Hoy ocasiones en las que es imposible encontrar mi lugar. Es algo incomprensible para mí, después de tantos años de búsqueda. Son ocasiones contadas, pero imposibles de obviar, es cuando el mundo se hace pequeño.
Son momentos en los que siento como un pequeño terremoto en mi interior, muy leve, pero lo suficientemente intenso como para despertarme si estoy dormida, o para distraerme de cualquier actividad.
Le sigue como una sensación de vacío en la boca del estómago y un sentimiento extraño, como de pequeñez y de impotencia. Son momentos vulnerables en los que se me hace presente la levedad de mi vida. No es que me asuste, no le tengo miedo, pero si a la ausencia.
Afortunadamente no son muchos y mis actividades no me permiten permanecer excesivo tiempo contemplándolos.
Estás sensaciones de fragilidad, igualmente me dejan sin palabras, como suspendida en el tiempo, sintiendo que ya no hay tiempo, como si el tiempo fuese lo importante.
Si me dejó llevar por toda esta revolucion interna observo que mi mundo se hace cada vez más pequeño, más similar al mundo exterior, más aburrido, más cansado e insatisfecho, más egoísta.
Es una pena, no quiero que el mundo sea esto, y mi mundo menos, una maraña de redes sociales en la que no se mira directamente a los ojos. En la que no tienes amigos del alma.
Muchas reflexiones escritas, muchas cosas que intentar ofrecer, pero nada cierto, nada experiencial. Estás situaciones me agotan.
Esas falsedades, ganas de demostrar al mundo mediante un eterno postureo, intentar mostrar que eres feliz mientras tú corazón probablemente esté llorando.
Si tu alma está rota, toca arreglarla, no intentar mostrarla brillante y sana. Para mí, esto es un error y el responsable de tanta insatisfacción.
La vida, las experiencias, están para vivirlas, para disfrutarlas, no para fotografiarlas. Ninguna fotografía te devolverá el recuerdo de tu presencia completa en el momento.
Solo es eso, un postureo para otros. ¿Quién lo necesita? Cada vez más personas.
Es una adicción que llena las consultas de los psiquiatras. A alguien le viene bien.
Todo, por nefasto que resulte para alguien, es beneficioso para otro… Un mundo pequeño, cada vez más pequeño.
Cuando siento está pequeñez, está sensación que me aprieta el alma, también noto que el tiempo, o la vida se me escapa entre los dedos.
El tiempo va pasando ante mis ojos, con una cadencia rápida.
En esos pequeños momentos de vacío, parece que las ilusiones se hacen también pequeñitas y que no va a quedar tiempo para poder disfrutar de tus sueños.
Afortunadamente son solo eso, pequeños momentos que luego se van desvaneciendo, como todos, y dejan paso a mi esencia verdadera, llena de ilusión y esperanza.
Porque si me dejo llevar por la observación a través de ese agujero pequeñito, todo se ve igual de pequeñito, no hay distancia suficiente y solo logro ver la estrechura que me provoca.
Desde una perspectiva así, todo se ve como distorsionado, bosques diminutos por los que no puedo pasear, ni disfrutar de la caricia de sus árboles milenarios.
Por ese pequeño agujero no penetran ni siquiera los aromas amados, todo es indiferencia y vacío, así que intento que ese agujero se vaya cerrando para poder volver a ver la extensión de la realidad que quiero para mí.
Hay días pequeños ¿Verdad? Y no me apetece ponerme a escribir en ellos, pero ¿sabes?, lo hago, y a veces el resultado no es tan insatisfactorio.
Mis palabras, al ser escritas, abren paso a momentos de descanso, de sosiego y plenitud. Aunque en el momento inmediatamente anterior todo fuese indiferencia.
Indiferencia al mirar mis cuadros, mis pinturas, mis pinceles, mi camilla y mis inciensos, que vuelve a transformarse en actividad, en magia y fantasía, como esa película de Mickey Mouse, en la que las escobas y alcofifas cobran vida….
La imaginación hace grandes mis pequeños momentos, hace grande el pequeño mundo que se creó en la boca de mi estómago.
No quiero mantenerme en esa pequeñez en la que todo quiere marcharse, no voy a permitir que permanezcan dormidas en un rincón mis reflexiones mañaneras, ni las de mis madrugadas, ni el entusiasmo que producen en mi al ser escritas.
Seguiré utilizando mis momentos insomnes para continuar soñando, invocando a mis duendes, a mis musas, viviendo mi magia, mi amor.
Aunque nada sea igual, no quiero que sea igual, aunque haga las mismas cosas, nunca va a ser igual. Tengo que disfrutar de todo, de las diferencias, de los matices, abrazándolos con todas mis fuerzas para poder evocar cada uno de ellos.
Su evocación me ayuda en momentos pequeños y me permite poder seguir escribiendo y dejando salir por ese pequeño agujero, todo el dolor que pueda caber.
Siempre quiero intentar hacer lo correcto para mí, quiero levantar las cartas correctas aunque no lo haya hecho nunca.
En todo hay una primera vez, y prefiero esa que deja dulces sabores para el recuerdo.
Prefiero olvidarme del miedo en mi estómago porque la magia que siento esas primeras veces, están al otro lado de él. Me doy cuenta entonces de que mi jugada siempre va a ser correcta, mis cartas únicas, mi deseo satisfecho y el desasosiego da paso a tranquilidad.
Aunque a veces pienso que la tranquilidad tampoco es lo que quiero. Me gusta lo arriesgado, soy atrevida, soy disruptoras, soy salvaje y libre.
Todo eso me permite sentir el frescor del color que tengo por nombre. Me permite reír, sentir, amar, besar, gritar, gemir hasta sentir que la vida es un juego que merece la pena ser jugado, o más bien la alegría.
¿Un juego bien jugado? Solo un juego, da igual como sea jugado si seguimos reglas correctas.
Siento vuestras miradas compañeros, gracias por leer a esta pequeñaja a la que tanto le gusta este juego y tanto amor pone en el.
Gracias, porque mi mundo de nuevo se hizo grande.
Gracias por sentir está eternidad de nuevo.
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