¿Conoces a la Diosa Inanna? Ella es una ancestral diosa sumeria, que se marcha de su reinado en las alturas para bajar al submundo, para encontrarse con su hermana Ereshkigal, y allí morir y renacer.
Simboliza el viaje de la diosa como representación del viaje del alma hacia lo más profundo, para regresar con el mayor tesoro, la sabiduría.
Es un mito o leyenda, como lo quieras llamar, similar a muchos otros en esta cultura y en todas las demás alrededor del mundo. En ella nos encontramos con una historia ancestral que se puede aplicar en cualquier momento de la historia. Un viaje del o la protagonista del que regresa profundamente favorecida y transformada.
Como en cualquier leyenda, hay que buscar el mensaje subyacente.
En esta he encontrado varias etapas metafóricas para explicar un viaje por el propio interior en el que encontramos una transformación inevitable al dirigirnos a nuestra parte más profunda, el inframundo.
De él regresamos con una nueva identidad y con muchos mensajes a compartir con quienes nos rodean.
Son maneras de expresar historias creadas para intentar relatar, de manera comprensible, que es necesario viajar a lo más oscuro de nuestro interior para poder sanarlo. Desde ese punto podemos abrazar nuestra parte más auténtica como personas. Además de transitar por ella acogiendo todas las que anteriormente hubiésemos rechazado para no sufrir.
Si esta diosa existió, le pido ayuda para mis viajes internos. Ayuda para reconocer y sanar lo que necesite ser sanado.
Esta leyenda es uno de los mitos sumerios más remotos que mencionan el “casi universal” viaje al submundo.
Las dos protagonistas son hijas de Anhar, dios del Cielo y de Kishar, diosa de la Tierra.
Mientras Inanna, llamada también Ishtar, era la diosa del amor, la vida, la luz y heredera del reino del cielo. Ereshkigal representaba todo lo contrario: la oscuridad, la muerte y el lado más perverso del alma. “Dos partes que nos componen a todos”.
Voy a versionar esta leyenda para ver si su mensaje es bien entendido.
Ereshkigall había elegido como esposo a Nergal, el dios de la guerra y las plagas.
Ambos reinaban en las profundidades del inframundo mesopotámico.
Pero un día, conforme estaba a punto de dar a luz a su hijo, Nergal murió dejando a Ereshkigall viuda.
Ella quedó presa de un insufrible estado por los dolores de un parto inminente junto con una intensa rabia y frustración por la muerte de su marido.
Sus gritos y lamentos eran tan intensos que fueron escuchados por su hermana Inanna.
El corazón de Inanna era tan bondadoso que no dudó en bajar al sórdido mundo de su hermana para consolarla.
Inanna, para este menester, como reina se puso la indumentaria adecuada que se requería para una visita así.
Concretamente, el protocolo en su reino era vestir siete prendas que simbolizaban su realeza, con la intención. Al menos, de presentarle a Ereshkigal sus respetos.
Pero para prevenir cualquier contratiempo, Inanna antes de marchar le dijo a su fiel siervo Ninshubur que si en tres días ella no regresaba a su jurisdicción debería advertir a los dioses para que la liberasen.
Inanna llega a las puertas del Inframundo, informa al portero y guardián Neti de que ha acudido para asistir a los ritos funerarios de Gugalanna, el Toro Celestial, el esposo de Ereshkigal. Neti, el guardián, notificó a la reina la llegada de su hermana.
Cuando la noticia llega a oídos de Ereshkigal, ésta no se alegra lo más mínimo de la visita, más bien todo lo contrario.
Ordena que se cierren y aseguren las siete puertas del Inframundo para impedir la entrada de su hermana.
Después de unos minutos ordenó a Neti que dejara a entrar a Inanna, pero que a medida que pasara por cada una de las siete puertas por las que se accedía a su reino, ella debía desprenderse una pieza de ropa y, que al llegar a su presencia se arrodillara ante su trono.
De este modo, solo se permite a Inanna traspasar las puertas de una en una, y antes de cruzar cada una de ellas debe desprenderse de alguna de sus regias vestiduras.
Inanna cumplió las condiciones impuestas por su hermana.
Al cruzar la séptima puerta quedó desnuda y se inclinó ante Ereshkigal.
Entonces, aliada con los jueces del inframundo, ella, su propia hermana, dictó sentencia: Inanna debía ser colgada de un gancho hasta que su cuerpo se pudriese.
Y así fue hecho.
Pasaron tres días y tres noches y Ninshubur, alertada, recordó el aviso de su señora Inanna y visitó los templos de los dioses.
Pero ni Enlil, señor del viento, ni Nanna, señor de la luna llena, quisieron ayudarle.
Únicamente Enki, señor de la Tierra se ofreció a tratar de rescatar a Inanna.
Para ello tomó la propia suciedad que había bajo sus uñas y de ella moldeó dos pequeños seres, Kurgarru y Kalaturru, a los que indicó que, cuando estuvieran en presencia de Ereshkigal, su misión era acompañarla en su dolor, gimiendo con ella, lamentándose con ella y suspirando con ella.
El comportamiento de estas criaturas ante el sufrimiento de la reina del inframundo, la sensación de confort por la empatía que demostraron con ella y la capacidad de lograr que, por unos momentos no se sintiera sola con su dolor, despertaron en Ereshkigal un sentimiento de gratitud inusual en ella.
Así que ofreció a los dos diminutos seres que eligieran un obsequio y ellos pidieron el cuerpo inerte de Inanna que seguía colgando del gancho.
Kurgarru y Kalaturru, siguiendo las instrucciones de Enki, rociaron el cadáver de la reina con el agua y el alimento de la vida, e Inanna revivió.
Pero aun así, la joven diosa no podía abandonar el inframundo.
Los jueces habían determinado que solamente podría salir si encontraba un sustituto que ocupara su lugar.
Rodeada por un séquito de demonios, Inanna fue llevada ante Ninshubur, pero ella se negó a que su siervo y amigo ocupase su lugar.
Durante todo el viaje a su reino Uruk, los demonios la hicieron parar en todas la ciudades y templos de su reino para elegir allí a los posibles candidatos, pero Innana seguía negándose.
Finalmente,cuando la diosa llegó a su palacio encontró, con gran sorpresa y decepción, a su esposo Dumuzi, disfrutando del trono y rodeado de vino y mujeres. Herido su corazón dijo a los demonios que se lo llevasen, que él ocuparía su sitio.
Aun así y a pesar del engaño y lamentable comportamiento de Dumuzi, Inanna lo echaba de menos.
También su madre, Geshtinanna, quien lo había ayudado en su intento de huir de los demonios y de su merecido castigo.
Así que entre las dos mujeres lo buscaron, lo encontraron y acordaron que Dumuzi alternaría su estancia en el inframundo con su madre cada seis meses.
El tiempo de libertad de Dumuzi lo pasaría con su esposa, la bondadosa Inanna.
— Mitología mesopotámica
Este relato, escrito originalmente en cuneiforme y grabado sobre tablillas de barro, está redactado en forma de poema. El Descenso de Inanna nos cuenta la historia del viaje de la diosa y heroína sumeria al Inframundo para visitar y desafiar el poder de su hermana Ereshkigal, que había enviudado recientemente. El poema está cargado de significado y simbolismo, y ha sido objeto de interpretaciones muy diversas.
Uno de los poemas más antiguos del mundo.
Se estima que el Descenso de Inanna fue compuesto entre los años 3500 a. C. y 1900 a. C. Aunque algunos investigadores han sugerido que podría haber sido creado en fechas aún más tempranas. El poema incluye 415 versos. En comparación, el Descenso de Ishtar babilónico está escrito únicamente en 145 versos. Se ha sugerido que esta diferencia se debió a la influencia del patriarcado, que disminuyó el poder y la importancia de esta diosa a lo largo del II milenio a. C.
El Descenso de Inanna empieza con los siguientes versos: “Desde el gran cielo Ella puso sus ojos en el gran infierno. Desde el gran cielo la diosa puso sus ojos en el gran infierno. Desde el gran cielo Inanna puso sus ojos en el gran infierno. Mi señora dejó el cielo, dejó la tierra y descendió al inframundo.” Una posible explicación del interés de Inanna en el Inframundo es que esperaba poder extender el alcance de su poder hasta esos dominios, cuya reina era su propia hermana, Ereshkigal.
— Fuentes: Mitología mesopotámica, ancient-origins, trama y fondo, Auroramadre.
Un viaje hacia dentro que nos invita a dejar atrás los roles, identidades y máscaras que ya no nos representan, para despertar a un versión más auténtica y expandida de quienes somos y de la Vida.
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