Misterios e historia de Andalucía
Fue la modelo más famosa de Julio Romero de Torres. Sin embargo, María Teresa López, “La chiquita piconera” del cuadro más universal del artista cordobés, vivió en un asilo, sin dinero y amargada por los recuerdos de una vida ingrata marcada por quienes la acusaron de ser amante del pintor. Fue apodada como la mujer morena.
Era una mujer llamativa, de piel bronceada, pelo azabache y cándidos ojos, con la profundidad de la noche en ellos. Todo ello provocó en el pintor cordobés un anhelo por inmortalizarla en sus cuadros. Vio en ella la belleza típica del prototipo de la mujer cordobesa. La chiquita piconera.
Debido a esta característica, uso su imagen para el popular cuadro utilizado para anunciar las bodegas Cruz Conde y que con el tiempo se imprimió en un billete de cien pesetas del Banco de España.
La primera vez que entró al estudio de Julio Romero de Torres, recordado por ella misma, solo contaba 7 años.
Y desde el día que él le hizo su primer retrato, ya no dejaría de ir a ese estudio.
Contado por la chiquita piconera, de nuevo: Los cuartos que él le daba por posar les venían muy bien para tapar agujeros de la economía familiar.
Ese y únicamente ese fue el motivo que la llevó a posar.
También solía recordar que la familia del pintor sentía un gran aprecio por ella, sobre todo su esposa, que la veía como lo que era, una niña.
Las coplas basadas en mentiras que circularon criticando a su persona la indigno profundamente siempre. Como la coplilla de la chiquita piconera.
Y lo que siempre le hizo gracia de toda la historia que giraba en torno a su nombre, es que muchas personas se le acercaban para que les firmara los billetes de cien pesetas.
Otros cuadros menos conocidos del pintor en los que sirvió de musa, fueron: Ángeles, Carmen, Bendición, Niña de la jarra y La monjita en los que expresa con genial maestría la serena belleza de esta singular mujer a la que la vida, al margen de su famosa belleza, le deparó un camino de espinas, cuando podía haber sido de rosas.
La edad de nuestra protagonista, cuando posó para el cuadro que le dio su famoso nombre era de 17 años.
Pasado el tiempo, y llegado el olvido para esta mujer, para la mayoría de público, en el año 2000 le llegó un bonito homenaje en su tierra, hecho que debería haberse dado antes.
Posteriormente con casi 90 años, La chiquita piconera vivió en una residencia de ancianos en Palma del Río, ciudad que vio su último aliento un 26 de mayo del año 2003.
Reposa en el camposanto de El Carpio.
Partes de una entevista
– “Ser la modelo del pintor me amargó la vida” esta fue la afirmación que hizo María Teresa en una de sus entrevistas y que me ha llevado a revisar la historia de La chiquita piconera que posó para el pintor desde los ocho años hasta la muerte de este en 1930. Nueve años que definirían el resto de su vida. De la que se imprimirían sellos, calendarios y casi mil millones de billetes de cien pesetas con su rostro. De la que se compuso una Zarzuela , coplas y un libro y un corto sobre ella y jamás tuvo réditos de ello.»
Su última cita con la Historia pasa por la habitación 216 de un asilo andaluz. La Morena de la copla, la del bordado mantón, la de la alegre guitarra, la del clavel español, la que prestó su rostro a los billetes de 100 pesetas en la posguerra, apuró el fin de su existencia perseguida por sus recuerdos. La penúltima modelo viva que queda de las decenas que se prestaron voluntariamente para ser retratadas a principios del siglo pasado por el inmortal pintor cordobés.
Copla
Julio Romero de Torres.
Pintó la mujer morena.
Con los ojos de misterio.
Y el alma llena de pena.
Puso en sus brazos de bronce.
La guitarra cantaora.
En su bordón hay suspiros.
Y en su caja una dolora.
(Morena.
La de los rojos claveles.
La de las reja floría.
La reina de las mujeres.
Morena.
La del bordao mantón.
La de la alegre guitarra.
La del clavel español.)*
Como escapada del cuadro.
En el sentir de la copla.
Toda España la venera.
Y toda España la llora.
Trenza con su taconeo.
La seguirilla de España.
En su danzar es moruna.
En la venta de Eritaña.
* Estribillo.
– Fuente: Musixmatch
Sin duda, María Teresa López es la más famosa de todas. Ella es La chiquita piconera, la adolescente que se calienta los pies en un brasero lleno de carbón, picón en Andalucía. Blanco de todas las maledicencias populares de aquella España castigadora de sus ídolos.
En las ultimas entrevistas ya tenía ajada la memoria y el cabello blanco, pero su presencia permanecía intacta, como posando serenamente, sin apenas un movimiento, como le gustaba al pintor tenerla por las tardes en su estudio hace más de 80 años.
La primera luz que vio aquel día de 1913 fue la del rancho que su padre, Inocencio, tenía en las cercanías de Buenos Aires.
Hasta allí había llegado en compañía de su esposa Teresa a “hacer las américas”, como se decía entonces, e invertir la sustanciosa cantidad de dinero que había heredado de su familia.
Los recuerdos de María Teresa se funden entre verdes e inmensos prados, caballos salvajes, un jardín lleno de flores y una madre que la llama “india brava” porque era incapaz de estarse quieta.
La Primera Guerra Mundial acabó con la prosperidad del país suramericano y la familia volvió a su tierra natal cuando nuestra protagonista acababa de cumplir los siete años.
Regresaron a bordo del transatlántico Reina Victoria Eugenia y la travesía hasta Cádiz duró tres semanas. Se instalaron en la casa de su abuela paterna, en el castizo barrio cordobés de San Pedro, no muy lejos de la Plaza del Potro, donde Julio Romero de Torres (ya un pintor consagrado) tenía unidas su casa y su estudio.
Objeto de deseo. La relación entre las dos familias no tardó en nacer (las dos eran clanes de señoritos) y la cándida belleza de María Teresa (delgadita, morena, con grandes ojos negros que la hacían parecer mayor) no pasó inadvertida para el pintor, obsesionado por plasmar en sus lienzos a toda mujer (o proyecto de mujer) que cumpliera con los cánones iconografiados por sus críticos y clientes.
Una tarde de invierno, a los pocos meses de llegar a Córdoba, Margarita, la mandadera que servía en casa de los Romero, cogió a Teresa de la mano y se la llevó directamente al estudio de Julio:
– “Vamos niña, que te voy a presentar a un señor muy importante amigo de tu padre que te quiere conocer”, le dijo a modo de introducción.
– “Eres muy guapa. Ven las tardes que puedas si quieres que te pinte”, le dijo él sin más preámbulos.
Le pagaba tres pesetas por sesión, por quedarse inmóvil durante horas.
Y así fueron pasando los años. Julio estaba la mayor parte del tiempo en Madrid y sólo volvía a Córdoba en fechas señaladas para estar junto a su familia y pintar a sus “modelos fijas”. María Teresa era una de ellas. En cada encuentro el pintor le decía: – “¡Cómo has crecido niña!” y la llamaba para posar todas las tardes que pudiera…
Pero un día, el hombre se dio cuenta de que “la niña” su chiquita piconera, había crecido demasiado y su fascinación por ella empezó a transformarse en ese oscuro objeto de deseo que asola a los hombres maduros y mujeriegos.
– “Un verano noté que estaba nervioso. Entonces llegaba hasta mí y me estrujaba tanto que me hacía daño. Yo no me encontraba a gusto a pesar de que todavía era una niña y no sospechaba la razón de esos extraños abrazos.
– De repente, un día me propuso que me fuese a Madrid y que él me colocaría como modelo fija o de corista en algunas compañías de esas de variedades que tanto gustaban en la época. Como no sabía de lo que me hablaba no le hice caso. Pero empecé a tomarle miedo.
– Cuando nos quedábamos solos yo temblaba y estaba deseando que llegase alguien de la familia. No sabía por qué, pero no me gustaba…”, cuenta la propia María Teresa. – memorias manuscritas inéditas a las que ha tenido acceso Magazine.
El acecho real comenzó cuando la muchacha había cumplido ya los 14 años.
– “Conforme pasaba el tiempo me fui dando cuenta de lo que verdaderamente quería de mí. A partir de ese momento y hasta su muerte, tres años después, casi no pintó a otras porque estaba obsesionado por poseerme.
– Por eso me pintaba una y otra vez, a ver si había una ocasión y a la fuerza lo conseguía. Cada vez que nos quedábamos solos me atacaba como un loco. Muchos días me rompió los tirantes de la combinación cuando salía corriendo del estudio…
– No me atreví a decírselo a mi padre para evitar un escándalo, porque él tenía negocios con el hermano de Julio, Enrique, y seguí acudiendo a posar, rezando para que su familia no lo dejase solo conmigo.
– Afortunadamente creo que su mujer se dio cuenta de algo y siempre estaba al acecho, entrando al estudio con cualquier disculpa y poniéndole a él de mal humor”, narra la chiquita piconera en sus memorias.
En 1929, los médicos le diagnosticaron al pintor una grave dolencia hepática (las malas lenguas dicen que una cirrosis fruto de sus insaciables correrías durante su vida bohemia) y Julio Romero de Torres decidió regresar a Córdoba para tratar de recuperar la salud al cuidado de su familia.
Sus postreros cuadros, entre ellos el de La Chiquita piconera (el último de toda su extensa obra), los pintó prácticamente en su dormitorio, el único lugar en el que ya no se atrevió a acosar a su adolescente musa.
La obra, considerada por los críticos como el testamento pictórico del artista cordobés, la concluyó entre enero y febrero de 1930, tres meses antes de su muerte, acaecida el 10 de mayo a los 55 años.
Curiosidades del pintor
Gran mujeriego. Desde su juventud, Julio Romero de Torres se ganó una merecida fama de seductor y mujeriego.
Se casó en 1899 con Francisca Pellicer, hija de un ingeniero de minas, mayor que él y con la que tuvo tres hijos.
Alto, delgado, fibroso, con su mirada de actor de cine mudo y muy introducido en los círculos bohemios, tanto de Madrid como de Córdoba, al pintor se le atribuyen innumerables romances con todo tipo de mujeres: actrices, cantantes, sus propias modelos y hasta con alguna que otra dama de alta alcurnia.
Sus biógrafos lo describen como “un hombre de gallarda apostura que rayaba lo extraordinario cuando vestía la airosa capa y el sombrero cordobés; con gesto entre pensativo y desdeñoso, y ademán reposado.
Los ojos maduros de mirar hondo, y la boca de finos labios sobre la cual se dibujaba un cuidado bigote. La frente despejada rematada por el cabello peinado a raya…”. En definitiva, una buena percha para ejercer de Don Juan con todas las garantías del mundo.
Su primer gran impacto social, en el que se relacionaba su trabajo con su afición por el género femenino, fue el cuadro Vividoras del amor, de 1906, en el que retrató a cuatro mujeres (presuntas prostitutas) calentándose en torno a un brasero a la espera de clientes.
La obra fue rechazada por “inmoral” en la Exposición Nacional de Bellas Artes de aquel año, hecho que fue denunciado por todo el círculo de intelectuales que rodeaba a Julio (encabezado por Valle-Inclán), lo que impulsó aún más su incipiente fama.
A partir de ese momento, sus siguientes obras estuvieron marcadas por la ligera perversión que aportaban los hombros desnudos, la insinuación de los pequeños senos de sus modelos, las medias rutilantes, los rasos aterciopelados, el pelo afrodisiaco, la tormentosa castidad…
Entre sus conquistas más famosas figura la actriz Elena Pardo (que posó para otro cuadro inacabado, precursor de La Chiquita piconera), la bella modelo Carmen Serna, de la que se dice que murió de dolor pocos días después del fallecimiento del pintor.
La cantante Dolores Castro, conocida como Dora, la cordobesita, y que acabó ilustrando la etiqueta de anís La Cordobesa.
La bailarina sevillana Elisa Muñiz, Amarantina, que aparece reiteradamente en sus cuadros abrazada a una guitarra o recostada en un cojín con esa perturbadora belleza andaluza…
En su estudio fue encontrado un cojín relleno con un montón de mechas de cabello de diferentes mujeres que el pintor coleccionaba como fetiches de sus amoríos o producto de los regalos inocentes de sus admiradoras.
La pauta común que seguían todas sus modelos respondía a los cánones de belleza de la época: mujeres de grandes ojos, mirada enigmática, anchas caderas, cuerpo esbelto y largas melenas.
De otra modelo, La Cartulina, se comenta que fue asesinada por su novio al enterarse de que había posado desnuda para el pintor.
Incluso Natalia Castro, una bella gitana de Linares y que durante años mantuvo que ella era la auténtica Piconera hasta que fue desautorizada por la familia de Julio, aseguró a los cuatro vientos que el pintor “me hizo su amante, lavándome la cara con agua bendita…”.
Con estos antecedentes, no es difícil entender cómo la estrecha moral de la época sacó punta al peor de sus estigmas y empezaron a circular todo tipo de chascarrillos sobre las relaciones amorosas del pintor con sus modelos.
Y lo peor para ellas (la mayoría negó siempre estos hechos), es que estos rumores acabaron convertidos en coplillas que se extendieron como un maligno reguero de pólvora por toda la península.
Coplilla
¡Ay chiquita piconera, mi piconera chiquita!
Esa carita de cera a mí el sentío me quita
Te voy pintando y pintando
al laíto del brasero
y a la vez me voy quemando
de lo mucho que te quiero.
Válgame San Rafael
tener el agua tan cerca y no poderla beber…,
Decía una de las canciones que se sucedieron a la muerte de Julio Romero de Torres.
Según confesó en su día Nicolás-Miguel Callejón, uno de los autores de esta letra (cantada por Estrellita Castro, entre otras), el propio pintor le había confesado el amor (o el deseo) que sentía por María Teresa poco antes de morir.
– “Ser la modelo del pintor ma amargó la vida”, afirma María Teresa. “Hasta mi padre me pegó un día al llegar a casa harto ya de tantas murmuraciones y poco menos que acusándome de haberme acostado con él. ¡Pero si yo no hice nada!
– Al poco tiempo me eché un novio y ni él mismo confiaba en mi virginidad. Estaba tan seguro de que me había acostado con el pintor que me obligó a hacer el amor antes de casarnos para comprobarlo. Cuando vio la sangre se quedó tranquilo. Y tuve tan mala suerte que me quedé embarazada a la primera. Poco después contrajimos matrimonio por lo civil y nació mi niña, a la que llamamos Paquita”.
– La criatura sólo vivió tres días. La costumbre de la época era llevar a los recién nacidos a bautizarlos inmediatamente y después al médico para que certificase su nacimiento.
– “Y a mi niña se la llevó mi suegra mal arropada, por lo que la pobrecita se cogió una pulmonía que la mató”, continúa «La Piconera» con un atisbo de tristeza en su rostro.
El matrimonio sobrevivió dos años más – “en medio de innumerables perrerías que no puedo contar.
– Ese hombre me trataba como a una mujer de la calle, llevándome a sus amigotes a casa para que me acostara con ellos, cosa que no hice a pesar de las palizas que me daba”, recuerda indignada María Teresa, hasta que decidieron separarse de mutuo acuerdo.
A partir de ese momento, La Piconera inició un peregrinaje vital lleno de sinsabores en sus relaciones con los hombres. Nunca más tuvo pareja.
– “Desde pequeña di con hombres viciosos y degenerados que se quisieron aprovechar de mí de todas las maneras posibles. Oían las coplas y pensaban que poco menos que era una puta, que yo era la mala y que tenían derecho a todo. Pero nunca hice nada de lo que tenga que arrepentirme.
– Me pasé media vida cosiendo, cortando pelos en peluquerías para luego acabar aquí, en este asilo, donde me tratan muy bien, pero que no consigue apagar el amargor de mis recuerdos”.
A pesar de haber ilustrado cientos de millones de billetes de banco, María Teresa López sólo recibia una pequeña pensión contributiva del Estado que apenas servía para subvencionar su estancia en la residencia y la Asociación de Ayuda a Personas Mayores de Córdoba. No reniega de su fama (sus memorias las firma como La Chiquita piconera y se enfada mucho cuando dudan de su identidad), porque éste es el único honor que le queda de una vida llena de contratiempos por algo que nunca hizo: convertirse en la amante adolescente de un pintor al que le gustaban demasiado las modelos a las que retrataba.
Nacida un 2 de septiembre, María Teresa López, la mujer morena, la de los billetes de 100 pesetas, la de la copla, reivindica su lugar en la Historia…
La otra Piconera
En una residencia de ancianos de Riaza (Segovia) vivio durante mas de 14 años Concepción Cabezón, que fue modelo del pintor cordobés durante sus últimos años de estancia en Madrid.
Aunque la mujer fue incapaz de recordar para qué cuadro posó exactamente, tanto sus compañeros de asilo como varios medios de comunicación locales le atribuyeron tradicionalmente la figura de la modelo que inspiró al pintor cordobés para pintar su cuadro más famoso: “La Chiquita piconera”.
Concepción recuerda que se encontró con Julio cuando paseaba un día por Madrid junto a su madre y éste salía de un café en compañía de sus amigos. En un momento dado la miraron y empezaron a hablar de ella. Al pasar, la entonces muchacha se volvió hacia él y le dijo: – “Usted es pintor”. – “¿Cómo lo sabes?”, contestó él. – “Por su forma de andar”, afirmó ella riendo. Entonces el artista la citó en su estudio al día siguiente para retratarla.
– “Se portó muy bien conmigo y no intentó tocarme en ningún momento. Ya estaba enfermo porque tosía mucho y me mandaba fuera cuando tenía que echarse por un dolor que tenía en la tripa. Me pagaba dos pesetas por sesión. A mí me gustaba estar allí porque era un sitio muy tranquilo”, recuerda la anciana.
Aunque la mujer no sufriera ningún acoso por parte del pintor, sí acabó enamorándose de uno de sus mejores amigos, el escultor Victorio Macho, de quien fue amante hasta la muerte de éste, a mediados de los años 60.
Sin embargo, el Alzheimer que padecia la anciana hizo difícil precisar para qué cuadro llegó a posar.
Una belleza de la época. En su juventud, Concepción reunía todas las condiciones para ser pintada por Julio Romero de Torres: ojos grandes, morena, pelo largo, ancha de caderas… No le gustaba recordar -“porque me da pena por toda la gente que ya se fue”, dice con un humor incombustible al paso del tiempo.
Un pintor recuperado
Tuvo la “mala suerte” de ser popular, de que su arte se perdiera en el tópico y en los billetes antiguos de 100 pesetas. Julio Romero de Torres (1874-1930) pintó mucho más que a la mujer morena.
Su imagen folclórica, a pesar de ser un intelectual y de estar apoyado por miembros de la Generación del 98, provocó el rechazo de parte del mundo académico, que calificaba su obra de escandalosa, y de los pintores modernos que le consideraban ajeno a la vanguardia.
En los últimos años, la crítica ha revisado su pintura, enraizada en la poética andaluza, y su obra ha empezado a desprenderse del tópico.
– Adaptaciónes de la vida de Maria Teresa López (La Mujer Morena), elmundo.es, Juan Carlos de la Cal, Mareta Espinosa, pinterest, isabellapoesiayarte.
En recuerdo de una estampa enmarcada que tenía mi abuela Carmen.
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