Una madrugada un ángel me despertó, hace muchos años…
Me despertó para decirme que tenía que hacer todo de otra forma. La que estaba usando no era la correcta.
En el fondo lo intuía, lo sabía.
Me sentía bien, pero también me sentía mal. Iba de un sentimiento a otro y estaba perdida.
Pese a sentirme así continué mi vida como hasta el momento, y el sentimiento cada vez era más profundo.
No podía encontrar la solución, aunque anteriormente me había visto en una tesitura similar.
Además, desde muy joven mi padre me había hablado sobe ello, pero sus enseñanzas eran ecos lejanos. No lograba llegar.
Otras personas también me habían advertido, y otras muchas vivían esas cuestiones sin ningún problema, al menos aparentemente. Ellos se decidieron por el lado equivocado de la balanza, y como eran muchos, yo no sabía en qué platillo poner mi peso.
Mis inquietudes, mis maneras de actuar, mis ejemplos, eran regalos. Así lo sentía y por entonces no tenían nombre, solamente existían para mí y yo los utilizaba.
En la adolescencia los regalaba y viví mucho tiempo haciéndolo, hasta que llegó un momento en que comenzó a ponérsele nombre.
En cada lugar tenía un nombre diferente, pero la esencia era la misma. Siempre se ha utilizado y creo que siempre se utilizará.
Yo creo que no podría vivir sin ofrecerlo, y hago uso de ello aunque no me lo soliciten, basta con que sea necesario.
De jovencita era como un juego, me sentía necesaria incluso para personas bastante mayores que yo. Y sentía su confianza en mí.
Pero comencé a ver que podría ser peligroso. No debía pasar ciertos límites.
Personas cercanas habían tenido problemas por estas cuestiones.
No había necesidad de molestar más de lo necesario, ni utilizar sistemas demasiado desconocidos.
A pesar de todo, estaban para ayudarnos, solamente era cuestión de encontrar la manera correcta. Tanto de solicitarlo como de ofrecerlo.
Desde mi juventud vivo queriendo continuar aprendiendo, intentando seguir alguno de los consejos que se me dieron. La vida me mostró que si no lo hacía así, mi persona sería el pago.
Afortunadamente, a mi alrededor siempre he tenido personas capaces del ver la oscuridad en otros y cuando la han visto en mí, han venido en mi ayuda.
Y no es algo que me invento, ni nada para convencerte, es experiencia, lo he experimentado y lo he superado.
Y he aprendido también de ello y de ellos, para poder ofrecerlo a los demás.
Doy las gracias a los que ahora hacen su viaje eterno, pues en ellos quedaron guardadas estas experiencias… y en mi corazón.
Desde allí vienen a ayudarme, siempre lo hacen. Y si no lo hacen, voy yo en su búsqueda.
También me lo demostraron, que todo en la vida necesita de una protección. Y la protección puede ser personal, interna o externa.
La protección personal es siempre lo primero, tanto en estas cuestiones como en todas en la vida. Y una muy importante es la eliminación del ego.
El ego es algo que siempre aparece para molestar, para intentar sabotear la esencia profunda de las cosas.
Por eso mi intención es siempre poner en valor ciertos aspectos de las personas. No quiero decir que el resto de cuestiones no tengan valor. Por supuesto que lo tienen, pero eso no las define.
Sobre todo cuando se habla sobre espiritualidad. La espiritualidad no está presente cuando practicas diariamente una religión, menos aún cuando el comportamiento es totalmente contrario a sus ideas.
La espiritualidad no está de ninguna manera en la ropa que utilizas, y mucho menos definir una ropa como adecuada para practicar espiritualidad ligada a una religión.
Pienso que mientras más religiones conoces más percibes las similitudes, aunque tengan ciertas diferencias.
Y la mayor de todas es el miedo. El desconocimiento profundo de la espiritualidad real.
Por supuesto que la cultura es muy necesaria, tanto la cultura popular como la que tenemos en los libros. Teniendo claro que no todo lo escrito es cierto y cada persona debe decidir que le sirve.
Por eso siempre digo que muchos de los títulos colgados en las paredes no definen a la persona que pertenecen, ni la hacen ser lo que define el título. Sus conocimientos sí.
Así que cuando alguien me viene hablado de papeles no suelo escucharle. No quiero que se vendan de esa forma. No es esa la persona a la que quiero conocer.
Tampoco me creo cuando me hablan de otros cursos, y muestran títulos y títulos, cursos, seminarios, contactos y otros temas. Solo me basta mirar los ojos de las personasvpara ver su edad real, la luz que porta su alma…
Veo en la profundidad de ellos si la vida que llevan a sus espaldas la ha movido el amor, si realmente han puesto el corazón en esas actividades, si lo que han hecho ha sido por vocación, por el deseo profundo de su corazón o la cuestión es externa, por inflar el ego o contentar a otra persona.
Normalmente, percibo en muchas personas el peso de sus títulos, los prejuicios de lo que han estudiado y la responsabilidad de mostrar todo externamente. No es necesario. Al menos para mí.
He conocido demasiadas personas sabias sin ningún título colgado y demasiados burros con títulos en sus paredes.
Niveles de aprendizaje, meditaciones, dolor. Nada es tan importante como la persona.
Los conocimientos están para todos, y quien tenga hambre de aprender puede hacerlo, sin necesidad de papeles, no deberia ser importante un papel, sino la persona. Las cosas no son porque tu las estudies, ni por que te evaluen por ellas, las cosas son cuando las sabes.
Y creo que hay cosas que viven con nosotros desde antes de nacer, viven en nuestras celulas, en nuestro ADN, así que solamente tenemos el trabajo de recordar y practicar para poder utilizarlas.
Y no puedes decirme que no, puedes decirme, quizas, que no lo crees así, o que no lo has vivido.
Pero en mi experiencia, al menos en alguna de mis aptitudes es así. Es eso o que mi cuerpo es poseído y utilizado para hacer ciertas cosas.
Habrás comprobado también que otras cosas no son tu, no son para ti y aunque las estudies, las leas y releas, las practiques y obtengas la más alta calificación en su evaluación, cuando sales, todo se fue de tu memoria. ¿Para qué sirve esto? ¿Para demostrar que tienes buena memoria?
Cuando algo no queda en nuestra biblioteca interna, no nos sirve, no sirve para nada, no las sabes y nunca las vas a poder usas. No sin una chuleta continua.
No creo en esos nombres, ni me importan. Me importa la pasión, la ingenuidad, la ilusión que tienen ciertas personas al realizar sus ocupaciones… afortunadamente he conocido a unos cuantos…
Son personas que con su manera de hablarte de lo que conocen, provocan que tú también ames un poquito eso de lo que te hablan.
La pena es que en ciertas ocasiones, aunque tu dedicación se corresponda con tu pasión, las personas que te rodean son tan incalificables que logran que pierdas tu ilusión.
Dos trabajos, sanar a la persona para poder estar bien, o ignorarla lo suficiente para que no te cueste dedicarte a lo que realmente te gusta. No dejar que pierda la esencia.
Realmente lo importante no es lo que haces, ni lo que dices que haces, lo importante es lo que eres. Que más dan los nombres.
Lo que te define realmente es lo que vive en ti, lo que vive independientemente de lo que tú pienses y de lo que hagas, hay algo que no se puede obviar, está desde siempre en ti. Tu calor personal, lo que ofreces a otros.
Lo que eres capaz de hacer de corazón y sin esperar nada. Lo que piensas al mirar a otras personas, lo que sientes cuando ves desolación, humillación, abandono…
Si eres capaz de verte a ti mismo en esas situaciones, eres capaz de ver realmente a la persona que está sufriéndolo en ese momento. Si no eres capaz de verlo, probablemente tendrás que vivirlo en alguna ocasión. En ti o en algún ser querido… la posibilidad existe para todo el mundo. La pena es que no nos paramos a verla ni a pensarla hasta que vemos sus sombras tras nuestros pasos.
La parte divina, esa que ofreces en tus rezos y en tu religión, es similar a la parte divina de esa otra persona que miras por encima del hombro con disgusto, con desaprobación o incluso con asco. Y si no eres capaz de verlo así no puedes llamarte jamás espiritual.
La parte divina de todo es la misma para todos, independientemente de como la llamemos, e independientemente del número de nombres que le pongamos.
Quizás si cuando paseamos por la calle y vemos malos comportamientos, actuásemos como si la persona que los realiza fuese alguno de nuestros seres queridos, podríamos empatizar un poco e incluso ayudar.
¿Podrías observar a un anciano que hace algo que no te gusta como si fuese tu padre, o a un chaval o chavala como si fuesen hijos tuyos? ¿Perdonarías esos comportamientos que ves si lo hiciese tu familia? ¿Tendrías la paciencia y la capacidad de escuchar las causas?
¿Tienes la suficiente madurez de escuchar otra opinión que no sea la tuya, incluso opuesta a tus convicciones?
Uno de mis trabajos internos es controlar mi visceralidad y esto en ocasiones causa problemas. Pero considero que cuando reconoces el problema y quieres arreglarlo ya tienes la mayoría del trabajo hecho.
Así que pienso que quizás para la persona que me ofrece una opinión, esa sea su verdad, la verdad que la hará moverse por el mundo. Intento ponerme a un lado siempre y cuando la opinión sea desde el respeto y no desde el desconocimiento y la soberbia.
Mi filosofía me lo impide. Suelo ser respetuosa con opiniones ajenas, pero opiniones contrastadas, estudiadas y con razones lógicas y razonables.
Intento afirmarme día a día, y también día a día intento conocerme. Creo que aunque sea pasito a paso voy avanzando en este conocimiento. Aunque, como he dicho, mi visceralidad asoma su nariz en ciertas respuestas. Y ya adivinaba el efecto. Lo que temía, lo que esperaba. ¿Podré relajarme, creceré o tendré que seguir tropezando? Reconozco el problema y me perdono, ¿me perdonarán alguna vez? ¿Tendré que seguir esperando? ¿Me he cansado de esperar?
¡Qué difícil es conocerte en profundidad!
Creo que hay ciertas cosas que no necesitan que le demos un nombre, aunque en algunos ámbitos es ese nombre el que les da credibilidad. ¡Penoso!
Así que aunque hay nombres que me gustan, por lo que denotan y los uso, creo que realmente no definen, solo dan énfasis. Sacerdote o Sacerdotisa, Bruja o Brujo, Vidente, Médium o Maestro de la luz… y los nombres de las cosas que utilizamos… bolas, velas, fuego, agua, tierra, flores, aromas, esencias, amor…
Aunque me tienta, desearía no llamarme nada, como cuando era niña, como en mi juventud. Pero ahora no eres nada sin un nombre. No estoy cómoda diciendo lo que soy. No me gusta mostrar lo que utilizo, me sirve a mi, pero lo he descubierto yo y puede ser que no sirva para nadie más.
Creo que a las personas se nos debería conocer por lo que hacemos, por lo que sentimos cuando lo hacemos y por lo que hacemos sentir cuando lo hacemos. No por lo que decimos sobre ello.
Hay que dar una patada al ego y a la presunción, solo hay que demostrar…
Y de nuevo la sabiduría, mi verdad me dice que es más importante saber qué tener. Pero es mi verdad. No te la creas.
Porque cuando la sabiduría se te acerca un poco, dejas de sufrir, miras tu vida y tus circunstancias sin victimismo, sin vulnerabilidad, con seguridad y respeto por las profundidades oscuras… reconociéndolas.
No se necesita poner nombre a la sensación de regresar indemne y refrescada de un viaje por esas profundidades y agradecida de tener oportunidades así.
Por eso no hay que decir nunca el conocimiento que llevas acumulado, como has llegado a conseguirlo ni en cuanto tiempo. Si subes al monte a por respuestas o le preguntas al cielo de un atardecer de primavera. Si eres carnívoro o vegeriano. No eres eso. Si vives en amor, bendices lo que comes, bendices lo que bebes, bendices tus remedios…
Aceptando igualmente lo que otro come, o bebe, o si le falta la comida. Bendiciéndolo también.
Respetando lo contrario a tus ideas que ves en los demás, sin humillar, sin avergonzar ni sentir vergüenza.
¿Te sientes trascendido? ¿Lo vas predicando? Mejor vívelo.
Vive el silencio, no hace falta hablar tanto. Lo importante es lo que no dices.
Lo más importante es lo que haces. Tu parte divina. La parte que has podido abrillantar hasta poner al servicio la mejor versión de ti.
Si te miras y te ves igual a los demás, si honras su humanidad igual que la tuya propia. Si eres capaz de iluminar antes de presumir de tu propia luz… Creo en ti.
Por eso digo que lo importante no son los nombres… son ilusorios… lo importante es la esencia de lo que hacemos.
Antes de comenzar a madurar:
Ya hablaba con lo invisible sin llamarles seres, ni espíritus, ni luces, ni sombras.
Utilizaba plantas, raíces, flores, (galipuches como decía mi abuela) y con el tiempo escuché que le llaman aromaterapia, naturopatía, remedios florales…
Miraba a las personas, escuchaba, observaba, intuía… y resulta que también tiene un nombre… videncia,
Me gustaba el calor de mis manos y las usaba cuando me dolía algo, las usaba también para mis macetas y mis amigos, para mi familia cercana… con los años he visto que se le pueden dar muchos nombres. Entre ellos Reiki.
Reiki, Reiki… por eso mi iniciación hace más de veinte años, para dar un nombre aceptado por quien necesita de un nombre.
No te desesperes si tienes cosas y no sabes ponerles nombre, para mí no son necesarios, y realmente no lo son, los efectos son los mismos. Y si esos nombres te crean ansiedad, no lo llames de ninguna forma, solo ofrécelo.
Nunca hay que buscar fuera lo que ya se lleva en el interior, sea lo que sea. Venga de donde venga. Ya solemos nacer con ello, solo hace falta volver a encenderlo.
¡Estas y otras muchas cosas, me las contó un ángel hace muchos años!
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