¿Puedo decirte algo? Ya no soy joven, pero tampoco soy vieja, y la vida me ha enseñado a sentir la eternidad en mis células.
Aunque la edad no esté en las células, ellas son jóvenes pero efímeras, como todo.
¿Crees en la belleza? En esa belleza eterna que nunca se extingue, ¡belleza interna y eterna!.
Pues a mí me gustaría vivir en un mundo en el que esa belleza no se extinguiese. Belleza no física.
Siento en mis entrañas la pertenencia a algo grande, siento esa eternidad interna poco más o menos que ilimitada, como si existiese desde que el mundo existe, por eso me siento parte de cada pedazo de ese gran mundo.
Hay ocasiones en las que me observo en tiempos ancestrales, conformando y siendo un pequeño fragmento de una antigua tribu. En ella las mujeres son escuchadas y valoradas, son importantes, como el resto de los integrantes de la tribu, en ella los niños son escuchados, son importantes, como el resto de integrantes, pero los más escuchados, a diferencia de hoy, son los ancianos.
Miro en mi interior y no reconozco a una mujer, ni a un hombre, no hay definición para mí. Soy energía pura. Podría ser un two spirit o dos espíritus, pero su connotación tampoco me define. (Respetando este término nativo americano).
Cuando digo que me siento parte de una tribu, también podría decir comunidad, clan, grupo… pero la palabra tribu me transporta a tiempos inmemoriales. Esos tiempos antiguos en los que no existían todavía roles de género, esos tiempos en que todo era respetado y aceptado. Cada ser tenía su lugar totalmente decisivo.
Observo todo como entre la bruma de un sueño.
Y entre esas brumas, veo alejarse de mí, ataviados con sus ropajes antiguos y pesados a muchos de mis congéneres que caminan a cazar, recolectar, para cuidar de todos los demás. Hombres y mujeres luchan con ayuda de los elementos, contra cualquier enemigo.
Traen todo lo necesario, alimentos, medicinas.
No se priorizan unos ni otros, laboraban por igual, aprovechando las cualidades singulares de cada uno, uniendo estas perfectas y únicas capacidades, complementados en una perfección inigualable y olvidada.
Percibo la complicidad necesaria para vivir, me acompañan sonrisas infantiles, risas adolescentes y las pícaras carcajadas de las ancestras.
Cierro mis ojos, hace aire y veo en mi mente muchos cabellos flotando largos y libres en él. La blanca luna llena refleja sus pupilas sobre unas oscuras y grandes trenzas, iluminando también otras más pequeñas, todas ellas adornadas con cuentas de colores.
Observo frente a mí unos cabellos entoldados por la plata del tiempo, la plata que genera la sabiduría antigua. Me observan algunos ojos prudentes y juiciosos surcados de arrugas, antiguos como antigua es la tierra. La inteligencia y sensatez viste estas blancas cabelleras.
Me dejo llevar por una nostalgia remota.
Salgo a caminar descalza y me siento en una piedra templada por el sol, miro a mi alrededor y observo altos árboles, arbustos frondosos, tierra roja y limpia.
Olfateo el aire y hay un aroma profundo, un aroma natural y penetrante. Aroma de aguas profundas, de lodo, de sangre y de vida. También de muerte y eternidad. Eternidad propia, porque no soy vieja, ni soy joven, la eternidad vive en mis células.
Observo mi reflejo en un lago, veo mis ojos, mis ojeras, mis cabellos y mis arrugas, mis pechos, mi cintura y mis caderas, mis cicatrices, señales de mis batallas, pero también de mis victorias. Me reconozco y me acepto, pero mi reflejo no revela mi edad, mi edad es eterna y nunca la distingo en mi rostro, si observo mi alma, ella si me aproxima más a mi edad.
Escucho silencio a mi alrededor, y ese silencio me descubre todos los susurros escondidos tras las enormes rocas que me envuelven. Vida salvaje, vida sagrada.
Disfruto el aroma de la arcilla antigua, esa arcilla que se disemina a mi alrededor, irradiando su grandeza. Ella me muestra en las huellas secas de su superficie el destino en todas sus formas. Veo el porvenir en sus polvaredas.
Algo se acerca silenciosamente a mi lado, pasos ligeros e inesperados, siento una humedad áspera en mi mejilla. De momento, de ella brotan pequeñas gotas de sangre caliente.
Miro de reojo y veo un precioso y enorme león blanco que había detenido su paseo para besarme. Su amor me ha herido, pero ha herido mi frágil piel involuntariamente. No es como esos otros que se dicen amores, pero que hieren el alma de forma totalmente voluntaria.
Mi nuevo y primitivo amigo se recuesta a mi lado y provoca que el frescor que llegaba a mi cuerpo arrastrado por la brisa ancestral, quede amortiguado con el calor de su poderoso cuerpo y la protección de su sobrecogedor pelaje.
Vuelvo a cerrar los ojos para poder seguir disfrutando más intensamente del eterno placer que me provoca sentir su tranquila e intensa respiración.
Percibo que me acepta, que me permite ser su hermana, su familia.
Siento ojos fijos en mí.
Otras criaturas van acercándose.
Oigo una leve agitación, un aleteo, advierto también un ulular cada vez más cercano que tiene como respuesta el aullido de un lobo, un grandioso lobo blanco. Es un lobo enorme, de ojos turquesados, que camina acercándose también a mi encuentro.
Es una respuesta de bienvenida, de aceptación y de saludo.
Abro los ojos lo suficiente para admirar como se acerca una lechuza, también blanca, la lechuza más asombrosa que podría ambicionar ver.
Blanco, blanco, blanco… me parece fascinante el color blanco, un color sin color.
Me persigue esa blancura, una blancura luminosa y brillante.
El tiempo se detiene, parece como si mi respiración también se detuviese, y noto una mirada profunda clavada en mis pupilas, todavía cubiertas por mis párpados. Los abro despacio para observar una gran sapiencia, una natural sabiduría se desprende de unos amarillentos ojos. Ella va deslizándose despacio, como suspendida en el aire, con sus alas extendidas hasta posar sus pequeñas garras en una piedra que duerme junto a la piedra que sostiene mi cuerpo.
Qué gran misterio, que enigmática naturaleza, ¿qué secretos ocultos y recónditos quieren mostrarme? Todas estas criaturas hermosas siguen observándome, sus rostros sagrados y antiguos vueltos hacia mí, parecen sonreír, y percibo una sensación cálida que proviene de cada uno de sus corazones. Para ellos parece un juego, un juego del que desconozco las reglas, pero ellos parecen dispuestos a seguir jugándolo.
Parecen espíritus hechos materia para mí, seres amigables que no quieren asustarme. Sus movimientos son lentos, pero constantes, para no causarme ningún sobresalto. Gracias amigos, gracias por atravesar el tiempo y venir a mi encuentro en este lugar onírico.
Por momentos percibo que la vida se detiene, para mostrarme estos milagros.
Todos ellos siguen observándome con curiosidad, con la expectativa de quien mira a un niño y espera algo inesperado.
Ellos me devuelven la supuestamente perdida esperanza, y hacen que ella vuelva a repoblar mis vacíos.
Me enseñan la vida sin la manipulación a la que estoy acostumbrada, su vida ritual, sus intuiciones, sus instintos. Y entre las nubes suspendidas en el oscuro cielo, un rayo intenso de luna viene a darme la perfecta señal de que debo escuchar los mensajes. Esas enseñanzas que solo pueden ser mostradas por todo lo salvaje, por todos y cada uno de ellos, tan autosuficientes como libres…
Bella palabra ¡libertad!. Mis recién encontrados amigos acercan a mi consciencia otras maneras más auténticas de encontrarme con la vida, otras maneras más puras de aprender, otras formas de vivir e interpretar las vivencias y sus mensajes ocultos. Mensajes que son inéditos en mi experiencia. Secretos prohibidos mostrados de manera perfecta.
Me están comenzando a instruir para aprender a decodificar los mensajes escondidos en cada uno de ellos, en el idioma que habla la mariposa con sus perfectos aleteos, el dulce canto de las aves, otros sonidos no tan dulces, la huellas dejadas en esa tierra antigua y rojiza.
También a leer en la naturaleza como en un libro reservado a personas altamente sensibles… leer en el movimiento de las nubes, en el aroma del viento, en la sensación que genera en la piel los cambios de temperatura… a descifrar mensajes en el fuego, en las brasas, en las sagradas plantas y en los altos árboles…
Me muestran como amar un tipo de sabiduría que hay quien se atreve a bautizar como analfabetismo. Así es calificada por los que creen saber, pero nada saben …
¡Y toda esta pureza me hace sentir la eternidad en mis células!.
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