El valor de sentir la amistad

Escrito por Marié

15 de marzo de 2024

He encontrado una historia digna de conocerse, para ver el alcance que puede tener sentirte, cunado menos, escuchado, el valor de sentir la amistad. Al menos para los que hemos sufrido bullying en algún momento o en muchas ocasiones de nuestras vidas.

Esta historia comienza una mañana en un pueblo cualquiera, puede ser el tuyo o el mío.

La cuenta un adolescente:

Un día, siendo estudiante en el instituto, vi a un compañero de mi clase caminando de regreso a su casa.

 

Se llamaba Jesus.

 

Él caminaba llevando todos sus libros en la mochila y pensé: “¿Por qué se estará llevando a su casa todos los libros hoy viernes? Debe de ser un empollón”.

 

Allá cada uno, yo ya tenía planes para todo el fin de semana: fiestas y un partido de fútbol con mis amigos el sábado por la tarde, así que me encogí de hombros y seguí mi camino.

 

Mientras caminaba, vi a un montón de chicos corriendo hacia él.

 

Cuando lo alcanzaron arrojaron todos sus libros al suelo, le hicieron una zancadilla e igualmente cayó al suelo.

 

Vi que sus gafas con la caída volaron y cayeron como a tres metros de él.

 

Miró hacia arriba y pude ver una tremenda tristeza en sus ojos.

 

Mi corazón se estremeció, así que corrí hacia él mientras gateaba buscando sus gafas.

 

Vi lágrimas en sus ojos.

 

Encontré las gafes y las acerqué a sus manos.

 

Le dije: – “Esos chicos son unos salvajes, no deberían hacer esto”.

 

Me miró y me dijo: – “Gracias”.

 

Había una gran sonrisa en su cara.

 

Una de esas sonrisas que mostraban verdadera gratitud.

 

Le ayudé con sus libros.

 

Vivía cerca de mi casa. Le pregunté por qué no lo había visto antes y me contó que se acababa de cambiar de una escuela privada.

 

Yo nunca había conocido a alguien que fuera a una escuela privada.

 

Caminamos hasta casa. Le ayudé con sus libros.

 

Parecía un buen chico. Le pregunté si quería jugar al fútbol el sábado conmigo y mis amigos, y aceptó.

 

Estuvimos juntos todo el fin de semana. Mientras más conocíamos a Jesús, mejor nos caía, tanto a mí como a mis amigos.

 

Llegó el lunes por la mañana y ahí estaba Jesús con aquella enorme pila de libros de nuevo.

 

Me detuve y le dije: – “Oye, vas a sacar buenos músculos si te llevas todos esos libros cada día”. Sonrió y me dio la mitad para que le ayudara.

 

Durante los siguientes cuatro años nos convertimos en los mejores amigos.

 

Cuando ya estábamos por terminar el instituto, Jesús decidió ir a una Universidad cercana y yo conseguí plaza en una universidad a bastante distancia.

 

Sabía que siempre seríamos amigos, que la distancia no sería un problema.

 

Él estudiaría medicina y yo administración de empresas, con una beca.

 

Llegó el gran día de la Graduación.

 

Él preparó el discurso.

 

Yo estaba feliz de no ser el que tenía que hablar.

 

Jesús tenía un aspecto realmente bueno.

 

Era una de esas personas que se había encontrado a sí misma durante el tiempo de instituto.

 

Había mejorado en todos los aspectos, le quedaban bien sus gafas.

 

Tenía más citas con chicas que yo y todas lo adoraban.

 

¡Caramba!, algunas veces hasta me sentía celoso…

 

Hoy era uno de esos días.

 

Pude ver que él estaba nervioso por el discurso, así que le di una palmadita en la espalda y le dije: – “Vas a estar genial, amigo”.

 

Me miró con una de esas miradas (realmente de agradecimiento) y me sonrió: – “Gracias”, me dijo.

 

Limpió su garganta y comenzó su discurso:

 

— “La Graduación es un buen momento para dar gracias a todos aquellos que nos han ayudado a lo largo de estos años difíciles: tus padres, tus maestros, tus hermanos, quizá algún entrenador… pero principalmente a tus amigos.

 

— Yo estoy aquí para decirles que ser amigo de alguien es el mejor regalo que podemos dar y recibir y, a este respecto, os voy a contar una historia”.

 

Yo miraba a mi amigo incrédulo cuando comenzó a contar la historia del primer día que nos conocimos.

 

Aquel fin de semana él tenía planeado suicidarse.

 

Habló de cómo limpió su armario y por qué llevaba todos sus libros con él: para que su madre no tuviera que ir después a recogerlos a la escuela.

 

Me miraba fijamente y me sonreía.

 

— “Afortunadamente fui salvado. Mi amigo me salvó de hacer algo irremediable”.

 

Yo escuchaba con asombro como mi apuesto y popular amigo contaba a todos ese momento de debilidad.

 

Sus padres también me miraban y me sonreían con esa misma sonrisa de gratitud.

 

En ese momento me di cuenta de lo profundo de sus palabras:

 

— “Nunca subestimes el poder de tus acciones: con un pequeño gesto, puedes cambiar la vida de otra persona, para bien o para mal.

 

Brindo por esas relaciones de afecto que se desarrollan de forma libre y especial. Las que nos hacen percibir que estamos en la mejor compañía. En las que encontramos valores imprescindibles como confianza, respeto, empatía, lealtad, sinceridad y compromiso. Valores hoy un poco olvidados.

Creo que la amistad es uno de los valores más importantes a germinar para el aprendizaje desde la infancia. Aunque ellos, los niños y adolescentes, nos dan lecciones de vida a este respecto a diario. Sobre todo los que han tenido una educación en bonitos valores en sus hogares.

Un ejemplo para brindar afecto puro y desinteresado, compartido con otra persona. Un cariño que nace y se fortalece mediante las interrelaciones entre nosotros.

La amistad es una inclinación personal, íntegra y auténtica, que crece y se refuerza con el respeto.

La intimidad que crea la amistad ennoblece la sensación de qué formas parte de algo superior a ti misma, aumentando el sentido de propósito. Si es recíproca aumenta la felicidad y reduce el estrés. Mejora la seguridad en uno mismo y la autoestima; sin embargo, arrasa la confianza si no lo es.

Si correspondemos amando a las personas tal y como son, incluidos todos sus defectos, prefiriendo lo complicado a lo cómodo, es el mejor regalo. Así, si nuestro cariño es auténtico, desearemos que nuestros amigos superen todo lo que les haga mal, aspirando a que sean felices.

Un verdadero amigo te idealiza y te lo muestra para que realices todo lo magnífico que conoce de ti. Se convertirá en guardián para intentar que no te dañes. Siendo la persona adecuada con quien te puedes divertir sanamente, pudiendo compartir libremente tus conocimientos y lo que eres.

Por lo tanto, un amigo verdadero nos invita únicamente a hacer desde el bien cosas de las que no nos arrepintamos, haciéndonos ver si hacemos mal a otro.

El universo, la vida, nos pone a cada uno frente al otro para afectarnos de alguna manera.

 

¡Namasté!

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