Cuéntame un cuento

Escrito por Marié

8 de septiembre de 2023

Cuéntame un cuento y verás que contenta… “Como dice la canción”

Los cuentos son cuentos y los que ya están escritos no los podemos cambiar.

Fueron escritos, casi todos, por hombres, o por mujeres oprimidas y amaestradas, así que reflejan un machismo ancestral y profundo.

Estaban contextualizados en esas ideas y no les resultaba extraño que la base de los cuentos fuese siempre en torno a una mujer o una niña indefensa, cursi, remilgada, aburrida, languideciendo en su tristeza, casi siempre tiernamente adorable y, por supuesto, siempre bella.

Si mostraban alguna mujer fea, era una anciana harapienta, perversa y normalmente su papel era de bruja maligna…

Y ¿Qué papel tenía el hombre? … El fornido guerrero… ¡El de príncipe siempre protector y libertador…!

Qué fácil es manipular desde los cuentos… Exactamente igual que hoy.

Qué lástima que nos “cuenten cuentos” y nos acostemos contentos, confiando y creyendo todo lo que nos exponen.

Contentos o cabreados, qué importancia tiene, el problema es la manipulación… El engaño, pero ¿Qué más da? Casi todo el mundo cree, confía y apuesta sin comprobar, se conforma sin cerciorarse.

Nos presentan solamente lo que se quiere que veamos, y casi nadie se molesta en verificar nada.

Todo es agresividad abstracta, descontento, animadversión, ira y… ¡Consiguen sus propósitos!

Consienten que los decadentes se unan a sus causas. Los débiles necesitan estar acompañados, no aprendieron a luchar solos. La vida me ha mostrado sus rostros en muchas ocasiones. Y a ella le doy gracias por no necesitar que me defiendan, aprendí.

La falta de personalidad no permite rivalizar hablando, bracean gritando, forcejean hiriendo, mintiendo. Utilizan escusas, emplean recursos que apuntan a otros sin contemplar su propio cuento del pasado.

Pero ese cuento se halla escrito, y ya no estamos en aquel tiempo arcaico. Sin embargo, se grita frente a verdades ajenas que antaño se defendieron.

Pero, ahí está la cuestión, en ciertos personajes, la desgana, la desidia, la insatisfacción, el sentimiento de soledad es tan grande, que apuestan por todo, sin investigar si es cierto. Sus propias escusas hacen que se sientan vivos, cierran los puños en un ataque y en una lucha que, si se preocupasen de estudiar, no son los suyos.

Como siempre, contiendas en frentes ajenos, se advierten superiores a todos… Manejo invisible de hilos…

Puras marionetas… Como se puede ser tan necio, da vergüenza ajena.

Títeres sin evolución, regidos por instintos ignorantes.

Y eso es lo que se muestra, el dolor, la insatisfacción, las rabietas, su ira y su falta de madurez, y todo ello denota el más profundo miedo, encubierto, latente, velado…

Miedo a que los hilos invisibles se rompan y los dejen solos, solos con sus propios pensamientos, con su soledad… desterrados.

Miedo a perder, a no ser oídos, a ser invisibles.

No obstante, no se advierte que todos somos iguales y la vida es la que decide, nadie decide por ella, y sobre todo la muerte, que acude igual para todos.

Cualquiera puede perecer debajo de un puente. Y no es un cuento.

El problema es que aunque el mal es menor, se oye más, y más débiles mentales se unen a malas causas. Causas arcaicas y ancestrales, igual que esos cuentos antiguos.

¡Por favor! Un poco de coherencia e individualidad y sobre todo que si hay lucha sea por la humanidad, por construir, por evolucionar, no por restar y permanecer en una cueva de conformismo.

Si quien grita el grito de otro mirase en su interior, percibiría que el cuento no sería el mismo.

Imposible.

Somos únicos y cada uno aporta cosas distintas. Por eso asociarse a causas ajenas es faltarnos a nosotros mismos.

Es incultura, es insatisfacción, ignorancia, es la ingenuidad infantil de creer todo lo que otros defienden.

Pero cuidado, los lobos están cerca y ahora han cambiado sus pieles…

La verdadera lucha está en el interior, sin gritos, sin protestas, transformando lo inservible.

Está en el silencio, en cuidar cada uno su propia parcela, pequeña o grande, sus propios valores.

Luchar con cada demonio interior.

Pero no contra demonios ajenos, ni siquiera contra ángeles ajenos.

Esa es la cuestión, entretenernos, que disputemos entre nosotros, para que no observemos nada más… Como en los cuentos.

El palacio es intocable…

… ¡Pero!… No deja de ser un cuento.

Escribe personalmente el tuyo. Por favor. Que nadie lo escriba por ti, y menos aún desde el odio.

No seas princesa de boca de fresa. Ni dulce, ni complaciente, ni encantadora… Sé lo que te nazca ser.

Ni seas el príncipe vengador…

No hay que salvar a las princesas, hay que salvarse uno mismo.

Y si estás entretenido con » tu princesa” no verás más allá.

Vengar, gritar, proteger algo que no existe… Son escusas. Luchas ajenas. Cuentos ajenos.

Cuentos arcaicos, fosos, ogros y caballeros guardianes.

“Amigo, no tienes que ser príncipe, ni valiente, ni rescatador ni encantador. Solo tienes que amar en mi cuento. Pero puedes amarme como bruja, como amante de la naturaleza y poseedora de un dragón.

Te invito a mi mundo de colores, de oportunidades, ¡no seas azul! Rojo, naranja, amarillo, verde, azul… morado.

No soy la más bella, pero la más bonita para ti.

Puedes llorar, sentir mi caos, vivir tu caos. Pero sin luchas, jugando, riendo.

Allí te espero, sin tanto cuento”

Será mejor que el cuento me lo cuente sola. No me fío de otros cuentos.

Había una vez una niña, rebelde, insatisfecha, pero fuerte, inquieta, libre, que no quería ser princesa, desde siempre se sintió bruja, pero no era fea, ni bonita, era ella misma, auténtica.

Las muñecas, los juegos de niña no le gustaban, la asfixiaban. Su espíritu era libre. Le gustaba aprender, meditar, ayudar, pensar, escribir…

Era más importante ayudar a otros a ser auténticos, que preocuparse por parecer igual a las demás.

Sabía lo que no quería… Ser igual a nadie más…

Y meditó, se escuchó, aprendió a quererse en sus imperfecciones. De manera que esas imperfecciones la hicieron perfecta.

Se probó corpiños imposibles de aguantar, pero lo quería probar… sin embargo, decidió cuidarse y mimarse. Dejó los zapatos apretados para otras…

¡Y pasó de ser Alicia a ser el sombrerero loco!

Con sus maquillajes, sus melodías y libros diferentes, sus inconfundibles adornos, sus poemas, sus grandes amores, sus montes y ríos, su eterna naturaleza.

Aprendió a descifrar los secretos que querían ocultar, se rodeó de más brujas como ella y se sintió comprendida y en paz en su compañía.

No quería nada para sí, así que enseño lo que sabía, compartió, contestó preguntas y aprendió de ellas.

Amo mucho, ¡cuántas vidas escuchó!, cuánta profundidad en lo que le mostraban. Cuanta paz ofreció.

También ofreció hermandad, y reconoció a sus hermanas, y ellas también la reconocieron.

Niñas, mujeres, ancianas, todas en ella, ella en todas. Brujas, magas, hechiceras, sanadoras. A veces hadas, a veces lobas, incluso reinas leonas. También brujos, magos, hechiceros fueron sus hermanos y se reconocieron.

Siempre aprendiendo, un eterno camino hacia la sabiduría. Brujas y sabias…

Vio el poder en su sangre, su sangre milagrosa, la que obra los mayores milagros, y la ofreció por todos. Conoció su poder y el poder de su compañero, no eran antagonistas, eran complementarios. Puro amor.

Escuchó al viento, el agua la purificó y le quitó la sed, por el fuego engendró vida e hizo ofrendas a la tierra… Su espíritu entendió y escapó de cualquier cuento.

 

Te entiendo, entiendo tu miedo, entiendo tu amor,
y como lo entiendo entiendo tu odio, entiendo el dolor.

 

¡Namasté!

 

 

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