¿Es posible sentirse infinitamente pequeño?

Escrito por Marié

15 de julio de 2022

Vivimos suspendidos entre dos infinitos, lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño, pero incluso lo que nos parece grande o pequeño, lo es desde nuestra posición relativa. ¿Es posible sentirse infinitamente pequeño?

¿Cómo es posible sentirse solo en la inmensidad de los universos.? Lo que si es posible es sentirse infinitamente pequeño, como una mota de polvo. Y a la vez infinitamente grande, como una galaxia que contiene en su interior una inmensidad de astros, lunas, estrellas…

… Y totalmente imprescindible en esta existencia.

Para intentar manejar este vértigo, yo lo contemplo desde el amor.

La importancia de lo infinitamente pequeño es infinitamente grande.
– Louis Pasteur –

Como el cuerpo humano, así es el cuerpo cósmico. La mente humana es como la mente cósmica. Como el microcosmos, así es el macrocosmos. El átomo es como el universo. – Upanishads –

En el macrocosmos donde habito, transportando mi particular microcosmos, me dispongo como cada amanecer al despertar, a observar el escenario que el astro padre me manifiesta para la excursión diaria.

Y en cada crepúsculo antes de adormecerme espío las luciérnagas que el creador me ofrenda para la celebración nocturna.

La obra en la que se proyecta mi existir me apremia a saborear cada sentimiento que acontece en cada escena.

Quiero vivir gozando y atreviéndome a ser yo.

A pesar de que la obra a mi alrededor sea puro teatro, quiero efectuarla sin mantener una actitud fingida.

Si investigo en ella observo que aunque cada escena sea diferente, insólita y singular; y aunque quién ejecute su papel en mi misma escena no me acepte o no me respete, asumiré mi papel sin tristeza, sin resistencia aun frente a la intolerancia.

Los personajes serán siempre distintos, y yo disfruto en cada escena con esos extraños. Ellos, al fin y al cabo, dejarán de serlo desde el instante del contacto y de la conexión.

Y si me dicen: ¡tengo más conocimientos que tú!, les doy las gracias y asimilando el aprendizaje como pueda para mi mayor felicidad, acepto su aclaración.

Para mí no es necesario decir algo así para estar tranquila. Puedo salir a escena sin dudar y sin necesidad de devorar a nadie para demostrar mis aptitudes.

Es mejor parecer tonta, que cuidarme en demostrar lo contrario, pueden no reconocer nada de lo que ven, y seguiré mi adiestramiento aunque la censura comparezca y me señale.

No hay delito en no comportarte como todo el mundo.

Mi conciencia está tranquila, mi educación también y mi respeto escolta a las dos. Solo tengo deseos de tranquilidad, de fluidez sin tropiezos.

Soy como soy, no obstante me voy construyendo sin difamar a nadie, aunque también sin esforzarme por no hacerlo.

Quiero ascender diariamente al escenario de la amistad, sin malas caras, sin malos gestos, sin reproches, sin disimulo. No tengo ganas de fingir lo que no soy, ni de resignarme a contemplar escenas recelosas.

¡Comienza la función!

Puede que en alguno de los actos suba un millonario, suelen llegar quejándose, otro millonario pide el turno para quejarse también, los soldados aparecen imperturbables y se ríen de esa necedad, ¡que digan y piensen lo que quieran!

Aunque todos los papeles son semejantes, los disfraces son diferentes. Alguno de los actores está irritado con el disfraz que le tocó en la rifa.

Hay galenos enfermos, y pacientes custodiando que se encuentren bien, intimidando y aliviando sus penas.

El disfraz de felicidad está llorando, se queja, prefería el disfraz de inteligencia. No confía.

La inteligencia dice que quiere ser fantasía.

Y el disfraz de enamoramiento, prefería el humor.

La coherencia prefiere el disfraz de invulnerabilidad. La pureza, pasión.

Los leones quieren ser humanos. Y los humanos libertad.

Y la fiesta continúa en el teatro de los anhelos, todos saltan, danzan, se lamentan, ríen, se intercambian los disfraces, pero nadie revela su verdad.

Nada tiene sentido, solo cuando coinciden con el disfraz de amor, o cuando se ponen a dialogar con el disfraz del silencio, él les explica todo con el mayor de los detalles.

En realidad les declara la importancia de las melodías que iluminan y encienden el alma. Les explica las advertencias encubiertas a espaldas de los sonidos.

Les guiña un ojo, o el otro, o los dos y les dice que la clave del silencio es alejar a los necios.

Y llega la soledad, dice que está enamorada, enamorada de la sabiduría, y la sabiduría de la vida.

Aparece la incertidumbre y les dice que las interferencias las conducen los educadores sin vocación, ellos excluyen lo esencial, lo aniquilan. Y llega la risa disfrazada de amor.

Sube la carencia y dice que no es suficiente, y el sueño quiere despertar.

Y realmente no es suficiente.

Están dormidos y no pueden despertar, pero los siguientes se espabilan, y suben para sustituirlos.

Aunque los demás siguen dormidos.

Casi nadie está disfrutando, las máscaras les cansan, son muy pesadas y rígidas.

No tienen conocimiento de cuando llegará el final del acto, quieren cambiar sus vestiduras, o quitárselas y asear sus cuerpos.

Se resisten, no aceptan lo que son, y la utopía hace acto de presencia. Les avisa de que deben creerla, que ella trae consigo lo imposible.

Les manifiesta que la felicidad existe, pero no está allí, allí está su disfraz. Cada personaje tiene que buscarla, es la única que no subió a escena.

Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto. – Charles Dickens (1812-1870) – Escritor y novelista inglés.

 

¡Todo es cíclico!

 

¡Todo se repite!

 

¿Aprenderemos en algún momento?

¡Namasté!

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