¿Será verdad que me conozco?
Cuando escribo sobre mí, quizás sería bueno preguntarme si es útil para alguien contar estos vestigios de mi vida, pero me conformo con que sea bueno para mí.
A mí me resulta refrescante escribir, y mucho más profundizar y hacer introspección para intentar llegar a ver la luz de mis formas, para aclarar mis propias teorías sobre la inercia de mi vida.
Me gusta volver atrás para sopesar lo vivido, me alegro al encontrar nuevos hallazgos, que siempre me sirven de provecho.
Me gusta hacer balances de mi vida, testimonios vistos por mí.
Primero como mujer, pero también como la niña que fui e intento imaginar a la abuela que seré. También intento ver en mí, a la nieta, hija y madre, que he sido y soy, un poco más al desnudo.
Quiero contabilizar mis aciertos y desaciertos, y ver si esta ecuación se inclina hacia uno u otro lado.
Agradezco enormemente la oportunidad de poder seguir escribiendo, y poder bucear y rescatar todo lo que tengo almacenado en mi biblioteca interna para seguir aprendiendo de ello.
Gracias tiempo, gracias ojos, gracias manos, gracias pensamientos, emociones, sentimientos…
Gracias vida.
Muy agradecida también por poder seguir navegando a la profundidad de mis entrañas. Y por poder viajar igualmente, más allá de 1970, año en el que vi de nuevo la luz.
Más allá de mi nacimiento, a mi gestación y la formación de mis primeros átomos… No hay recuerdos conscientes, pero tengo la seguridad de que están impresos en mis células. Tomaron parte de lo hoy soy, así que, me honran y enorgullecen.
Por ello me propongo ir al origen, hasta mis últimos cuatro abuelos de sangre, que afortunadamente llegué a conocer y más allá de ellos.
Las raíces, que por fortuna tuve el gusto de disfrutar, se remontan a los años 1909, 1910 y 1924, años en los que volvieron a la vida mis cuatro abuelos.
Pensar en ellos y en lo que con ellos viví me fortalece y me da la explicación de parte de lo que soy. Me muestra la relación y la consecuencia en las cosas que hago, en mis pasiones, en mis aptitudes y en mi forma de ver la vida.
Ellos son la corriente del río de mi historia, y yo viajo sobre sus vaivenes, sus rápidos y sus remansos.
Hay datos que se perdieron para siempre en el tiempo, pero sirvieron para crear el hoy, y creo que serán suficientes para responder algunas preguntas.
Quizás también me sirva para intentar entenderme y entender mi propósito.
Ellos, mi sangre, mis ancestros, mis pilares, me acercan, todos, su modo único de vivir.
Su nacimiento sucedió en tierras cálidas, cada uno en un rincón mágico de la mágica Andalucía.
La unión de estas sangres dio lugar a esta mezcla inquieta y desconcertante de mi vida.
Cuatro pueblos, cuatro sentires diferentes de esta bendita tierra.
Una montaña, un antiguo bosque, agua y naturaleza se mezclan para ser los protagonistas que conforman un pueblito con un rico pasado.
Un pueblo estratégico como vía de paso entre la comarca y la ciudad.
Asentado en la falda del Monte Rosado y frente a la cara norte de Sierra Nevada, La Peza fue un antiguo castro romano, cuyo topónimo procede del término lápice (piedra), y sobre cuyo solar se construyó la fortaleza medieval encargada de custodiar el antiguo camino de Guadix a Granada por la Sierra de Huétor.
La Peza hace llegar hasta nuestros días sus tradiciones, las calles llenas en las celebraciones y conmemoraciones de circunstancias que le hicieron un hueco en nuestra historia.
«Y dentro de esa historia, yo traigo otra que cuenta como un matrimonio afincado en ese rincón blanco, en uno de los pueblos más bonito de la bella Andalucía, situado a los pies de esa mágica Sierra, trajo a la vida a un niño, un niño rubio, pequeño e inquieto al que pusieron el nombre de Francisco.
Corria el año 1909, asi que hoy 28 de Agosto de 2022 hace exatamente 113 años que el sol ha vuelto al lugar exacto del universo en el que se encontraba el día que él comenzó a transitar por esta tierra, cuando abrió sus ojos por vez primera.
El fue mi pintoresco y divertido abuelo, siempre en movimiento, siempre con algo entre manos, con sus pasos cortitos y rapidos…
Tengo grandes recuerdos de sus historias, de los interminables relatos de su vida.
Historias apasionadas e intensamente vividas. Una vida dedicada al trabajo, con grandes sacrificios, intentando sacar adelante una familia con los recursos que tenía.
Se indignaba por las cosas que no comprendía, que no le parecían justas dentro del pequeño marco de la educación que se podía tener donde le tocó nacer y en los años difíciles que le tocó vivir.
Se enfadaba, pero rápidamente volvía a sonreír y a tararear simulando el sonido de las cuerdas de una guitarra.
Me acercaba a sus años de juventud dibujando para mi su participación en una rondalla, contaba que unas veces era el saltarín que amenizaba las canciones sirviéndose, a veces, de cintas de colores, otras veces tocaba una bandurria, creo recordar… esta comparsa la formaban sus hermanos y algunos amigos junto con él.
Gracias a él, mis desayunos nunca han sido los habituales, nunca me gustó desayunar nada dulce. Me enseñó muchas cosas, aún sin hacerlo voluntariamente. Yo me quedé con las que me parecieron importantes, y valga la redundancia, creo que eso es lo importante.
Algún ejemplo eran sus trozos de pan con difernetes embutidos o con un trozo de queso que cortaba son su pequeña navaja. Recuerdo con cariño verle disfrutar de los gazpachos llenos de barquitos flotando, como el decia, o ajoblancos hechos por mi abuela en su eterno lebrillo blanco y que en ocasiones no llegaba a poder terminar…
Recuerdos tambien que alguno de mis primos traen a mi memoria, como verle terminar con los restos de un picadillo hecho con los productos de la huerta cuidada por él.
Son recuerdos sencillos de una persona sencilla, que aunque no esté desde hace bastantes años entre nosotros, siempre tendrá un lugar en mi corazón…
… Hombre bueno, con un carater inquieto y dicharachero, que cantaba en las reuniones, acercando a nuestras vidas parte del folklore en el que estubo inmerso en su juventud, que decia poemas en las fiestas familiares… y tarareaba alguna jotica, algun fandanguillo o algun chotis, mezclando las tradiciones de su tierra de nacimiento y de su tierra de acogida…
Carpintero, albañil, agricultor, componente de una rondalla, cantaor… poeta…
… y tantas otras cosas, siempre adornado con su eterno sombrero, sus oscuras gafas de sol y el inconfundible puro incansable entre los labios…»
«… Mi querido abuelo paterno…»
Más adelante regresaré a él con más historias de una vida desconocida como cualquier otra, pero que gracias a la cual algunos podemos contar su historia.
Y como no he tenido el gusto de conocer este pueblo que le vio nacer y que forma parte de mis raíces, he investigado para tener una idea de ellas y acercarlas a quien guste leerlas.
De su lugar de nacimiento encontré estas dos leyendas, entre otras muchas que hay viajando por la red:
El espejo de la reina mora de La Peza.
Cuenta la leyenda, que cuando que cuando los cristianos vencieron a los moros en La Peza, la reina mora se escapó del castillo y desde entonces pasea por la noche o durante la siesta, cargada con un espejo, por las calles de La Peza.
Algunas personas al ver su reflejo en el espejo de la reina mora de La Peza se observaban deformes, otros se veían con aspecto de moros en lugar de cristianos, otros podían contemplar a sus hijos, otros más disfrutaban contemplando los lugares a donde tendrían que desplazarse para ganar el pan…
Se contaba que la reina mora guardaba el silencio del pueblo. Que se llevaba a los niños que se portaban mal y a los que aun siendo buenos no respetaban la hora de la siesta, sin dejar descansar a los mayores.
Tambien se oía decir, que una tarde la reina mora tropezó en la calle del horno y su espejo se rompió. Al romperse el espejo los peceños no tenían donde mirarse. Asi que los buenos no sabían que eran buenos, ni los malos que eran malos, provocando un tremendo lío en el pueblo. Este tomó la determinación de comprar otro espejo a la Reina Mora.
Cuando el lobo vio las luces de La Peza
Dicen que antiguamente en La Peza habían muchos rebaños y tambien que en los montes cercanos había muchos lobos. Cuentan que hace muchos años un hombre fue al Campillo con su padre, ambos eran pastores.
Tenían la costumbre de encender una lumbre para que los lobos no se acercasen al rebaño, temiendo a las llamas.
Asi mantenían a salvo a sus ovejas.
Se decía tambien por La Peza, que los lobos temían y se asustaban cuando escuchaban arrastrar algo por el suelo. Esa noche mientras guardaban su rebaño los pastores, desafortunadamente el padre falleció. El hijo cargó con su cuerpo envuelto en una manta y lo transportó con la compañía terrorifica de un lobo que los seguía.
La manta que servía de sudario, arrastraba por el suelo, y esto fue lo que les salvó del ataque de aquel lobo. Este, estaba asustado por su sonido.
Al alcanzar el viso, desde donde La Peza era visible y en la parte alta de las eras de San Sebastián, las luces del pueblo eran visibles. Tambien fueron divisadas por el lobo, y al verlas, se dio la vuelta y se marchó.
– Cuentos contados por abuelas de La Peza y encontrados en la web.
También un poema dedicado a La Peza.
Pueblo blanco, perdido entre sierras y olivares
Entre jaras y enhiestos pinares,
vestida de novia Sierra Nevada,
suspira un pueblo en Granada.
Al frescor de los olivares,
llora el agua en los mares
cuando sueña con esta tierra encantada.
Pueblo serrano de paz y alegría,
en tus entrañas duerme la luna,
ataviada de rosas su cuna,
vió la luz que de ti nacía
con la emoción henchida de fortuna.
Juguetea el sol en tus fuentes,
se esconde el alba en tus encinas,
las estrellas del cielo, cristalinas,
hierven de bondad las mentes,
en estas sencillas y tiernas gentes
con el cariño de sus almas divinas.
Susurra el aire en tus almendrales,
la ilusión de la llegada de los toros,
inundaron de tonos celestiales,
para celebrar tus fiestas patronales,
y en San Marcos los cohetes sonoros.
Quién pudiera a la tumba llevarte,
guardada como sangre del corazón,
quién pudiera rezar la oración
para, nunca poder olvidarte
como a Dios y a la Virgen amarte
con toda mi fe y devoción.
Manuel J. Vélez
Un poco de historia
Cuentan que en 1810, durante la ocupación del invencible Ejército de Napoleón, vencedor de Europa, La Peza, una pequeña villa de Granada, impidió con arrojo y valor la ocupación, apresamiento y ejecución de sus gentes.
Su alcalde, Carbonero de profesión, Manuel Atienza de nombre, forjó un escuadrón Nimio, escaso, de hombres sin experiencia, tanto en el combate como en la guerra, instruidos apenas en dos jornadas, convencidos a ciencia cierta de que su causa era la justa. Guiados por su comandante, el corregidor, otrora un sencillo jornalero del campo.
Bienvenida no encontraron los gabachos. Unos cuentan que la imagen que narró el escritor Pedro Antonio de Alarcón no es del todo acertada, incluso exaltada.
Dicen otros que, en aquella primavera, La Peza iluminó el camino que los españoles debían andar para librar una guerra ya sentenciada.
Y por si alguien quiere conocer más sobre la Peza, aquí dejo un enlace. (1 h 10″)
https://www.20minutos.es/noticia/5089866/0/la-peza-reconquista-el-silencio-rural-con-el-desalojo-de-los-asistentes-de-la-rave-ilegal-que-ha-sonado-durante-seis-dias/ (copia y pega)
¡Soy nieta de abuelos con vidas distintas, pero sentires similares!
¡Y en su honor y para mantener su recuerdo escribo!
«Francisco Muñoz Fernández»
La Peza – Granada, 28 de agosto de 1909
Madrid, 7 de diciembre de 1987
¡Abrazos al cielo!
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