Cuento de la navidad y la familia

Escrito por Marié

9 de diciembre de 2022

Historia de Navidad

 

«Mi pareja y yo estábamos sentados a la mesa, los dos solos. Cuento de la navidad y la familia».

 

¡Por supuesto estaban comenzando las fiestas navideñas!

 

En un momento en mi mente aparecieron recuerdos de mis padres.

 

Llegaron atropelladamente a mi memoria recuerdos de juventud.

 

En aquellos lejanos años, durante las fiestas navideñas, siempre tenía planes. No paraba en casa.

 

Me llegaban un montón de invitaciones para asistir a cenas y fiestas, siempre con amigos.

 

Y aunque en casa también teníamos cenas especiales yo, por aquel entonces, prefería asistir a las reuniones con mis amistades en lugar de pasar la velada con mi familia.

 

Mi padre, siempre pedía que toda la familia, al menos el día de Navidad, estuviése junta y por eso nos solía proponer que dividiésemos las fechas.

 

Nos decía que los que ya estaban casados o viviendo en pareja,  pasaran la fiesta del Año Nuevo en casa de la familia de su pareja y los que estabamos solteros, la pasáramos con los amigos.

 

Lo único que nos pedía era que la Navidad la pasáramos con él y con mi madre.

 

¡Nunca lo pudimos cumplir!

 

Mis hermanos casados, o en pareja, no podían en ninguna ocasión. Buscaban siempre algo que objetar. Alegaban que la casa de mis padres estaba muy lejos de sus propias casas,que hacia mucho frío, que había nevado, en fin, siempre excusas.

 

Los solteros, solíamos preferir salir con los amigos a bailar a algún garito, a divertirnos y a beber.

 

¡Siempre elegiamos estar con otras personas, antes que con nuestros padres!

 

Nuestras atenciones y afectos normalmente fueron para otros.

 

Una noche de diciembre, mi hermano mayor propuso a todos los demás si nos parecía bien si nos juntábamos esas navidades.

 

Pensaba que deberíamos pasar más tiempo con nuestros padres, ya que nunca después de haberse emancipado los mayores, habíamos pasado ninguna navidad todos juntos.

 

Ahora con el tiempo, me he dado cuenta de que mi hermano, en aquella ocasión, estaba comenzando a vivir lo mismo que mis padres:  sus hijos mayores empezaban a pasar estas fechas con sus amigos y él y su esposa se encontraban solos en Navidad.

 

Todos estuvimos de acuerdo en que pasaríamos la Navidad en casa de nuestros padres.

 

Ellos al saber la noticia se pusieron muy felices.

 

Mi padre le dijo a mi madre que preparase una gran cena.

 

En la casa todo era felicidad.

 

Mi padre se acercó y me dijo:

 

– Estoy muy feliz hijo, porque por fin voy a teneros a todos sentados en mi mesa, como cuando erais pequeños.

 

Quiero ver a mi hijo mayor sentado a un lado mío y a ti al otro, ya que eres el más pequeño.

 

Tu madre estará en el extremo opuesto junto a tus hermanas.

 

¡Estaba tan feliz y emocionado!. Me dio un abrazo tan lleno de amor que casi se me saltan las lágrimas.

 

Todo estaba listo, eran las siete de la tarde y les dije a mis padres:

 

– Voy a salir un momento para decirle a mis amigos que no pasaré la Navidad con ellos, sino con mi familia.

 

Mi padre dijo:

 

– Haces bien hijo, para que no te estén esperando. Me dio una palmada en el hombro, mientras sonreía.

 

Cuando salí me esperaban dos de mis amigos a los que comenté que me quedaría con mis padres. Ellos insistieron en que por lo menos brindaramos juntos.

 

Querían sentir que yo estaba allí con ellos, pero, el brindis se fue alargando hasta casi la media noche.

 

Todo el tiempo pensaba que mis hermanos y hermanas ya estarían en casa junto a mis padres, esperándome para empezar.

 

Por fin con un fuerte sentimiento de culpa por no haberme ido de inmediato, me retiré sin despedirme de mis amigos.

 

Presentía que recibiría algún reproche por parte de mis hermanos y que todos estarían enfadados conmigo.

 

Cuando iba acercándome a casa, me di cuenta que no se oían voces, ni cantos, ni risas por parte de mi familia.

 

Pensé que por ser una noche muy fría se encontrarían en el interior de la casa con mis padres, así que entré por la puerta intentando ser discreto.

 

Decidí  que si me preguntaban les diría que me había quedado dormido.

 

Cuando abrí la puerta tampoco se escuchaba ningún ruido. Solamente pude oír una conversación de mis padres, el con una voz quebrada por el llanto diciéndole a mi madre:

 

– No vino nadie, ni siquiera el menor de nuestros hijos que vive con nosotros, está aquí.

 

¿Qué hemos podido hacer mal con nuestros hijos que no quieren pasar ni siquiera está noche tan especial con nosotros?

 

Somos sus padres, esta casa la construimos para ellos con todo nuestro amor, esfuerzo y trabajo. ¿Por qué no nos pueden dedicar un día? Nosotros les dedicamos toda nuestra vida.

 

Se percibía una gran tristeza en sus palabras y en ese momento no tuve valor suficiente para acercarme.

 

Seguí escuchando a mi madre que le respondió con unas palabras que aún retumban en mis oídos:

 

– No te preocupes, los padres tenemos que entender que sólo estamos en el pensamiento de nuestros hijos cuando son pequeños.

 

Pero cuando crecen, ese pensamiento lo ocupan en otras cosas.

 

Primero el colegio con sus tareas, más adelante las diversiones con sus amigos, un poco más tarde las fiestas, después se centran en sus parejas, en el trabajo, el matrimonio o la independencia y por último en sus propios hijos.

 

Sus ocupaciones y preocupaciones son otras y nosotros ya no formamos parte de ellas.

 

Quédate tranquilo, todo lo que hicimos fue por ellos y les dimos todo nuestro amor. Ese fue nuestro propósito principal.

 

No hicimos nada mal. Ni ellos tampoco.

 

¿Tú crees que van a preferir pasar la noche de Navidad con un par de viejos que ya no pueden casi moverse, ni bailar?. Ya no les hacen gracia nuestros chistes, no tenemos recursos para hacerles reír y normalmente ya nos quejamos por casi todo.

 

¡Anda, anímate…! ¡Mira, voy a poner los diez platos en la mesa y a medida que vayan llegando les iremos sirviendo!…

 

¡Quieres ayudarme?

 

Sentí un enorme nudo en la garganta que no me dejaba respirar, me sentí tan desagradecido, tan mal hijo, tan avergonzado.

 

¿Cuánto tiempo le he dedicado a otras personas y actividades nada importantes comparadas con mis padres?

 

¿Cuántas veces he dejado de abrazarlos, besarlos y decirles cuanto les amo?

 

Entre rápidamente en el salón y abracé a mi padre, le pedí perdón, luego fui hacia mi madre, besé sus manos y me arrodillé.

 

Ella me acariciaba los cabellos mientras mi padre se secaba las lágrimas. Dándome la mano me sentó a su lado y dijo:

 

– No es necesario que estén todos, uno solo representa a los demás. “Niña” vamos a servir la cena. ¡Que nuestra familia ha llegado!

 

Hoy mis hijos no están conmigo, en mi mesa están nuestros dos platos servidos. Y siento que en cuanto venga alguno, tan solo uno, entonces mi familia habrá llegado.

 

– Adaptación de una historia de navidad.

Reflexión.

La familia es el primer círculo social, es el primer núcleo en el que aprendemos a mirarnos. Nos encontramos al observarnos en los demás, en lo que se crea estando juntos. Tiene que ser un núcleo fuerte que genere seguridad y estabilidad emocional.

Pero en ocasiones, esto no es así, y brillan por su ausencia, la seguridad, la confianza o la complicidad.

No es cuestión de buscar culpables, normalmente no los hay, pero hay ocasiones en las que los padres no saben dar una educación que genere familiaridad… Familia. Hay veces en las que no han sembrado de la manera correcta… Seguro que involuntariamente.

No siempre se debe responsabilizar a los hijos de ciertas cuestiones. Todo tiene su por qué.

De cualquier forma, los padres son nuestros acreedores y aunque su manera de tratarnos no haya sido la esperada o la correcta, quizás no supieron hacerlo de otra forma.

 

Pero ante la certeza de que todos tenemos un final desde nuestro nacimiento, y que ese instante está más cerca cada instante pasado; no debemos hacer nada de lo que después podamos arrepentirnos…

 

¡Namasté!

 

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