Fue mi padre un hombre con profundas raíces,
un hombre bien plantado que pasó su vida enseñando,
fue un gran árbol que no mostró sus cicatrices,
para que creciésemos sin ver sus daños.
Tenía una voluntad dura pero sencilla,
dividía sus inquietudes en parcelas,
sus cuidados eran fuertes centinelas,
para que nada sucediera a sus chiquillas.
Ese velo invisible que fue su partida,
dejó una ausencia que es un duro desafío,
al pensar en él siento siempre un gran vacío,
¡la muerte!… absurda hermana de la vida.
Si pudiera elegir otro destino,
pediría que estuviese aquí a mi lado
ayudando como siempre hizo conmigo,
quisiera dejar este vacío a un lado,
para volver a disfrutar de sus consejos y un buen vino.
Si pudiese escaparme de la pena,
que provoca saber que él está ausente,
si pudiese volver y cruzar esa puerta,
si pudiese plantar esa simiente,
lo devolvería a la vida, ¿alguien escucha mi oferta?
Vivo cada día pensando en como sería mi vida,
si su serenidad todavía me acompañase,
su templanza me daba seguridad, me mostraba mi valía,
hacía frente a cualquier cuestión sin temor a equivocarme.
Cuando miro a mis hijos me pregunto,
si con su compañía hubiera sido más sencillo,
acompañaría con bellos ejemplos sus disgustos,
y con su sabia enseñanza, construirían su vida ladrillo a ladrillo.
Lo bueno de esta historia sin remedio,
es que me enseñó a quererle en la distancia,
a que la falta de su presencia hiciese menos daño,
hasta que nos volvamos a encontrar… es mi esperanza.
Y en nombre de ese hombre honrado,
persona con actitud de buen soldado,
le dije hasta siempre a mi condena,
le siento eternamente a mi lado y
gracias a su recuerdo, digo adiós a mi pena.
– Marié –
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